Las sabandijas del mundanal castillo

En los últimos meses hemos vividos diversos acontecimientos que han dado pie a nutrir el bullicioso mundillo de la noticia fácil.

Algunos de solemne seriedad, como los sucedidos con motivo de la muerte y sepelio de la casi centenaria reina del Reino Unido, Isabel II; pero otros de neta superficialidad o de oportunismo reiterado, que han cubierto páginas de periódicos y, más aún, las tramas electrónicas de las redes sociales y su proyección en medios como los móviles y tabletas, a través de vías como Google.

En realidad, este último tipo de noticias se produce sin necesidad de que lo tratado posea una relevancia importante, salvo la que falazmente le confieren los mismos medios difusivos.

Pero esta es la cuestión de la que deseamos ocuparnos, utilizando los términos de unos escritos tan extraños a este otro ámbito como son los debidos a la genial pluma de la mayor experta en espiritualidad cristiana, santa Teresa de Jesús.

La Madre Teresa ha acuñado en el tal vez más profundo y completo de sus tratados, “Las moradas del castillo interior“, algunas expresiones realmente gráficas y, hasta sabrosas literariamente, para designar a ciertos protagonistas de ese mundo de riquísima calidad que es la vida interior del creyente. Ya la comparación del alma con un castillo con muchas moradas es un recurso de lo más expresivo por la grandeza del espíritu. Pero el tratado ofrece comparaciones igualmente felices, que deseamos extrapolar al ámbito de la vida en el mundo.

Así, en el capítulo 2 de su obra, donde trata de la primera morada de ese castillo interior, que es el alma del creyente, al llamar la atención sobre las ardides del demonio para impedir la vida de oración, la santa califica los impedimentos con los animalillos asquerosos y venenosos que pueblan las zonas cenagosas del campo.

Los llama de manera genérica ‘sabandijas’ y en particular habla de víboras y culebras. a las que califica de ‘cosas empozoñosas’ que, desde el exterior del castillo, invaden sus primeras estancias o ‘moradas’.

Pues vamos a comparar el mundo con ese castillo, y nos referiremos en los personajes que lo pueblan y en otros que pululan por sus ámbitos y hasta viven de revolver con sus trapacerías la vida pública, y aún invaden la privada. Son éstos últimos los ‘noticieros’ (ellos y ellas) de vulgar estofa, que sirven bulos y habladurías para satisfacer la malsana curiosidad de desocupados o ansiosos de falsa notoriedad. Y basta de consideraciones introductorias,

El castillo que hemos calificado como ‘mundanal’ no es otro que el mismo mundo social en el que vivimos la mayoría de los mortales, y donde suceden los múltiples y diversos acontecimientos que lo pueblan a diario, protagonizados por habitantes de muy diferente condición que ocupan sus estancias, desde ilustres miembros de la realeza, los que ahora se ha dado en denominar “royals”, y también de la antes distinguida y ahora decadente nobleza, o bien otros que se mueven en el terreno de la política y los que pueblan el mundillo del espectáculo, en el cual pugnan por permanecer ocupando la primacía a base de comportamientos y modos de obrar que susciten el interés y la curiosidad del público fácil.

Las sabandijas ponzoñosas, que se mueven y viven en el cenagoso submundo ‘noticiero’ del papel couché o, ahora, de las peligrosas redes sociales y los medios electrónicos, no merecen la denominación de ‘periodistas’, profesión noble cuando practica honestamente la tarea de la comunicación, prefiriendo servir a la verdad que manipular alevosamente los hechos o incluso inventarlos.

Son estos los que se revuelven por este mundo y despachan sin vergüenza bulos y chismorreos, aunque a veces se haya producido el hecho que narran, más de modo muy diferente y con sencillez, sin la menos trascendencia social digna de ser comentada.

Tales sabandijas tienen su atención con preferencia sobre algunos personajes moradores de estancias distinguidas del mundanal castillo: son los ya citados ‘royals’, que, bien ocupan, u ocuparon, los puestos de más altura de la política en países que mantienen un régimen monárquico. Hacia ellos dirigen los dardos de sus chismorreos, con lo que sirven a otras sabandijas que se han encaramado en plintos de cartón-piedra, con apariencia de alto nivel, pero deseosos de implantar sistemas de valor dudoso.

En España tenemos un ejemplo paradigmático: El rey emérito don Juan Carlos I, que prestó innegables servicios al bien común y estuvo firme en su puesto en momentos de alto riesgo, es ahora abyectamente insultado y encenagado. Ciertas debilidades personales lo han convertido en sujeto del veneno que escupen las sabandijas.

Pero no es éste el único a quien se disparan dardos envenenados. Con motivo del relevo, por la fuerza mayor de la muerte, de la más alta magistratura en el Reino Unido, las personas del nuevo rey, Carlos III, y su actual esposa, la reina consorte Camila, están ocupando páginas y espacios en los que, sin el menor respeto (término cuyo significado desconocen las dichas sabandijas), se les atribuyen actitudes y decisiones a menudo inventadas, pues lo de inventar noticias falsas es práctica favorita de las sabandijillas.

Infinidad de tales bulos, como afirma el dicho popular ‘se los sacan de la manga’. Véase una breve muestra en la ‘noticieta’ aparecida en las pantallas de los ordenadores por la vía de Google: “Leonor humillada por el nuevo look de la princesa de los belgas”. ¡Qué estupidez! Aquí se pone en ridículo a una persona excelente, encantadora y seria, como es la princesa de Asturias, mezclando la moda con el estilo de alguien significativo de la alta política o sociedad.

Habría que preguntar: ¿Quién ofrece información de tan escaso relieve, cómo sabe el o la ‘noticierill@’ algo que le permite semejante afirmación? ¡Ah!, los personajes del mundo regio, cómo son arrastrados por el fango donde pululan las hábiles sabandijas.

Otro personaje de este nivel que esta siempre en su ‘disparadero’, con sospechosa intención, es la reina doña Letizia. Pero nadie del mismo mundo se libra de algún chisme, bulo o, incluso, noticia cierta pero incómoda, que pueda servir para denigrarlos. Por ejemplo, los duques de Sussex, Henry de Inglaterra, y su esposa Meghan, podemos contarlos entre los preferidos de la venenosidad de las sabandijas.

Igual tratamiento reciben muchos del ámbito de la cultura, y no digamos nada del mundo del espectáculo, del cine, la televisión, la música moderna o cualquier terreno de actualidad.

Aunque el proceder de las sabandijas es diferente en bastantes de estos casos, tal vez porque hay algo de semejanza con los que las notician. Ahí depende la situación de la relevancia que quiera darle alguna sabandija destacada, como algún presentador de programas de éxito.

Pero son preferidos los que caen en ligerezas de vida, como quiebras de pareja o fáciles cambios de ella. Éstos se encuentran siempre en situación de potencial actualidad y basta el menor desliz para que las sabandijas los pongan en ventana descollante del mundanal castillo. Sin embargo, cuando ese ‘personaje’ de guadaña implacable, que es la muerte, hace su aparición y siega la vida de alguien que es o fue protagonista, las sabandijas hacen silencio para que luzcan los elogios del que pasó ¿a otra vida, simplemente, al inmediato olvido?.

El fallecimiento de alguien que agitó las aguas de la escena pública, como Jesús Quintero, el “Loco de la colina”, ofrece ahora un buen ejemplo del contrastado proceder de estos pobladores del submundo de la falaz noticia, el marasmo cenagoso que les nutre.

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