Para hablar o escribir sobre esta experiencia se puede proceder con dos enfoques: uno, haciendo la mera descripción del lugar y sus características ‘tópicas’. Es un modo sencillo y ‘directo’, que proporciona información al lector.
Pero también se puede expresar la vivencia tenida en sus dimensiones profundas: ¿Qué se ha experimentado interiormente, qué tipo de sentimientos ha suscitado la estancia y sus diversos aspectos?. Este segundo enfoque es más complejo, pues precisa acudir al recuerdo y al mundo interior. Para empezar, seguiré el primer enfoque, y después vendrá el segundo, que puede utilizar, aunque no sea imprescindible, lo descrito anteriormente.
INTRODUCCIÓN HISTÓRICA
En la preciosa y monumental ciudad castellana de Segovia se encuentra este monasterio, resto único del poderío que tuvo la Orden Jerónima en la España de fines del Medioevo y la Edad Moderna hasta la ignominiosa tragedia de la expulsión de los monjes (como en todos los monasterios españoles sucedió) y desamortización (robo legal), planeada y realizada por la turba anticristiana, alimentada por la Ilustración francesa y su hija predilecta, la Masonería, en el nefasto siglo XIX, más exactamente para España, entre 1835 y 1844, llevada a cabo por Juan Álvarez de Mendizábal.
Una singular característica de la Orden de San Jerónimo, titular de monasterios que fueron joyel de la Corona de Castilla en su origen (siglo XIV-1373-, y, después, de la Corona de España, por ejemplo los de Lupiana, Guadalupe, El Parral y El Escorial), es que dicha Orden renunció a establecerse en la Nueva España, la América descubierta por Colón, como tampoco quiso extenderse por Europa. Los jerónimos fueron una Orden estrictamente española.
Esto supuso un serio perjuicio ante la tragedia de la desamortización. La carencia de monjes en ámbitos exteriores a la Península Ibérica, afectó muy negativamente al restablecimiento de la Orden tras la desamortización, ya hacia finales del siglo XIX. La renovación de monasterios y comunidades de benedictinos y cistercienses en ese periodo fue obra de monjes procedentes sobre todo de Francia e Italia. Mientras que los jerónimos no hallaron quienes restauraran algunos de sus monasterios. Sus monjes, o habían fallecido o estaban muy ancianos para intentar resucitar la Orden.
Fue bastante entrado el siglo XX, 1925, cuando se consigue restaurar el monasterio de El Parral, en Segovia. Tuvo una decisiva importancia la intervención de la Abadesa de las monjas jerónimas de Santa Paula, en Sevilla, Sor Cristina de Arteaga. Pero la Guerra Civil, con el asesinato en Paracuellos del primer Prior del monasterio de El Parral, fray Manuel de la Sagrada Familia, dio al traste con el intento, hasta el año 1969, en que se restauró dicho monasterio. En ese siglo los jerónimos llegaron a tener cuatro monasterios: El Parral, Yuste, San Isidoro del Campo, en Santiponce (Sevilla), y en Jávea (Alicante). Pero la carencia de vocaciones ha impedido la continuidad de la mayoría y obligó a cerrar, sucesivamente, tres de ellos, el último, en el año 2009, San Jerónimo de Yuste, histórico recinto donde el Emperador Carlos V se retiró en 1556 y pasó año y medio en el sencillo palacio que se hizo construir dentro del monasterio, hasta su muerte en septiembre de 1558. En la actualidad sólo permanece abierto el monasterio de Santa María de El Parral, en Segovia, pero con una Comunidad muy reducida, de siete monjes, la mayoría ancianos, más un oblato aspirante.
EL MONASTERIO DEL PARRAL (SEGOVIA). ORIGEN Y VIDA
El monasterio de El Parral posee en funcionamiento una hospedería reservada sólo a varones. Se puede visitar una pequeña parte del recinto, vestíbulo de entrada, claustro inmediato y compás. Las demás dependencias, desde el claustro mayor hasta los jardines y huerta, tienen carácter de clausura, reservada a monjes y huéspedes, aunque los que viven fuera, incluso mujeres, pueden asistir a la misa conventual diaria en la capilla privada. En domingos y días festivos la misa se celebra en la gran iglesia monacal, un monumento de gran belleza, en estilo gótico.
El monasterio tiene su origen en el interés del príncipe Enrique de Trastamara, heredero del Reino de Castilla, luego Enrique IV. En el exterior de la ciudad de Segovia existía una pequeña ermita en la que se veneraba una imagen en piedra de la Virgen con el Niño, conocida como Santa María de El Parral, por la frondosa parra que cubría la ermita. El príncipe Enrique se prendó del lugar y quiso fundar una monasterio en donde descansaran sus restos. Mas como no tenía, por ser menor, la condición de príncipe heredero, no podía disponer de bienes para adquirir el terreno. Entonces acudió a su privado, el poderoso Marqués de Villena, don Juan de Pacheco, que apareció como valedor de la compra de un amplio espacio, propiedad del Cabildo Catedral de Segovia, en donde estaba la ermita. Y así consiguieron adquirir el terreno y fundar el monasterio, que confiaron a la Orden de San Jerónimo. La fundación data del año 1447.
El monasterio de Nuestra Señora de El Parral fue uno de los más importantes de la Orden. El Marqués de Villena acabó quedándose con el mismo y sustrayéndolo a la propiedad del rey Enrique IV. Actualmente, en la iglesia monumental se encuentran los restos del enredador marqués, que tuvo fama de nigromante, y su segunda esposa, María de Portocarrero, ambos en monumentales arcosolios a cada lado del espléndido retablo mayor, mientras que el rey Enrique IV se halla sepultado en otro ilustre monasterio jerónimo, Santa María de Guadalupe, junto a su madre, Dª María de Aragón, primera esposa de Juan II. El cenobio segoviano es el único que tiene la Orden Jerónima en el mundo.
ESTANCIA COMO HUÉSPED.
El acceso al monasterio no ofrece problemas. Se encuentra en la carretera que bordea la ciudad de Segovia, en la cual se hallan, además, el antiguo convento de Santo Domingo, hoy recinto universitario, el convento de San Juan de la Cruz, de los carmelitas descalzos, donde se encuentran la mayor parte de los restos del Santo (la otra parte de halla en Úbeda (Jaén), donde murió), y el santuario de la Virgen de la Fuencisla, Patrona de Segovia.
LLEGADA Y ALOJAMIENTO
Hay que dejar la carretera para virar hacia el recinto de la antigua fábrica de moneda, La Casa de la Moneda. El trayecto pasa por un puente sobre el río y asciende hasta la puerta del monasterio y la gran fachada de la iglesia monacal. El huésped debe haber advertido de su llegada, para evitar demoras. Se identifica y nada más abrirse la puerta, entramos a un gran vestíbulo, abierto en su lado derecho por una gran arcada triple, junto a un estanque alimentado por un surtidor que mana agua continuamente. Es la primera gran sorpresa, la abundancia de agua en fuentes y estanques, gracias a los numerosos manantiales allí existentes.
Pero hay más en este momento de entrada. La arcada que hemos mencionado, junto a cipreses que bordean el estanque, se abre a la vista parte de la ciudad, con la espléndida arquitectura del Alcázar, ese castillo de cuento de hadas, residencia favorita de la reina Católica.
Pero no es momento de detenerse a contemplar este maravilloso paisaje. El monje que nos recibe ha tomado nuestra maleta y pasa al claustro plateresco, que se abre a la izquierda, un bello recinto de dimensiones no muy amplias, que luce columnas renacentistas, que recuerdan los claustros de Yuste. Seguimos al monje y pasamos por un compás repleto de pinturas, vitrinas con escenas navideñas, y otro mobiliario, entre el que destacan dos sillas corales de muy alto respaldo y dosel de crestería (fueron las sillas priorales del coro gótico primero, hoy desaparecido). Allí se abre la puerta de la clausura y otra acristalada que deja ver el claustro mayor, al que accedemos sin pararnos, mas fascinados por la noble arquitectura de arcos de medio punto que conforman las extensas galerías, en las que se abren portadas de diversas estancias, en su mayoría de florido estilo gótico Isabel (no olvidemos que estamos en un recinto comenzado a finales del siglo XIV), aunque algunas son sencillos arcos ojivales y con detalles mudéjares (la fábrica en ladrillo)
El monje nos lleva a una de las puertas ojivales, la que da entrada al pequeño vestíbulo donde se halla el ascensor que sube hasta la segunda planta, ocupada por las celdas de la hospedería y vivienda del P. Prior. En un largo pasillo se abren diez puertas, tantas como celdas oferta la Comunidad. Y ya el monje ha abierto la que corresponde a nuestra celda y deja allí nuestra maleta.
DE SORPRESA EN SORPRESA
El monje ha dejado la pequeña maleta sobre una banqueta junto al armario. Estamos en la celda, palabra que evoca sobriedad, como podemos comprobar al ver el escueto, aunque suficiente mobiliario: El armario junto a la aludida banqueta, de estrechas dimensiones, una cama en la que se encuentran la ropa para cubrirla y dos toallas y una mesa de trabajo sin estantes ni cajones, un sillón cómodo y fuerte y una mesita junto a la cama. Hay pocos lugares donde colocar alguna pertenencia, salvo dos cajones en la parte baja del armario. Sobre la mesa se encuentra una lámpara flexo, una Biblia y tres libritos sobre el monasterio y su mártir fundador, hoy beatificado.
Mas la sorpresa que nos cautiva es la visión que se ofrece desde las dos ventanas de la celda. Avistamos maravillados el frondoso boscaje de la ladera que asciende hasta la ciudad antigua, y en lo alto, divisamos la imagen de la catedral de Segovia y, a su izquierda la elevada torre de la iglesia de San Estaban, la más bella del patrimonio románico de la ciudad. Un tanto a la derecha asoma sobre el caserío la torre de San Andrés, también románica, con chapitel de pizarra. Una visión que tendremos durante todos los días, y que, en la noche, destaca por su iluminación artística, que perfila las arquitecturas sobre el oscuro cielo.