Luis Arroyo Galán-Inventor de la Telemática
El ser humano analógico lucha desesperadamente contra el avance imparable de lo digital. Este duelo del humano Davidán contra el gigante digital Golibit empezó como un juego, pues este último había salido de las manos del pequeño e inteligente pastor.
La leyenda de Davidán
Cuenta la leyenda que, en sus ratos libres, Davidán se dedicaba a incrementar sus limitadas capacidades físicas. Martillos, ruedas, anteojos y bocinas, dotaron a sus brazos, piernas, ojos y boca de unas capacidades más allá de lo permitido por su anatomía.
Pero con la práctica adquirida aquí y acullá, un buen día, cansado con soliloquiar con sus ovejas, se le ocurrió darle compañera a su aburrida mente y se fabricó una máquina de sumar.
Después de estudiar las teorías de Leibnitz, el álgebra de Boole, el código telegráfico de Baudot, y las propiedades duales de ciertos materiales, se las ingenió para insuflar en su cacharro el lenguaje de los ceros y los unos.
Ya no llamaba a los ovinos por su nombre. Habiéndoles asignado un código numérico, cuando al zagal se le antojaba, conseguía que su maquinita lo repitiera hasta que la res lanar en cuestión acudiera a su llamada.
Y llega la pastora
Un día acertó a pasar por allí una pastora que venía de tierras lejanas. Como no entendía su lengua, Davidán decidió enseñarle el lenguaje numérico de su artefacto, y así pudo entablar diálogos binarios con su compañera de labores y juegos.
El bueno de Davidán, después de comprobar en su cacharro que la zagala reunía todos los requisitos psicosomáticos necesarios para ser una buena esposa, se acercó a ella para declararle su amor y pedirla en matrimonio.
A pesar de sus esfuerzos, solo pudo susurrarle un frio y mecánico 01001101 10111001 que, según los expertos en aquel lenguaje binario sincopado, significaba “te quiero”.
Prisionero de sus artilugios
El ser humano parece haber quedado prisionero en las redes de su propia trampa. Rodeado de los más refinados aparatos, ha terminado por descubrir que, para servirse de ellos, tiene que renunciar a su espontaneo comportamiento y someterse al ritmo que le marcan sus ingenios.
Se levanta a las 7,20, desayuna a las 7,50, permanece en la oficina hasta las 18,00, se pluriemplea hasta las 21,00, habla con su familia de 21,05 a 21,20 y finalmente se acuesta rendido a las 23,45. Le cuesta conciliar el sueño porque al día siguiente deberá analizar con detalle el expediente A07/4854 para pasar un informe a su jefe.
El reloj digital de muñeca es uno de esos inventos que reflejan la disfuncionalidad más absoluta. ¿A quién le interesa, realmente, saber si son las 08.20.14 o las 08.20.15? Cuando miramos a la tradicional esfera, buscamos una información acorde con nuestra idea innata del fluir del tiempo.
Nos interesa conocer el espacio temporal en que nos encontramos y nó las coordenadas frías de un instante cualquiera.
Un golpe de vista a las manecillas, y ya sabemos el tiempo que hemos estado haciendo tal o cual cosa, lo que nos queda para terminar la jornada laboral, y lo pronto o tarde que está anocheciendo.
Nada de todo esto puede obtenerse de ese brillo metálico hecho guarismo, que nos observa con mirada obsesiva desde la invisible mesilla de noche. Pero como los voceros digitales no descansan, ya han convencido a los fabricantes para que a la pantallita se le añada una esfera.
Reloj digital con esfera
Estéril asociación de pasado analógico y futuro digital. Al decir de los expertos, esta inteligente combinación, fruto de la técnica relojera más avanzada, permite viajar por el mundo conociendo simultáneamente, ¡oh maravilla!, la hora de los países de origen y destino.
Como si el sueño y el hambre no tuvieran fuerza suficiente para recordarnos que, de habernos quedado en casa, estaríamos durmiendo plácidamente en nuestra cama después de haber disfrutado de una ligera, pero sabrosa cena.
De una forma un tanto exagerada podría llegarse a afirmar que el teléfono móvil se usa para todo, menos para hablar por teléfono. Los auriculares y micrófono han cedido su protagonismo a la pantalla y al teclado.
Al reloj digital de pulsera le ocurre algo parecido. Su función mas importante deja de ser el darnos la hora.
Los fabricantes de estos dispositivos compiten ofreciendo prestaciones extra: temperatura y pulso corporal, tensión arterial, pasos caminados, calorías consumidas y un largo etcétera.
Ambos artilugios se han convertido en “inteligencia vestible”
3 comentarios en «Davidán y Golibit»
Inteligente, graciosa y certera descripción del proceso evolutivo de lo analógico a lo digital; y muy agradable esa pizca de ironía.
Me ha gustado mucho; gracias.
Muchas gracias Esteban, me alegro que te haya gustado. Esto lo escribí en 1984 y está extraído de mi libro “La vida en un chip”.