Soy una niña que lleva el desierto en la piel,
el eco de las dunas y el susurro del café.
Viajo por Europa con mis trenzas al viento,
con un corazón que late entre dos mundos,
entre dos lenguas que se entrelazan como raíces.
En mi mochila guardo los cuentos de mi abuela,
las estrellas que brillan sobre el oasis,
y el olor a pan recién horneado en el mercado.
Pero también llevo preguntas,
porque el mundo es grande y yo soy pequeña,
y quiero entenderlo todo.
En cada ciudad, veo mujeres fuertes,
que caminan con pasos firmes,
que alzan la voz en idiomas que no conozco,
pero que siento en el alma.
Mujeres que construyen puentes,
que rompen silencios,
que enseñan a sus hijas a volar.
Y pienso en mi madre,
en sus manos curtidas por el sol,
en su risa que es como un río en el desierto.
Ella me dijo:
“No dejes que nadie te diga que no puedes,
porque tú eres el viento que mueve las dunas,
el fuego que ilumina la noche.”
Hoy, en este día de la mujer,
miro al horizonte y siento que el mundo es mío,
que soy parte de algo grande,
de una cadena de mujeres que luchan,
que sueñan,
que no se rinden.
Soy una niña árabe que viaja por Europa,
con el desierto en el alma y el futuro en mis manos.
Y sé que, aunque el camino sea largo,
yo también seré viento,
yo también seré fuego,
yo también seré libre.
Porque soy mujer,
y en mí llevo la fuerza de todas las que vinieron antes,
y la esperanza de todas las que vendrán después.