Estancia en el monasterio de El Parral (Segovia) (II)

PRIMEROS OFICIOS Y CENA

Pero ahora hay que apresurarse. Se aproxima la hora de Vísperas, tal como explica la hoja que informa del horario de la Comunidad y normas de convivencia en el monasterio. Por ello, salimos de la celda y bajamos al claustro mayor. La visión que se nos ofrece de las dos naves del mismo es de una sobria grandiosidad. Sobre los poyos que cierran los arcos hay unas macetas de pilistras, que dan al recinto un alegre y austero aspecto. Por uno de los arcos se vislumbra la torre del monasterio, de forma cuadrada y coronada por flameros. Pero no podemos pararnos a contemplar esta sorprendente maravilla. Pasamos a celebrar Vísperas.

Muy cerca de la puerta de salida del ascensor se encuentra la capilla privada, con arco de entrada de estilo renacentista y reminiscencias goticistas. Entramos al interior de la capilla y. una vez más, quedamos absortos por la exquisita belleza del recinto, una dependencia de amplias dimensiones cuadrada y con oscuro artesonado, repleta de detalles que harían farragosa su descripción, por lo que nos limitamos a los más descollantes. Ante todo, la pared de cabeza. La preside el altar, una gran gran mesa rectangular, revestida de espléndido paño, en color acorde con la liturgias del día, rojo y oro, pues son ya Vísperas del día 9 de agosto, fiesta de Santa Teresa Benedicta de la Cruz, la gran filósofa judía Edith Stein, conversa al catolicismo, carmelita descalza y mártir, al ser muerta en cámara de gas en el campo de exterminio nazi de Auschwitz el 2 de agosto de 1942.

Esta pared de cabecera ostenta una capilla-hornacina en la que se halla una buena imagen del Crucificado, de estilo renacentista, de tamaño un tercio de lo normal. A sus pies está colocado el Sagrario, brillante obra metálica de neto barroquismo y dos copas del mismo estilo. A los lados de esta capilla se ofrecen dos imágenes muy significativas del cenobio: la primera, en pequeña hornacina cubierta por cristal, contiene la venerada y primitiva imagen en piedra, de estilo románico, de la Virgen de El Parral, que ocupó la antigua ermita cubierta por frondosa parra, que dio nombre al recinto. Es una pequeña escultura de no muy buen estilo, peo sí devota. A la izquierda tenemos una preciosa talla barroca en madera policromada, de San Jerónimo. Está de pie, semidesnudo, y lleva la capa del capelo cardenalicio en un brazo.

La capilla cuenta con sillería muy sobria, lisa, para monjes y huéspedes, y sus paredes se cubren con infinidad de lienzos y pequeñas tallas. También hay un ambón para las lecturas de la misa y Oficios corales, que se cubre con paño del mismo tejido del que tiene la mesa de altar. El cuidado con que se mantiene esta ornamentación litúrgica es extremado. De todo se ocupa el monje sacristán, que pone toda su atención hasta en los mínimos detalles.

Las Vísperas suelen durar en torno a media hora. Al terminar el rezo o canto semitonado todos los asistentes se dirigen en fila y en silencio hasta el refectorio, una amplia dependencia de trazado longevo, con mesas de grueso tablero alineadas a ambos lados, así como asientos en tablas adosadas a las pareces. Se cubre con un bello artesonado y en los huecos de las ventanas hay imágenes de San Jerónimo y antiguas vasijas hoy en desuso. En la cabecera del recinto preside un Crucifijo, a cuyos pies se sitúan los asientos y mesa del Prior y dos padres acompañantes.

Los asistentes han entrado en silencio y ocupan sus lugares, pero permanecen de pie para el rezo de la bendición de la mesa, cumplido el cual reciben del monje sirviente los alimentos de cada día, todos de sobrio carácter, pero bien condimentados. Una campanilla avisa del final de la refección y, todos de pie, rezan el acción de gracias. Si alguno no ha terminado de comer puede sentarse de nuevo para concluir su consumición, tras lo cual coloca los platos y cubiertos en un carrito auxiliar y se dirige a la salida. La pared opuesta a la cabecera la ocupan antiguas orzas y la preside una imagen de la Virgen del Pilar.

Tras la refección vespertina se celebra el oficio de Completas en la capilla. Es un acto breve que concluye con el canto de la Salve Regina, en latín y con la capilla a oscuras, salvo la hornacina de la Virgen de El Parral. Después salen los asistentes, a los que un monje asperja con agua bendita, y cada cual se retira a su celda, aunque hay posibilidad de pasear por el claustro o salir al jardín del mismo, no al parque exterior, cuya puerta se cierra al final de Vísperas.

Pero todo ello ha de hacerse en absoluto silencio, porque al terminar Completas comienza el tiempo que en el horario monacal se denomina “gran silencio”. Los monjes no hablan entre sí ni con los huéspedes, y se pide a éstos que respeten este periodo silencioso que dura hasta terminar el Oficio de Laudes del día siguiente. Ni siquiera se habla durante el precedente Oficio de Vigilias o de Lectura, en la madrugada. Si hay una necesidad imprescindible de comunicar algo se hace por señas o en voz muy baja junto al oído del oyente.

NOCHE DE MISTERIO

Se debe apuntar un magnífico dato ambiental. El claustro ha quedado en total oscuridad, aunque por breve tiempo se mantiene la luz de las esquinas y de dos capillas. Si es verano aún hay luz del día, pero sea como fuere la impresión de haber entrado en una ‘situación’ de auténtico silencio y retiro llenan el ánimo del huésped, quien se retira a su celda.

Retiro a la celda, en efecto. Mas el monasterio de El Parral ofrece en este momento y hasta la media noche, un, digamos, ‘espectáculo’ fascinante en el que vibra el misterio sagrado: la visión de los monumentos segovianos que se divisan desde las ventanas, destacados por su iluminación artística; algo que causa un fuerte impacto en el espíritu del huésped, que se siente impulsado a permanecer en silenciosa contemplación de tamaña belleza.

Enmarcados por el perfil de la ventana vislumbramos, contrastada con la oscuridad nocturna, la elegante catedral segoviana y la esbelta torre románica de San Esteban. Las escasas luces de la población marcan una discreta línea de la que sobresale la torre de San Andrés. El frondoso follaje que cubre la ladera queda en una penumbra que le presta gran encanto. Esta visión maravillosa suscita la silente admiración del huésped, que entra en el sueño envuelto en el aura de tan sobrenatural ambiente.

UN DÍA EN EL MONASTERIO

La jornada monástica se inicia muy temprano. El Oficio de Lecturas o de Vigilias es a las 6:00 de la mañana, algo que en tiempo de otoño e invierno implica la oscuridad total. A las 7:00 se celebran Laudes, seguido de un tiempo de oración, y a las 8:00 es la Tercia, sólo 10 minutos, tras la cual se tiene el desayuno en el refectorio, igual que todos los demás periodos de comida. Un monje reparte pan tostado y mantequilla o quesitos, y llena los cuencos con café y leche.

Tras el desayuno comienza el tiempo de trabajo para los monjes. El huésped puede optar por permanecer en la celda, con la vista del hermoso paisaje, o salir al extenso parque, jardín y huerta. Este amplísimo espacio, que incluye un largo pasillo que estuvo cubierto por pérgolas con parras, posee también un singular tesoro: el agua. La abundancia de manantiales es tal en el Parral que hay numerosas fuentes y, sobre todo, un magnífico estanque que mantiene un gran surtidor en el que el agua brota de la boca de un león de pétreos rizos tallada en granito. Este animal es símbolo de San Jerónimo y lo encontramos representado en numerosos lugares del monasterio.

El estanque se halla delante de una gran terraza cubierta por un toldo, donde se encuentran sillones y mesas para estar. Lo rodean árboles diversos, que prestan su variado verdor, contrastado por rojizos prunos, que dan al conjunto un encanto de tal magnitud que el huésped puede sentirse movido a permanecer en sosegada contemplación; al fondo se muestra la ancha mole vegetal de la ladera que asciende hasta Segovia y sobre ella la visión asombrosa de la catedral y torres de la ciudad, así como el Alcázar; una perspectiva de tal belleza que basta para encandilar el ánimo del contemplador, a lo que se añade el delicioso rumor del agua que surte el estanque.

Esta contemplación, que se puede alternar con la lectura o un paseo por el extenso pasillo de las antiguas pérgola, puede durar hasta cerca de las 13:00 horas, en que se celebra la Misa conventual en la capilla privada. No es obligación asistir, pero se espera que el huésped participe de ella, como normalmente sucede, y se toma la comunión, que ofrece el celebrante en las dos especies.

Terminada la misa se dirigen al refectorio para el almuerzo, con idéntico modo que la cena de anoche y tras el cual se retiran. Es el tiempo de descanso en el que el huésped debe permanecer en su celda y tiene oportunidad de dormir una siesta.

La tarde puede pasarse en la misma habitación o pasear por el claustro, o volver a salir al parque. A las 19:00 hay tiempo de oración en la capilla y media hora después el canto de Vísperas. Con este acto empalmamos con la tarde de llegada.

Los domingos y festivos hay una pequeña variación: la misa conventual se celebra a las doce del mediodía, en la iglesia mayor, abierta al público. Es la oportunidad de admirar la monumentalidad del templo, de estilo gótico del siglo XV, con bóvedas de crucería, y el impresionante retablo renacentista, en cuyo centro luce la imagen de singular belleza de la Virgen, con el Niño en su falda. Y a los lados del mismo los arcosolios sepulcrales en mármol con las esculturas orantes del Marqués de Villena y María de Portocarrero, su segunda esposa.

CONCLUSIÓN: PLENITUD EXISTENCIAL

El tiempo en el monasterio transcurre de idéntica manera todos los días. Podría parecer un tanto monótono, pero la vivencia de este ambiente silencioso y empapado de paz hacen de esa vida una experiencia de auténtica renovación integral.

Aquí concluimos nuestra descripción. La vida del monasterio está nimbada y empapada por una realidad profunda: el silencio. Todo cuanto hemos expuesto se encuentra lleno de este factor que propicia la contemplación, la meditación o el descanso sereno, con el atractivo de la visión del paisaje segoviano y el rumor delicioso del agua en los surtidores.

Todo ello infunde en el ánimo del huésped una honda sensación de paz que supera en mucho lo que pueda experimentarse en otros ámbitos que promuevan el descanso. Repetimos: es toda la persona la que se renueva desde lo más profundo de su interioridad. Es la plenitud del misterio sacro, que impregna el alma y sosiega el cuerpo. Experiencia inolvidable que despierta la gratitud a Dios y el deseo de volver a vivenciarlo.

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