ODIO A MUERTE ENTRE HERMANOS Una teoría sobre la guerra de Palestina

ODIO A MUERTE ENTRE HERMANOS

Los noticiarios nos tienen en vilo desde hace semanas. La espantosa guerra entre Palestinos y Judíos, comenzada por el terrible atentado de Hamas, tiene preocupados a la entidad política, y con intentos de conseguir un acuerdo. Sólo desde España, y por obra de la hipocresía y desvergüenza de todo el grupúsculo comunista que lidera esa ministra, para lograr sus nefastos objetivos.

Pero hay una cuestión que a los habitantes del llamado ‘mundo occidental’, centrado sólo en el bienestar económico-social e ignorantes y negadores (en su necedad) de cualquier referencia a motivos religiosos les es impensable que pueda haber motivaciones de ese otro orden. Pero si recordamos el sustrato religioso que caracteriza a los dos contendientes, nos percataremos de cuán difícil, si no imposible, va a ser lograr una paz entre enemigos seculares rebosantes de odio.

Recordemos la historia del origen de ambos pueblos. Hamas es el brazo armado (con el apoyo millonario de otros países musulmanes) del extremismo musulmán palestino. Pueblo descendiente del hijo bastardo de Abraham, de Ismael, hijo de Agar, la esclava de Sara, esposa infértil del patriarca.

Pero, hete aquí que Dios concede a ambos esposos ancianos un hijo, nacido de Sara, Isaac, en el cual se va a perpetuar el antiguo habitante mesopotámico, a quien Dios llama para iniciar la formación del pueblo elegido, del que nacerá el Mesías, el Salvador. Isaac es padre de Jacob, nombre transformado por Dios en Israel. Hermanos enfrentados, que se odian. En ellos está la raíz del odio a muerte entre musulmanes e israelíes, aunque haya cuestiones políticas de historia reciente, la creación del estado de Israel en territorio palestino.

Ambos pueblos tienen origen común, pero con un matiz de rencor a causa de la diferencia genética. Por tanto, el trasfondo de su interminable enfrentamiento lo estimo religioso y, en consecuencia, de muy difícil solución,

ISMAELITAS UNIFICADOS RELIGIOSAMENTE POR MAHOMA

El islamismo engloba una serie de clanes dispersos que hicieron su vida en los desiertos de Arabia y norte de África, que sólo la figura y la doctrina de Mahoma consigue fusionar y que se convertirá en una fuerza de enorme potencia, con furor religioso inspirado en su libro sagrado, el Corán. Sus avances son siempre a sangre y fuego, y así hubieran arrasado por completo la huella civilizadora del Imperio Romano cristianizado, de no haber sido frenados por la resistencia de los pueblos bárbaros, que asumieron el mensaje cristiano, tanto católico como arriano, de la que es ejemplo destacado la resistencia actitud de los hispanogodos de España.

En Oriente el islamismo logró conquistar a su fe el antiguo mundo mesopotámico y el norte de África. Fraguó el imperio otomano, sólo frenado en su propósito de dominar la Europa oriental y central por la cooperación de las naciones católicas, con la Santa Sede incluida y a cuya cabeza se sitúa el Imperio español, que rechaza el poder musulmán en la trascendental batalla naval de Lepanto y en el auxilio de Viena. El dominio musulmán queda concentrado en el próximo Oriente y el gran territorio de la civilización egipcia. Y es Palestina, el antiguo territorio del pueblo israelí, la zona donde se asienta definitivamente, tras la diáspora del pueblo judío derrotado por las legiones romanas.

Palestina acaba configurándose como la Tierra Santa para los cristianos y lugar santo para judíos, como Tierra Prometida, y para musulmanes también tierra santa, como descendientes de Abrahán, y que consideran a Jesús Nazareno como profeta, tras de Mahoma. Jerusalén es la ciudad santa, en la que conviven las tres religiones, que se estiman originadas en Abraham. Mas para los judíos es la tierra que Yahveh les concedió y que aspiran a recuperar, como han logrado en gran medida tras las dos guerras mundiales del siglo XX, territorios de los que han expulsado a los palestinos mahometanos, que son estimados por éstos como propios y cuya recuperación aspiran a conseguir.

Los acuerdos impulsados por las potencias occidentales, en especial EE.UU. a través de las grandes organizaciones internacionales establecidas para mantener en paz el mundo, como la ONU, no han logrado hasta hoy vencer la resistencia feroz del mundo musulmán en su intento de recuperar los territorios palestinos ocupados y colonizados por los inmigrantes israelíes que, en oleadas sucesivas, fueron adueñándose de lo que estimaban su antigua ‘tierra prometida’.

ISRAEL: EL “PUEBLO ELEGIDO” RECHAZA AL MESÍAS JESÚS

No vamos a entrar en detalles propios de libro. Por el Nuevo Testamento sabemos  cómo se comportó con Jesús de Nazaret la clase dirigente del judaísmo, con una cerrazón que no logró vencer la perseverancia del mismo Jesús. Causa desazón hasta el espanto seguir el que podemos llamar ‘proceso’ de oposición, hasta decidir su muerte y realizarla del modo más vil, a través de la autoridad romana. De modo que el pueblo ‘modelado’ por Dios, y del cual nace el Mesías esperado, de la descendencia de David, da la espalda y rechaza a ese ‘Enviado’, con muy escasas excepciones, como pueden ser las figuras de Nicodemo y José de Arimatea.

Pero pongamos la mayor atención en el dolorido proceder de Jesús a la vista de Jerusalén. El Maestro profetizó su absoluta ruina: “No quedará piedra sobre piedra” (Mt 24, 2; Mc 13, 2). La más grave de todas sus profecías la narra Lucas: “Cuando Jesús vio la ciudad, lloró por ella y dijo: <Si al menos supieras hoy lo que te trae la paz, pero no puedes saberlo porque está oculto para ti. Llegará la hora en que tus enemigos  te rodearán de trincheras y te atacarán por todos lados, te arrasarán a ti y a tus gentes; las piedas de tus edificios no quedarán una sobre otra. Todo esto pasará porque no reconociste la hora de tu visitación para salvarte> (Lc 19, 41-48).

La profecía se cumplió cuarenta años después: el 30 de agosto del año 70 d.C. las legiones romanas, bajo el mando de Tito, destruyeron el templo de Jerusalén y arrasaron e incendiaron la ciudad. Desde entonces el pueblo judío ha carecido de su patria ancestral y no ha tenido periodo alguno de paz. ¿A qué puede ser debido?

DIÁSPORA Y REUNIFICACIÓN DE ISRAEL

La enésima expulsión de los judíos de su tierra fue realizada tras su rebelión contra Roma y la derrota de su ejército por el del emperador Adriano, en el año 135 d. C. Es el fenómeno conocido como ‘diáspora’, que significa ‘dispersión’, y fue por todo el mundo hasta hoy. La más violenta experiencia de represión sufrida por el pueblo judío fue el “Holocausto”, perpetrado por la Alemania Nazi en sus campos de concentración y exterminio, en los que murieron seis millones de judíos.                                                                                                                                                                

Pero tal situación jamás ha sido admitida por los más fieles seguidores de la Ley de Moisés. La más sistemática de estas actuaciones, cononada con éxito, es la constitución del Estado de Israel. Entre 1882 y 1887 muchos judíos rusos se establecieron en Palestina y fundaron la ciudad de de Tel-Aviv, que es hoy la capital del estado israelí. Y comenzaron a crear ‘kibutz’, cooperativas agrícolas que instalaron campos de cultivo, con próspero resultado.

La custodia de Palestina fue encomendada a la Gran Bretaña tras la primera guerra mundial.  En abril de 1947 Gran Bretaña traspasó el problema de Palestina a la Asamblea General de las Naciones Unidas (la ONU), en la cual, el 29 de noviembre del mismo año, se votó la partición de Palestina y la creación de dos Estados, uno judío y otro árabe. Los judíos aceptaron la resolución internacional, pero los árabes no, y nunca la aceptarán. Este es el origen ‘moderno’ del conflicto permanente entra árabes e israelís, con guerras ininterrumpidas a lo largo de los años. La reciente acción criminal de Hamas, brazo terrorista de los palestinos árabes, tiene a la zona del Próximo Oriente en estado de guerra, que afecta igualmente a Siria y Líbano.

CONCLUSIÓN

No nos corresponde adentrarnos en los entresijos de este grave problema. Mas la superación de esta trama de tensiones la vemos sumamente difícil, si no hasta imposible. Aunque el mundo occidental, impregnado de laicismo que excluye sistemáticamente cualquier referencia religiosa, el fondo es de este carácter. Los palestinos árabes, con el radicalismo religioso que caracteriza al mundo musulmán, pretende la eliminación del Estado de Israel y la recuperación de la totalidad del territorio palestino. Y los israelíes defienden la primacía de su ‘Tierra prometida’.

Puro enfrentamiento de base religiosa, generado por un odio entre descendentes de hermanos de sangre. Pero la secular situación del pueblo de Israel, que no ha conocido la paz, tras haber recuperado el suelo de la antigua Canaán, el interminable acoso a que se ha visto sometido a través de siglos, ¿no podemos relacionarla con la amarga profecía de su rechazado Mesías Jesús, “al no haber reconocido al que le llevaba la paz”? (Lc 19, 42).

Arriesgada opinión, pero la realidad histórica de este pueblo que rechazó del modo más violento al único que podía procurarle una paz duradera nos permite aventurar tal conclusión.

Y más: ¿cabe aventurar que el pueblo israelita no conocerá la paz mientras no acepte a Jesucristo resucitado como el Mesías tanto tiempo esperado, que demostró con palabras y “signos” extraordinarios su carácter de enviado de Yahveh-Dios?       

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