Percepción asimétrica

No creo que nunca me haya visto a mí misma como me ven los demás. Me explico con una anécdota. Estábamos preparando en la Facultad de Filosofía, la obra de teatro “Efluvios de Azahar” una adaptación del “Sueño de una noche de verano” de William Shakespeare. Porque yo también hice teatro en los años 80 en la universidad. No es que yo estuviera estudiando allí, sino con el grupo de teatro. Era la época de las movidas estudiantiles y de las manifestaciones. 

El hecho, y voy ya a la anécdota, es que yo hacía un personaje que cojeaba y yo en mi papel, iba y me movía como creía que debía moverse una coja, pero el director me dijo que no, que lo hiciera más natural, sin exagerar. Y hubo un momento que me dijo: “Anda, solo anda, no pienses que estás actuando ni representando el papel de una coja. Sólo anda y recita tu texto”.

Digamos que ahí hizo mi cabeza un clip. Y me di cuenta de cómo me veían los demás, puesto que yo no tenía la percepción de mí misma cojeando, es que nunca la he tenido. Pero si pienso un poco y me pongo en el papel del otro, del que me ve a mí desde fuera, esa persona sí me ve a mí cojear. Es muy curioso. 

Pero supongo que con el tiempo te vas dando cuenta de tu asimetría, de que te apoyas más en un lado. Que ese lado aguanta más la carga de tu cuerpo, es como cuando montaba en bicicleta, si no lo pensaba, iba muy bien, pero si lo pensaba, me caía, ¿Por qué?  Porque me iba para el lado que compenso el cuerpo cuando ando, el izquierdo, pero si me iba para el lado derecho o apoyaba el pie derecho, me daba de bruces contra el suelo, porque el pie derecho, no tiene fuerza para sostener el cuerpo en movimiento, a esa velocidad. El caso es que siempre tenía que bajar de la bici, con el pie y del lado izquierdo, si no, la leche.

No tenía percepción de mi cuerpo, de lo que afectaba al día a día. Yo me daba cuenta, en estas pequeñas cosas, que no podía controlar la bici. El qué un niño te mirase, incluso te señalase por la calle, comentando con la madre, que cojeaba. Me daba cuenta a raíz de la percepción de los demás sobre mí. Pero yo no la tenía sobre mí misma, nunca me sentí coja, ni que fuera diferente. Siempre fui cabezota e iba con mi verdad por delante, haciendo lo que hacían los demás. Pero a mí no me salía como a los demás.

Os contaré otra anécdota

Estaba con mis amigas en Sevilla, en una sala de patinaje sobre hielo, y yo toda chula me lancé como las demás. A mí ni mis padres, ni nadie me decía, no hagas esto, o no hagas lo otro. Así que me puse a patinar y claro, no tenía equilibrio sobre los patines, y me caía, pero me levantaba y seguía, me volvía a caer, y me levantaba y otra vez. Hasta que mis amigas me convencieron de que lo dejara, y al final desistí. Pues este es mi proceder en la vida. Me caigo y me levanto. Pero tengo que desistir de algunas cosas.

Como de las oposiciones, ¡Cuántas veces me habré presentado!, que yo recuerde tres, y en blanco que me quedaba. Y con toda la vergüenza del mundo, me salí en la última vez sin entregar nada. 

Y me dedicaba a cuidar niños, pero en las entrevistas a guarderías, otra vez en blanco. Pero os contaré el remate de los remates. Me presenté a una prueba, que había que presentar un proyecto de una guardería para un gimnasio y me consta que lo hice muy bien. ¡Atención al dato… ! Y es que al salir me dicen: “Muy bien, ha presentado un proyecto de una guardería para trabajar por rincones y alternando transversalmente con trabajos por proyectos educativos, muy bien, ahora una última cosa, ¿Conoce alguien que le recomiende?” Y me dijo el nombre de una cofradía, y yo le dije que no. Y ahí se acabó mi papel en ese proyecto tan ilusionante y es que tienes que ir a todas partes con padrino, es la conclusión que saqué.

Os podría contar otro caso, en que estuve a punto de coger una guardería, incluso vivir allí, en la misma casa, pero necesitaba una socia, y la llegué a tener, pero por circunstancias no se quedó y yo tuve que desistir.

Otra situación de mala percepción al medir mis fuerzas, es que, me contrataron de educadora, junto a otra monitora en una casa hogar con ocho niños, un bebé en mi dormitorio. Primera vez que sales de casa de tus padres, a enfrentarte a una situación así. Duré quince días, acabé con la cara verde, de falta de hierro. Los niños, aquello, fue lo más cerca al infierno, que recuerdo. Los niños subidos a las cortinas, la comida no te dabas cuenta y el niño, lo había puesto debajo de la mesa camilla. Hasta un adolescente, me sacó un cuchillo para atacarme. De locos, una pura locura. Así que lo dejé, me fui enferma, física, y psíquicamente, por haber abandonado otra vez. 

Y es que mi percepción es asimétrica. 

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