EL DESTINO DE LOS “BUENISTAS”

1. El problema: la proliferación de individuos que abandonan la fe recibida

La relevancia y eficacia del proceso de secularización, emprendido desde los ámbitos del laicismo anticristiano, hijo de la Ilustración y nieto del luteranismo, con la masonería al frente (que nadie dude de esto último), es un fenómeno actual, típicamente socio religioso, que ofrece una enorme cantidad y variedad de facetas, dignas de comentario y adecuadas para llamar la atención de los que duermen en su “dolce farniente” actitud existencial. Son los cristianos que integran el amplio grupo de los “pasados por agua” en contraste y frente a los “bautizados”.

Uno de estos fenómenos lo constituyen grupos, individuos y entes sociales que pululan en especial por las antiguas latitudes cristianizadas de Occidente. Han venido a ser “neopaganos”, aunque ellos ni lo sospechen a causa de su desinformación, que en buena medida se hallan “trufados” por dos de las más viejas herejías cristianas: el arrianismo (siglo III), negadora de la divinidad de Jesucristo y su consustancialidad con el Padre (al que, por tanto, reducen a un “personaje importante de la historia”, estupidez que se atrevió a decir un científico como repuesta a la pregunta similar a la de Jesús a sus discípulos; “Y vosotros, ¿Quién decís que soy yo?”). Neoarrianismo evidente.

La otra herejía, coetánea de la anterior, es el pelagianismo. ¿No hay pecado original, y, por tanto, no hay necesidad de redención? El gran Agustín de Hipona combatió con pasión, brillantemente, esta herejía, que hoy parece haber “renacido” entre los apóstatas cristianos “buenistas”, junto con la anterior.

2. El “cuño” cristiano y la mente obnubilada

Es sorprendente observar a estos sujetos del “buenismo” neopagano, neognóstico, ‘neoherético’ o ‘newagista’. Cómo crecieron con una educación y costumbres (en gran parte familiares) que imprimió a su espontáneo modo de actuar un “cuño”, una “impronta” totalmente cristiana, “católica” (para más precisión y en evitación de confusión terminológica, pues numerosas confesiones heréticas -en los USA prosperan como hongos- se estiman y denominan “cristianas”, cuando lo primero que hacen es negar a Cristo como Viviente resucitado).

Pues bien, insistimos: estos “novedosos” apóstatas han desarrollado un comportamiento de signo católico. Son irreprochables en su conducta. Con toda espontaneidad y sin el menor esfuerzo realizan su vida ateniéndose a lo que llamaríamos “buena moral cristiana” o, simplemente, a un “estilo” de “buenas personas”.  

Sin embargo, en un tiempo más o menos reciente de sus vidas, se han separado de todo lo que se conoce como “práctica religiosa” coherente con la fe. Desde luego cabe observar que, ejerciendo una actitud irresponsable, han dejado de lado la “formación” y el “estudio” que permiten mantener vivos los conceptos de la fe católica. Mientras se afanan en prepararse para el buen ejercicio de su profesión, mediante el recurso a los medios que mantienen “al día” sus cuestiones profesionales, han dejado de leer y reflexionar los evangelios y demás textos del Nuevo Testamento, que son los que les dan la información y criterios coherentes con la fe.

Por supuesto (y ello es tan grave que los sitúa en una “condición de vida” que entra en los mandamientos de la Iglesia y pertenece al “ámbito” de lo que se llama “pecado mortal”). También han abandonado la participación en la vida sacramental (que es el alimento existencial, como lo es la comida para el cuerpo), que se concreta, sobre todo, en la Santa Misa y la recepción del Cuerpo y la Sangre de Cristo sacramentados. Ignoran que el contacto permanente con estos medios es tan necesario como el que estiman con los que mantienen su competencia profesional. 

Por tanto, su pérdida de la fe es un acto voluntario, de carácter “culposo” y “culpable”, un acto irresponsable, que es de suponer les será imputado en el momento del juicio que se realiza en el mismo instante de la muerte. El morir en esta situación de separación de la fe, o sea, de Cristo y de Dios, constituye la opción definitiva (igual que la opuesta actitud de pensamiento y vida de vivir según la fe) que marca irrevocablemente sus vidas y los sitúa en “estado” invariable para toda la eternidad, en un “siempre” fuera del tiempo.

3. El “juicio” de la Sagrada Escritura, que es “palabra de Dios”

¿Ofrece algún texto bíblico el “juicio” y la “calificación” que merece este comportamiento de los sujetos “buenistas”? Sin duda alguna; hay más de uno, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. Los primeros se hallan expresados con todo rigor en un salmo y el libro de los Proverbios. Así, el salmo 91, un texto de alabanza, contiene un versículo con la doble calificación: “Es bueno dar gracias al Señor y tañer para tu nombre, ¡oh Altísimo!…..¡Qué magnificas son tus obras, Señor, qué profundos tus designios: El ignorante no los entiende ni el necio se da cuenta” (Salmo 91, 1, 5-6) En cuanto al libro de los Proverbios: “Dice el necio en su ignorancia: ‘No hay Dios’” (Pr 12, 23). Doble calificativo, que es un solo  concepto reiterado: “Ignorante” y “Necio” (del latín = “Ne” -No-, “Scio”- “Sabe”: el que “no sabe”, el “ignorante”, por tanto). No es preciso el comentario.

En el Evangelio de Juan hay unas frases de Jesús, uno de esos “Yo soy”, suyos, tan clásicos en el cuarto evangelio: “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no camina en tinieblas” (Jn 8, 12). “Caminar en tinieblas” es como “ignorar”, “no entender”. Es la equivalencia a la necedad e ignorancia del salmo 91. A este respecto podemos recordar un antiguo dicho sobre el saber y la salvación: “Al final de la jornada -la muerte- aquél que se salva, sabe; el que no, no sabe nada” ¿De qué sirven todos los “saberes”, los conocimientos? Se puede, tal vez, tener mucho “saber”, pero no “sabiduría” cuando se abandona la relación con Cristo y con Dios, porque “El temor del Señor es el principio de la sabiduría” (Pr 1, 7).

4. ” Buenismo” y salvación

Vamos, por fin, a la cuestión capital de toda esta reflexión. Se trata, nada menos que de la salvación, el único “negocio” en el que se gana o se pierde definitivamente algo de valor absoluto.

Pero ¿en qué consiste eso de “salvarse”? ¿De qué se “salva” uno y se gana un premio, repetimos, de valor absoluto?

Si prescindimos de todos los detalles “accesorios”, ser y estar salvado no es más (ni menos) que vivir definitivamente en estado de amistad con Dios, en su presencia (“Lo verán cara a cara” -Apoc 22, 4-). El capítulo 22 del Apocalipsis revela, como es su título, mucho de lo que será el Cielo y la vida de los salvados. De los salvados ¿de qué?: De la ausencia total de un Dios al que ya se conoce, y permanecer en las “tinieblas y sombra de muerte” (Lc 1, 79) de que vino a sacarnos Jesucristo, Jesús de Nazaret resucitado, a costa de su sangre en espantosa muerte de cruz.

Ahora nos preguntamos: ¿De qué les ha servido todo su “buenismo”? No hay respuesta, entramos en el misterio de la Providencia de Dios, que es amor, pero que respeta la libertad del hombre de optar por aceptarlo o rechazarlo. Imposible saber nada, salvo la dolorosa realidad de quedar fuera de la presencia y amistad de Dios, de Jesús, María, santos y ángeles.

De los que no han conocido a Cristo se dice que una vida según la “ley natural” les servirá para salvarse. Pero ¿y los que lo han conocido y lo han rechazado por descuido más o menos voluntario o creencia de que su inteligencia es capaz de conocer toda la realidad? Como respuesta al misterio sólo tenemos un texto sagrado, los versos del Salmo 48: “Este es el camino de los confiados, el destino de los hombres satisfechos: son un rebaño para el abismo, la muerte es su pastor y bajan derechos a la tumba… El hombre rico e inconsciente es como un animal que perece” (Salmo 48, 14-15, 21). Nada grato, pero eso dice la palabra de Dios revelada. Confiemos en el perdón.

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