Mahler y el drama de la existencia humana

Comenzamos una serie de reflexiones sobre el genial compositor Gustav Mahler, a quien podemos considerar como una especie de ‘filósofo’ que expresa su pensamiento a través de la música. Mahler nos comunica su ‘filosofía de la existencia’ en insuperables obras musicales, sinfónicas sobre todo, que superan los límites de la mera inspiración musical. Como estas reflexiones alcanzan cierta extensión, las ofrecemos en varios artículos, a los que daremos un título dentro del conjunto.

I. MAHLER COMO “FILÓSOFO EXISTENCIAL”

El genial compositor bohemio sobre el que vamos a reflexionar vivió en un periodo de la cultura europea que pertenece, como rasgo fundamental, a la corriente conocida como “existencialismo“.

Una forma de enfrentar la realidad que tiene como eje capital la consciencia del drama de la existencia humana en un mundo que ha perdido el sentido trascendente de la vida, pero a la vez se ve abrumado por la necesidad de dar sentido a su existencia más allá de la inmediatez de la perceptible.

Y Mahler encaja, sin duda, en ese contexto cultural y vital con la honda y trágica dimensión de sus composiciones.

Todo el drama, la tragedia de la condición del ser humano, el “arañar” ávidamente jirones de gloria, que se escapan entre los dedos sangrantes sin llegar a asirlos, expresión de su impotencia desquiciada.

Todo el oscuro arrebato, el rastreo de una esperanza vacilante y huidiza, la conmoción emocional que se traduce en hondos gemidos de ansia de ternura, siempre frustrada, como un anhelo imposible en este mundo.

Todo este amargo debatirse en la angustia y el espanto, a la vez que anhela y “sueña” con una esperanza trascendente.

Todo esto se ha plasmado genialmente en la música de Mahler, el profeta precursor de todo el turbulento siglo XX y el que ahora sigue.

Sus sinfonías, sus lieders y la Canción de la Tierra (un lied fantasmagórico, una sinfonía cantada) son clamores, alaridos a veces, de un buscador insatisfecho, de un profeta de catástrofes y un testigo de la postración del ser humano en el barro del que fue hecho.

Se volvió a hundir en el barro a causa de su insensatez, de fiarse de la mentira deslizada alevosa y sutilmente por el Gran Condenado, el Ángel del mal y padre de la mentira que, en su odio, ya visceral, a Dios, busca destrozar la obra suprema del Creador, el hombre.

Muchas de sus obras son lamentos de un nostálgico de plenitud y trascendencia.

No es lugar ni ocasión, ni este autor posee la formación musical adecuada, para hacer un estudio pormenorizado y técnico de sus obras.

Baste una visión de conjunto, con atención a sus rasgos más característicos, desde un enfoque, eso sí, de un “contemplador-oyente” cautivado durante años por esta música de rasgos difícilmente calificables y hasta descriptibles, a la que no hay más remedio que aludir en estos comentarios.

Mahler, músico-profeta escatológico

Alguien ha dicho que la música de Mahler es la expresión de un doliente buscador de Dios, mientras que la de Bruckner, contemporáneo suyo, es la del que ya lo ha encontrado.

No entraré en esta cuestión, solo diré que en Mahler hay movimientos sinfónicos en los que se aprecia ese ‘haber encontrado’ el ámbito divino en el que la persona se siente inmersa en una plenitud sin sombra de pesadumbre o tristeza. No en los adagios suyos, que son indefinibles gemidos de ansiedad, a la vez que de ternura acariciante.

Hay que acudir al final de las sinfonías 2 y 3, sobre todo al canto a la resurrección, final de la 2ª, con su esperanzada letra tomada de Klopstock. La impresión que se vivencia al recibir, fascinados, el sonido de lo que podemos designar como la “llamada” angélica al juicio (no tremendista, sino de insuperable sublimidad), a cargo de metales y maderas (¡esa flauta y oboe!), lleva a percibir como un abrirse los atrios del Empíreo. Todo el excelso tiempo final de la 3ª completa una visión todavía esperanzadora.

Éstas son músicas en las que el alma, zarandeada por sus temores -ahí está el texto de Nietzsche que entona la contralto-, anhela el deseo de una vida absolutamente feliz, lejos de este montón de escombros que es el mundo presente y de la miseria que es el mismo ser humano mientras discurre por el desierto de la existencia.

Nuestras aproximaciones tienen un carácter, más bien, psico-emocional que de teoría musical. En esta actitud y sin ánimo de “sentar cátedra‘” de experto, me atrevo a afirmar que nos hallamos ante un compositor a quien puede aplicarse sin duda y con mucha propiedad la designación de este segundo título, como músico-profeta escatológico.

La atenta y absorbente escucha de su música va afianzando esa convicción de que la obra de Mahler, empapada de dramatismo existencial, se configura como una “clamante” expresión del inmenso dolor de la vida y, a la vez, como aspiración a la existencia definitiva, liberada de la tensión angustiosa y angustiada que tienen su raíz en la vida humana, con toda su miseria, aunque también su belleza, y con el ansia irrefrenable de “un cielo nuevo y una tierra nueva donde reine la justicia” (2 Pe 3, 13)) y donde el hombre pueda gozar, sin temor a caer en alguna trampa siniestra tendida por el Tentador, padre de la mentira.

Los anhelantes adagios que se encuentran en varias de sus sinfonías (4ª a 6ª, y 9ª-10ª -único terminado-) no son más que el gemido radical que se escapa del “profundo centro” del alma en busca de un horizonte de excelsitud sosegada y plena de ternura, tal como se hallaría en la relación integral entre esposos, con ausencia de toda sospecha de fraude o timo hábilmente urdido por uno para “engatusar” al otro.

De ahí también los movimientos de lo que puede designarse como “música sarcástica”, en los que el autor se ríe de su propia sombra, escarmentado por los desengaños, como la infame traición de su mujer, la bellísima Alma, así como de la incomprensión que le rodeó ante muchas de sus sinfonías.

No sabemos si como respuesta o “contestación” a aquel mundo de sofisticada elegancia y pomposidad autocomplaciente que constituía el ambiente de la alta sociedad vienesa, como en la Alemania de arriba el berlinés de los prusianos, Mahler, ofrece esa música.

Con alardes inarmónicos, en los que proyecta un ácido sarcasmo hacia la imagen ideal de una época aparentemente feliz, poseída de inconsciencia de la desgracia que se avecinaba e iba a caer como violenta tempestad sobre todo su mundo.

Es la “burla” del vals vienés, el brillante despliegue de encanto bailable que nos ofrece cada primero de año la Filarmónica de Viene. Mahler, por así decir, lo disecciona y descompone atrevidamente..

Mas, por encima de todo, se alzan los tiempos larguísimos de marchas (en las sinfonias dos, tres, cinco y seis) con sobrecogedores acentos, que manifiestan la desazón y el pavor ante el fluctuante y desolador ritmo y cariz de la existencia.

Aspiración desgarrada, auténtico grito “De profundis clamavit” (Salmo 129), desde la hondura anímica de un judío de espíritu impregnado por la tragedia de su pueblo, que deviene aspiración ansiosa de redención definitiva, de arribar a ese Cosmos liberado de las detestables derivaciones de la culpa original.

Un comentario en «Mahler y el drama de la existencia humana»

  1. Qué va a decir un autor sobre su obra? Al reerla siento que estoy de acuerdo conmigo mismo.. He dicho mi verdad sobre Mahler y sobre el drama de la existencia. No se si otros coincidirán.
    .

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *