Cuando pido perdón a Dios, ¿A quién le pido perdón?

Un ruido de cañones retumba en mi corazón. Antes fueron otros los ruidos. Ahora es Ucrania quien humea como excusa para seguir martilleando al mundo.

Pido perdón a Dios por esta razón, que aparenta externa. Al poco recapacito y soy consciente de que a quien acabo de pedir perdón es a mí mismo.

Todo lo que siento, pienso y percibo se me hace manifiesto, según creo entender, desde el canal de mi cerebro.

El mundo nuevo que combaten las armas viejas modernizadas, es el de la mente nueva. Las armas derriban murallas pero empequeñecen la Tierra.

Sin embargo, las grandes murallas son invisibles y están alojadas en el cráneo del hombre. Intuía que el derribo mental implicaría un gran dolor; sin embargo, no sabía hasta que punto esto sería soportable.

Presiento mucho dolor.

La mente nueva por fuerza ha de conllevar un fácil acceso, sin obstáculos, a un ritmo distinto en formato mental diferente y frecuencia cristalina sintonizada con la voz del Padre, que requiere el absoluto vacío de aprendizajes añejos.

La transformación en *dios* consciente precisa al tiempo del verbo vivo, que fluya desde el chisporroteo neuronal en coherencia consciencial.

Llevamos milenios atascados en el fragor de guerras que jamás iniciamos, en “lucheda” (lucha, búsqueda) constante contra nosotros mismos.

Pidámonos paz auténtica en lugar de perdón. Dios nunca nos condenó; lo hizo la holgazanería. Demasiado tiempo en inercia de lo conocido, sin ir más allá de lo ancestral y pleitos ajenos, retenidos por el olvido.

Somos dios, porque Él lo es todo. La luz y su contraria; lo bello y su opuesto, lo grande y lo chico.

Démonos ya la paz.

Hagamos del verbo primavera y de la muerte Vida.

Dios nos ha extendido sus brazos.

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