Reflexiones sobre el final de unos tiempos

La distancia entre recuerdos me lleva de finales de 1999 a este 2022, aún no concluido.

En Telefónica existía temor en aquella época ante el efecto 2000. No clamor milenario, sino desconcierto frente a la multitud de cachivaches electrónicos que, una vez traspasado el año, se situarían en cero y resetearían nuestras vidas de artificio.

Apenas hubo nada sin embargo que irrumpiera la sincronización de los antiguos relojes de centrales mecánicas y modernos parches informáticos complementarios, si se exceptúa la insufrible vuelta de tuerca a un tiempo entre computadoras cada vez más acelerado.

De entonces a la fecha el tiempo se ha fraccionado en unidades cada vez más pequeñas, hasta llegar a la parálisis acelerativa del tiempo sin tiempo. No queda espacio alguno entre movimientos de quantum para mayor división aparente.

Los ordenadores cuánticos multiplican sus procesos y dejan en puro hueso sus unidades de medida. Vivimos al enloquecido ritmo de dispositivos móviles, satélites, GPS, artilugios mil, Big Data e IA de supuestas consciencias programadas.

A la luz del sentimiento apocalíptico o revelador de la intuitiva y más que evidente dimensión oculta del mundo nuevo, se hace preciso una entrega sin condiciones a nosotros mismos.
!Ya no te huyo más Dios. Aquí me tienes!

Dios llega en reclamo y descubre otra vez esta mi estúpida desnudez. No me queda nada de tu sabiduría. Toda te la he robado: de tu pensamiento, al mío… al tuyo.

¿Qué hiciste que te ocultas de mi vista? me pregunta.

Estoy desnudo y tengo frio, respondo.

De nuevo le tomo del fruto del árbol del conocimiento, manzana nebulosa apegada a una pantalla de cristal, para alejarme más si cabe de este anhelo que le anhela.

Dios me habla entre el ruido y las prisas. Su palabra es la tuya, la mía y la suya.  No distingo una de otra.
Bajo la copa de un cedro, justo en este momento, eternos segundos previos al apocalipsis mental, el rumor del pájaro, del viento y el agotador murmullo del fondo civilizatorio, aguardo tu nombre, Padre Mío, para seguirte y dejarlo todo.

Esa es la señal convenida.

Te quiero mucho Abbá.

5 comentarios en «Reflexiones sobre el final de unos tiempos»

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