Cristina cerró los ojos y respiró hondo. Afuera, la lluvia no cesaba. Las calles de Catarroja ya no se distinguían bajo el torrente oscuro que avanzaba, arrastrando todo a su paso. El viento golpeaba las ventanas como un presagio, pero ella no podía permitirse el miedo. No con sus dos hijas abrazándole las piernas, ni con su marido intentando salvar lo que quedaba del primer piso.
—Mamá, ¿y los coches? —preguntó la pequeña con voz temblorosa, señalando hacia la calle donde, horas antes, habían estado aparcados sus tres vehículos. Ahora solo se veía el agua, impasible, devorándolo todo.
—No importan los coches, cariño —respondió Cristina, secándole las lágrimas con el pulgar—. Lo importante es que estamos juntos.
Pero la Dana no daba tregua. Pronto, la luz se fue. Después, el agua dejó de correr por los grifos. La casa, antes cálida, se convirtió en una isla fría y oscura. Cristina apretó los dientes. Como psicóloga, había ayudado a otros a superar sus crisis, pero ahora era ella quien necesitaba su propia fuerza.
—Vamos a hacer de esto una aventura —anunció, encendiendo una linterna bajo las miradas curiosas de sus hijas—. Acamparemos en el salón.
Y así lo hicieron. Con mantas y canciones, con risas forjadas entre el caos. Su marido, Manuel, improvisó una cocina con velas y latas. Comieron lo que tenían, contaron historias, y Cristina les recordó que las tormentas pasan, siempre.
Días después, cuando las aguas retrocedieron, el panorama era desolador: coches destruidos, pertenencias perdidas, recuerdos flotando en el lodo. Pero Cristina no se derrumbó. Con las manos en la tierra, ayudó a limpiar, a reconstruir. Sus hijas aprendieron que la felicidad no está en lo que se tiene, sino en lo que se es capaz de proteger.
—Somos como los árboles —les dijo una tarde, señalando un naranjal resistente a las inundaciones—. Nos doblamos, pero no nos rompemos.
Y así, entre pérdidas y nuevos comienzos, Cristina se convirtió en la heroína silenciosa de su propia historia. Sin capa, sin reconocimientos, pero con un corazón que el agua no pudo arrastrar.
FIN.
La fuerza del Agua
