De la cabeza a los dedos

Luis Arroyo Galán-Inventor de la Telemática

La primera revolución industrial tuvo su cuna en la Inglaterra del siglo XVIII. Cien años después, pero al otro lado del Atlántico, se sentaron las bases de la actividad mercantil.

El hombre del manguito

El transporte y las telecomunicaciones impulsaron el desarrollo económico. Facilitaron el movimiento de las materias primas, y asegurar la rápida comunicación oral y escrita. El ferrocarril y el teléfono fueron los auténticos motores de la economía mundial del final del siglo XIX, y de la trepidante actividad mercantil que la acompañó.

Toda transacción comercial solía quedar recogida, de una u otra forma, en documentos de muy distinta naturaleza, en los que el guarismo era el rey indiscutible. Tanto la compra de un alfiler como la venta de un transatlántico se registraban en los diarios de las empresas.

Posteriormente los contables se dedicaban a realizar las largas y tediosas operaciones de cálculo. Con ellas había que asegurar unos correctos y fiables balances en los que quedara debidamente reflejada la situación patrimonial del negocio. El desarrollo económico trajo consigo la proliferación del personal administrativo.

La literatura en general, y las novelas de Mark Twain en particular, nos han legado una vívida imagen del “hombre del manguito”, siempre inclinado sobre un grueso libro en el que no para de hacer anotaciones. Los errores acarreaban funestas consecuencias para el que los cometía. Aquellos oficinistas se pasaban la mitad de su agotadora jornada de trabajo a la caza del error detectado.

Si las cadenas de producción dejaban exhaustos a los obrero que trabajaban en ellas, las odiosas tareas del cálculo manual enviaron a más de un contable a los aledaños de la locura.

Un mecánico tenaz

La monotonía y el aburrimiento de su trabajo fue lo que, en 1882, inspiró a un joven tenedor de libros la construcción de un mecanismo de calcular seguro, rápido y fácil de usar. Le hicieron falta casi dos décadas de continuado esfuerzo para alcanzar el éxito. Al final William Seward Burroughs triunfó, y así pudo establecer las bases de una empresa que luego se convertiría en gigante de la fabricación de ordenadores.

Nacido en Rochester, el 28 de enero de 1857, Burroughs no pudo acudir a la universidad, pues, cuando finalizó los estudios primarios, su padre le colocó en un establecimiento bancario. La vocación de ingeniero de nuestro protagonista tuvo que permanecer dormida durante algún tiempo.

A la edad de veinticinco años contrae una enfermedad que obliga a su familia a mudarse a tierras mas cálidas, y a él se le da la oportunidad de dedicarse a la mecánica. Consciente de su falta de formación teórica, pensó que un taller podría enseñarle lo que necesitaba para construir su máquina. De esta forma entró a trabajar en la Boyer Machine Co.

Después de su jornada laboral, Burroughs solía pasarse tardes y noches enteras afanándose en la construcción de un utensilio. Tendría que ser capaz  de registrar cantidades sobre un papel, sumar estas cifras y arrastrar un total que pudiera imprimirse en cualquier momento sin más  que pulsar una tecla.

Basándose en los diseños  de Door Eugene Felt, y con el dinero que le prestó un comerciante consiguió fabricar, en 1884, su primer modelo. Fue un completo fracaso y dejó sus bolsillos exhaustos. A pesar de que su segundo intento tampoco funcionara, registró algunas patentes y fundó la compañía American Arithmometer Co.

Al final llegó el éxito del teclado

Presionado por sus accionistas, lanzó al mercado un modelo de forma un tanto prematura, y enseguida se vio en la obligación de retirar el medio centenar de equipos vendidos.

Después de setenta y dos horas de trabajo ininterrumpido, superó el problema mecánico que le había hecho fracasar. Unos años más tarde terminó su Adding and listing machine. Superadas no pocas dificultades de comercialización, el ritmo anual de ventas sobrepasó  las setecientas unidades.

Habiendo realizado su sueño, Burroughs se retiró a Citronelle  (Alabama), donde falleció de tuberculosis a la edad de cuarenta y un años.

Gracias al talento de este ingeniero incansable, los teclados serían una constante en los equipos de oficina, en los que el dedo proporciona los datos a la máquina. El empleado queda libre de la tediosa labor del cálculo mental repetitivo.

La pantalla y el teclado se han convertido en nuestra auténtica vía de comunicación con el mundo virtual,

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