La progresía alcanza a todos los estamentos de la sociedad. Su falsa democracia está creando superhombres injustos, soberbios, materialistas, analfabetos y, sobre todo, laicos, muy laicos, como distintivo de modernidad
EL DEBATE
Pedro Fuentes
31/07/2024
Convivimos en una sociedad que ha perdido la profundidad en el conocimiento, en el juicio crítico, en el sentido trascendente y en la esperanza de la fe; convivimos en un laicismo que enmascara al ateísmo. ¿Resulta demasiado devastador?
Hemos perdido el sentimiento de Dios para el hombre y, a cambio, en nuestra sociedad laica, nos dividimos entre la necesidad de Dios, de manera utilitarista, y el olvido absoluto de Dios. Nuestra única esperanza pasa por la reflexión y la atención a nuestros jóvenes, como hombres de un futuro mejor.
Una sociedad atea es aquella que rompe la esperanza del encuentro con el sentimiento de la fe, la cual ya no forma parte del sentir del hombre en este nuevo arquetipo transhumanista y, por supuesto, sentimiento no asumido por la vieja Europa.
Se tiende a pluralizar, privilegiar y cuestionar, dependiendo de los casos, unas u otras concepciones religiosas y modelos sociales.
Los Estados actuales… ¿Tienden a tergiversar el anhelo de esperanza utilizando una ideología de destrucción de la fe?
¿Qué esperamos? ¿Cuáles son nuestras convicciones? ¿Dónde reside la acción y el poder?
Deberíamos recapacitar y entender que el desarrollo del conocimiento es fundamental para comprender y crear esta unión de fe y esperanza.
Nuestras futuras generaciones que no utilicen el pensamiento crítico, se alejarán del conocimiento, al mismo tiempo que se adhieren al «efecto de la masa». La esperanza sólo se vislumbra desde ese sentido de pertenencia a un colectivo, véase las redes sociales, ‘influencers’, cuyo significado barbario es «sentirse influido por», o las agrupaciones políticas que se unen grupalmente en un sentido o en otro, aunque la realidad política actual nos muestra mayor entendimiento entre la izquierda.
Los gobernantes que con su progresía intentan convertirse en la fe de los ciudadanos hacia esa imaginada esperanza de bienestar, paz social, igualdad y libertad, en definitiva, están intentando sustituir un sentimiento de fe que no es de ellos y que no da confianza para soportar las adversidades de la vida.
¿De verdad estos gobernantes entregan la generosidad que posee el sentimiento de la fe? ¿Nos están dibujando una falsa esperanza de bienestar? ¿La paz social es el desempleo, la okupación, la despenalización de actos delictivos? ¿Asistimos a una progresía de la fe? ¿Ante la destrucción de la verdad se puede vivir sin Dios? ¿Queremos unos dirigentes al margen de la fe?
La progresía alcanza a todos los estamentos de la sociedad. Su falsa democracia está creando superhombres injustos, soberbios, materialistas, analfabetos y, sobre todo, laicos, muy laicos, como distintivo de modernidad. Desprecian el sentimiento profundo y mitifican a sus relatores con la sutileza de la igualdad, la cual consiste en demonizar a unos y favorecer a otros.
¿Por qué se atenta contra los principios cristianos? Se ha eliminado la presencia de la Cruz de nuestras instituciones y de la vida pública. ¿Hemos necesitado tantos años de democracia para suprimir el sentimiento de fe y esperanza?
Creemos que somos mejores siendo más laicos. Más contemporáneos y menos retrógrados.
Un pensador, socialista cristiano, me despejó el misterio: «No somos más laicos. La sociedad, simplemente, sin saberlo se ha proclamado atea».
Sería muy simplista pensar que esta progresión hacia el ateísmo tiene su explicación en una mera cuestión de preferencias del hombre transhumanista.
Es cierto que el pensamiento cristiano no está de moda. Más cierto es que vivimos en un modelo prometeico donde pudiera parecer que no necesitamos a Dios absolutamente para nada porque la tecnología y el consumo lo han sustituido. Quizás sea el signo de los tiempos pero… ¿Algunos gobernantes manifiestan con sus leyes este rechazo al sentido de Dios? El asunto a tratar no se refiere a una moda sino a una perversión ideológica de los Estados.
Leyendo las cartas de Séneca a Lucilio, se nos antoja el recuerdo de un abrazo a sus letras: «No pongas tu felicidad en manos de los demás, sé una buena persona, concéntrate en el peligro real. La maldad no sólo daña a quien la practica.»
Palabras de sentimiento profundo que nos deberían hacer recapacitar después de dos mil años.
¿Por qué necesitamos vivir en el ateismo disfrazado de laicismo?
Quizás es una democrática manera de debilitar la conciencia del hombre.
Pedro Fuentes es humanista