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Fernando del Pino Calvo-Sotelo
5 de abril de 2024
Al igual que el sol de la mañana disipa la neblina lenta pero inexorablemente, el paso del tiempo termina dibujando con claridad las líneas que separan la verdad de la mentira.
Hace casi un año, el mismo día en que comenzó, predije el fracaso de la contraofensiva ucraniana, tan jaleada por la voluntarista prensa occidental, y añadí que terminaría en el peor de los casos «como la suicida Carga de la Brigada Ligera»[1]. El desastre ha sido clamoroso, y probablemente pase a los anales de la historia militar como una de las mayores y más inútiles pérdidas de vida humana de los conflictos bélicos modernos. Las fuerzas ucranianas, armadas y entrenadas por la OTAN, fueron lanzadas a la muerte por cortoplacistas intereses geopolíticos sin que lograran en muchos casos llegar siquiera a la primera línea de defensa rusa, cuya eficaz estrategia de defensa estática diezmó a los atacantes, que podrían haber sufrido del orden de 160.000 bajas. En vez de construir con realismo defensas sostenibles, Zelensky, animado por Occidente y desde la seguridad de su búnker en Kiev, ordenó una ofensiva absurda en la que perdió su ejército y su moral de victoria. Estas son las consecuencias de dedicarse a ganar la guerra de la propaganda en vez de dedicarse simplemente a ganar la guerra, como ha hecho Rusia. Pronto la única línea defensiva viable será el río Dniéper.
La pérdida de Avdiivka
El rotundo fracaso de la ofensiva ucraniana y la posterior pérdida de la población fortificada de Avdiivka ha debilitado irreparablemente la posición de Ucrania y acelerado su derrota. Para ser los defensores, las tropas ucranianas sufrieron un número desproporcionado de bajas en Avdiivka. Los motivos han sido variados.
El primero ha sido la abrumadora ventaja artillera enemiga, que incluso el alto mando ucraniano cuantifica ya en 6 a 1 (siendo la cifra real quizá el doble). «La artillería lo es todo», decía Napoleón, sobre todo «cuando converge con fuego nutrido sobre un punto». Doscientos años más tarde el fuego de artillería sigue provocando hasta el 75% de las bajas en batalla.
El segundo ha sido el notable incremento de la actividad aérea rusa con bombardeos de precisión masivos que aprovechan el ingenioso sistema UMPC para convertir bombas «tontas» (de caída libre) en bombas guiadas de forma barata. Parecido al JDAM norteamericano, se trata de un sistema de planeo mediante alas desplegables a las que se adjunta una unidad de control que dirige la bomba con precisión. Gracias al planeo, la bomba puede ser lanzada desde gran altitud a una distancia segura de hasta 70 km del objetivo, es decir, fuera del alcance de la defensa aérea ucraniana. Este uso ha dado una segunda vida útil al vasto arsenal de bombas pesadas que posee Rusia, de gran potencia destructiva e impacto psicológico.
Una tercera causa es que, según todos los indicios, las posiciones ucranianas fueron abandonadas en una retirada caótica para evitar el inminente cierre del cerco a la ciudad. Una retirada desordenada o en pánico es una de las más peligrosas situaciones en que puede verse inmerso un ejército, pues causa un enorme número de bajas y facilita la toma de numerosos prisioneros, como ocurrió en Avdiivka.
Por último, la injustificable destitución del competente general Zaluzhny, decidida por parte del aún presidente Zelensky por razones exclusivamente políticas (las encuestas mostraban que era mucho más popular que él[2]), también ha contribuido a un lógico deterioro de la voluntad de lucha del bando ucraniano. Que un general competente sea destituido en plena guerra y enviado a una embajada lejana es un indicio más de la amoralidad sin orillas del títere gobierno ucraniano y de su titiritero, la Administración Biden, responsables últimos de la destrucción de Ucrania, como podremos analizar en la segunda parte de este artículo.
Probablemente el siguiente paso de Rusia sea la toma del bastión de Chasiv Yar, lo que implicaría prácticamente el fin de la conquista del Donbass. Asimismo, es posible que Zaporiyia y Jersón vuelvan a ser escenarios clave de la acción bélica antes del verano.
El posible colapso de las líneas ucranianas
El sustituto de Zaluzhny, el general Syrsky, reconocía recientemente en una entrevista que la situación era «realmente difícil y tensa», y que Rusia «estaba llevando a cabo ofensivas en un frente muy amplio[3]». Apenas mencionaba las armas enviadas por Occidente, que naturalmente no han cambiado el curso de la guerra sino su duración (para desgracia de Ucrania). Asimismo, admitía tácitamente que Ucrania no había construido líneas fortificadas entre Avdiivka y Jarkov (¿dónde ha ido a parar el dinero destinado a ello?), ciudad esta última que posiblemente Occidente dé por perdida. Quizá por eso, Macron la omitió en sus recientes bravuconadas sobre supuestas líneas rojas que Francia no toleraría (Kiev y Odessa), baladronadas que él denomina con elegancia muy francesa «ambigüedad estratégica».
Finalmente, el nuevo comandante en jefe ucraniano también admitía la carencia de vehículos (que ha llevado a transformar brigadas mecanizadas en brigadas de infantería[4]), la falta de munición y de tropas y la falta de rotación y descanso de éstas. Por ejemplo, la 110 Brigada Mecanizada ha estado ininterrumpidamente en primera línea en Avdiivka desde el comienzo de la guerra, dos largos años.
Ucrania podría haber perdido desde el principio del conflicto más de 450.000 hombres, frente a un mínimo de 60.000-75.000 rusos, órdenes de magnitud (la precisión es imposible) inversas a las que publicita la despistada prensa occidental. En cualquier caso, un horror, como toda guerra.
La fatiga y el decaimiento de la voluntad de lucha de los ucranianos también aparece reflejado en encuestas en la propia Ucrania, a pesar de la propaganda de su gobierno. Según Gallup, el apoyo a una continuación de la guerra es de sólo el 52% en las regiones del Este y del 45% en las del Sur. Incluso en el Oeste, más nacionalista y alejado del frente, el apoyo a la continuación de la guerra ha disminuido al 70%[5]. Tampoco existe evidencia alguna de que los ucranianos emigrados desde el comienzo de la guerra estén volviendo a luchar por su país, y la nueva ley aprobada por Zelensky para reducir la edad para alistarse ha resultado enormemente impopular.
En mi opinión, los rusos no tienen prisa y no pretenden realizar ofensivas espectaculares, que suelen ser frágiles y pueden resultar efímeras. Sin embargo, si las tropas rusas, de mayor número y maniobrabilidad, son capaces de concentrar su capacidad ofensiva en algún punto de un frente que resulta demasiado largo para ser defendido por el bando más débil, cabe la posibilidad de que la resistencia ucraniana se desmorone y los acontecimientos se precipiten en tiempo y espacio. Al igual que en mecánica, la fuerza bélica es producto de masa por aceleración. En cualquier caso, los rusos aplicarán su refrán: «Si vas demasiado deprisa alcanzarás la desgracia, pero si caminas demasiado lento, la desgracia te alcanzará a ti». Con su frialdad característica, sólo acometerán una ofensiva en masa si tienen claro que no van a encontrar oposición.
De producirse el colapso ucraniano, este sería el principio del fin de una guerra en la que el innegable heroísmo de las tropas ucranianas no ha podido compensar el irresponsable e inútil liderazgo político del país, dirigido por intereses extranjeros y exageradamente enfocado en los éxitos propagandísticos.
La derrota inevitable
La mayor parte de estamentos políticos y militares occidentales parece ser ya consciente de que la derrota militar de Ucrania es inevitable, como filtró la prensa francesa recientemente[6]. Esto no sorprenderá a los lectores de este blog, pero sí a los incautos consumidores de medios, los cuales han tenido que cambiar su triunfalista relato sobre la marcha. La abrupta salida de la Subsecretaria de Estado Nuland, la figura neoconservadora más fanática y beligerante contra Rusia del gobierno Biden (autora de la famosa frase «que se joda la UE»[7]), es otro indicio de que en Occidente se empieza a oler a fracaso. Y a pesar de la propaganda, incluso en Europa sólo el 36% de los europeos considera que la ayuda a Ucrania debe considerarse algo prioritario[8] y menos del 10% cree que Ucrania ganará la guerra[9].
Contrariamente a lo que afirman los medios, el avance ruso parece lento y metódico, destinado a conservar las vidas de sus propios efectivos y a destruir sistemáticamente la capacidad de combate del ejército ucraniano. Sus ambiciones geográficas parecen centrarse en las cuatro regiones ya anexionadas a Rusia y probablemente en una parte adicional importante de la zona oriental del río Dniéper, mientras en el sur su objetivo de máximos sería establecer un corredor paralelo al mar Negro hasta Odessa y Moldavia para aislar a la futura Ucrania del mar.
La lógica dicta que el objetivo de Rusia nunca fue conquistar todo el territorio de Ucrania ni, desde luego, atacar otros países europeos miembros de la OTAN. De hecho, que los medios occidentales se sigan haciendo eco de una patraña tan burda produce cierto sonrojo aunque no sorprende, pues se han pasado dos años haciendo el ridículo. Más sorprende, sin embargo, que lo repita el secretario de Defensa norteamericano a sabiendas de su falsedad[10], lo que demuestra hasta qué punto la Administración Biden se revuelca en el descrédito.
En cualquier caso, la «operación militar especial», como cínicamente sigue denominándola Rusia, ha desembocado en una guerra de trágicas proporciones (especialmente para Ucrania) que cambiará el mundo y podría suponer una derrota estratégica de EEUU y de la OTAN, posibilidad que convierte esta fase crepuscular del conflicto en la más peligrosa e imprevisible de la guerra. En efecto, un Occidente arrinconado por sus propios errores y aplastado por un Himalaya de falsas expectativas de creación propia puede provocar una escalada del conflicto de impredecibles consecuencias. Ésta es la última esperanza de Zelensky, y lo que más debemos temer los ciudadanos europeos.
Una nueva forma de hacer la guerra
Desde el punto de vista militar, esta guerra ha puesto de manifiesto, una vez más, que las guerras del futuro serán muy distintas de las del pasado. Es ésta una constante en la Historia que, sin embargo, no parece modificar la esclerosis pedagógica (posiblemente inevitable) de los estados mayores, que en tiempos de paz siempre entrenan a sus ejércitos para ganar la última guerra.
Cayendo en el mismo error y sin saber qué deparará el futuro, me permito extraer algunas lecciones de la guerra presente. En primer lugar, en conflictos entre ejércitos modernos (y no contra desharrapados pobremente armados, que son la especialidad de EEUU en las últimas décadas), las tecnologías actuales permiten a los contendientes observarse mutuamente en tiempo real convirtiendo en vulnerable cualquier concentración de fuerzas y dificultando el efecto sorpresa. Este hecho sólo podrá cambiar si se crean armas eficaces para interferir, cegar o destruir los ojos del enemigo, incluyendo los satélites, sea desde bases terrestres o espaciales.
Asimismo, la integración en tiempo real en la misma plataforma de datos ISR (Intelligence, Surveillance & Reconnaissance) con artillería, aviación, misiles y drones permite la eliminación de unidades enemigas segundos o escasos minutos después de haber sido localizadas, antes de que puedan cambiar de posición.
Precisamente por esta limitación, ha cobrado mayor importancia la movilidad de las fuerzas, de modo que la ventaja esté del lado de quien pueda concentrarse con mayor rapidez en un punto determinado o incluso amagar con fintas que desconcierten y agoten al adversario, como está haciendo Rusia a lo largo del frente. Para ello, la logística y la velocidad de traslado —a su vez afectado por factores exógenos como el terreno y las infraestructuras existentes en la línea de frente— serán claves.
Otra novedad ha sido la revalorización de los arsenales estratégicos, una especialidad soviética, que permiten cubrir el intervalo de tiempo existente entre la ruptura de las hostilidades y el incremento de la producción de armamento a ritmos adecuados a tiempos de guerra.
Por último, los drones han supuesto una revolución. A lo largo de la Historia, los avances tecnológicos han ido variando el equilibrio entre los elementos ofensivos y defensivos de la guerra. Al igual que la pólvora hizo obsoleta a la caballería y la artillería a las murallas, o al igual que los misiles anticarro o antiaéreos redujeron la ventaja de carros y aeronaves, los relativamente baratos drones supondrán a partir de ahora una amenaza muy seria para el hardware pesado, ya se trate de carros de combate (en el caso terrestre) o de carísimos buques de combate de gran tonelaje (en el caso naval).
Ucrania, probablemente con ayuda británica, ha obtenido éxitos notables en el hundimiento de buques rusos de la Flota del Mar Negro mediante el uso nocturno de drones navales con tácticas de saturación, es decir, mediante ataques simultáneos. Además, los drones son dirigidos a una misma banda del buque, para que escore y se hunda más rápidamente. Por el momento, estos ataques no han podido neutralizarse eficazmente ni con drones aéreos ni con cortinas de fuego desde los propios buques, y han contribuido al deterioro de la moral del enemigo. Dicho eso, sus éxitos han tenido más valor propagandístico que militar, pues la guerra de Ucrania se decide en tierra y no en la mar (salvo si se produce un desembarco anfibio en Odessa).
El horror de la guerra
En la segunda parte de este artículo analizaré las posibles consecuencias estratégicas y a largo plazo de este conflicto, pero no querría dejar de hacer antes una reflexión. Estos análisis necesariamente fríos no deben hacernos olvidar la tragedia humana que supone toda guerra y el horror que producen sus devastadores consecuencias.
La guerra cambia, pero los muertos mueren igual que siempre, y los vivos les lloran igual que siempre.