Sesenta años sufriendo depresiones, no me han impedido desarrollar mi carrera profesional en quince puestos ejecutivos de alto nivel en diferentes multinacionales, empresas nacionales y Fundaciones.
Teleproceso y primeras depresiones
Como ingeniero de sistemas de Bull-GE y por mis titulaciones de teleco e informático, se me encomendaron a mediados de los 70’s la dirección de los proyectos de teleproceso bancario de la Caja de Ahorros de Valencia y del Banco de Vizcaya.
Los varios meses de duración de estos proyectos me obligaron a trasladarme, con mi mujer y mi hijo primogénito, en el primer proyecto a Cullera (Valencia) y en el segundo a Algorta (Vizcaya).
En Algorta, y sin razón aparente alguna empecé a tener dificultades para conciliar el sueño a partir de las dos o tres horas de haberme acostado. Después de dar muchas vueltas en la cama, siempre acababa por levantarme. Para no hacer ruido y no despertar a la familia me sentaba en la tapa del inodoro y me dedicaba a leer, una y mil veces, el nombre de los productos de higiene ubicados en las estanterías del cuarto de baño.
A los pocos días, el insomnio comenzó a venir acompañado de una sensación de angustia y encogimiento de estómago, insoportables y de bastante duración.
Los despertares comenzaron a hacerse duros por la falta de sueño y la angustia depresiva. Casi imposible concentrarme en el proyecto porque los negros pensamientos me lo impedían. Era plenamente consciente que todo el trabajo lo estaban desarrollando mis colaboradores y que mis aportaciones no aparecían por parte alguna.
Tristeza, apatía, pensamientos negativos, impotencia ante la enfermedad, estómago encogido, miedo, mente vacía y toda una serie de malas sensaciones difíciles de describir pero sufridas con intensidad.
La angustia desaparece de la misma forma en que llega, totalmente inesperada. En esos momentos te invade una gran sensación de paz y semi alegría. Con el tiempo esta tranquilidad va quedando ensombrecida por la seguridad de que la angustia volverá.
Al cabo de unos tres meses le pedí a mi jefe que me relevara de mis funciones porque el proyecto estaba ya encauzado y mis depresiones iban en aumento. Tuve la suerte de que con esta persona había desarrollado una buena relación de amistad y pude contarle con claridad lo que me estaba ocurriendo.
De quirófanos y psiquiatras
Al volver a Madrid los periodos depresivos iban en aumento y había que ponerles freno.
Hacía un par de años había sufrido una trepanación para extraer la sangre almacenada entre el cráneo y la duramadre, producida por la rotura de un vaso sanguíneo a consecuencia de una infortunada caída. Consultamos al cirujano que me operó si mis depresiones podrían estar causadas por aquella intervención. Su respuesta fue contundente y negativa.
A través de una psicóloga, que no podía ocuparse de mi enfermedad por nuestros lazos de amistad, entré en contacto con un psiquiatra que me introdujo en la terapia de grupo que él practicaba con sus pacientes.
La no resolución de mi problema llevó a este especialista a recomendarme un tratamiento psicológico.
Sesiones de psicoanálisis y pastillas
Empecé con dos sesiones por semana. Cincuenta minutos tumbado en el diván del psicoanálisis, con el psicoanalista sentado por detrás de mi cabeza. Estas ubicaciones permiten que el paciente se sienta en soledad consigo mismo, lo que facilita la exposición de sus pensamientos, sensaciones y hechos concretos. A la consulta suele acudirse bastante deprimido pero con la esperanza de salir en paz y armonía, lo que no siempre sucede.
A poco de empezar las sesiones, el psicoanalista me recomendó un psiquiatra para que se ocupara de recetarme y controlar la medicación más adecuada.
Durante la terapia de grupo ya me habían recetado Valium, fármaco que tiene efectos tranquilizantes, sedantes, relajantes musculares y anticonvulsivantes.
A esta medicina, mi nuevo psiquiatra añadió el Plenur, iones de litio, especialmente indicado para el trastorno bipolar que ya se me había diagnosticado.
El trastorno bipolar, antes denominado «depresión maníaca», es una enfermedad mental que causa cambios extremos en el estado de ánimo que comprenden altos emocionales (manía o hipomanía) y bajos emocionales (depresión). Desde los años cincuenta del pasado siglo se conoce el poder del litio para equilibrar a las personas maniacodepresivas. Se prescribe para combatir las oscilaciones del estado de ánimo y la psicosis.
Después de muchos años de Plenur, durante una revisión médica se me detectó un principio de insuficiencia renal, y el especialista me dictaminó el impacto negarvo del Plenur en mis riñones. Mi psiquiatra tuvo que modificar la medicación y desde entonces estoy tomando Depakine 500 y Zarelis 75 ó 150, dependiendo de mi estado de ánimo y según las indicaciones del psiquiatra.
Periodos de depresiones profundas
A las sensaciones que ya describí al inicio, comenzaron a añadirse episodios más duros. En algunos periodos, la angustia que sentía al despertar era de tal calibre que me provocaba un imparable llanto con el que era imposible levantarse para ir al trabajo. Como la bipolaridad pertenecía, y por desgracia sigue perteneciendo, al conjunto de enfermedades malditas, mi jefe me guardaba las espaldas aduciendo a mi padecimiento de úlcera de estómago. Mis ausencias solían tener una duración máxima de un par de días.
Mis periodos depresivos eran de duración muy variable, pudiendo durar un par de días, una semana o incluso varias sin interrupción. Yo he padecido de todos estos tipos.
Un episodio de euforia, muy oneroso
La bipolaridad produce depresiones pero también va acompañada de altos emocionales que yo también padecí.
Al finalizar mi carrera de consultor en una multinacional disponía de algunos ahorros que me permitieron financiar en parte la adquisición de un piso en la zona de Arturo Soria, suscribiendo además una hipoteca de cuarenta millones de pesetas.
Cuando se vendió el piso en el que había vivido con mi mujer y mis hijos, en el reparto de gananciales me correspondió una cantidad que me permitía cancelar la hipoteca.
Al comentar en mi banco mi interés por cancelar la deuda que tenía contraída, se me argumentó que me sería mucho mas rentable invertir en bolsa y con los dividendos que se obtendrían podría hacer frente a las cuotas de la hipoteca. Contesté que me lo pensaría.
Al cabo de unos días me fui una semana de vacaciones con mi segunda mujer a un hotel de lujo en la playa de San Juan ( Alicante).
Una mañana de verano típicamente mediterránea, después de un buen baño y acomodado en una mesa de la terraza del hotel, con una cerveza y un delicioso aperitivo, me dio el subidón, agarré el teléfono y le dije al directivo de mi banco: “Invierta mis cuarenta millones de pesetas en acciones de Telefónica”.
A las pocas semanas de aquel arranque bolsístico, la única operación de bolsa realizada en toda mi existencia, las acciones que había comprado iniciaron un descenso de tal calibre que en muy poco tiempo cayeron a la mitad de su valor. Ante el riesgo de perder toda mi inversión, transmití a mi banco una orden de venta inmediata.
Aquella euforia mediterránea, provocada por mi bipolaridad, me había costado veinte millones de pesetas.
Intento fallido de suicidio
Después de haberme casado por la iglesia, con tres hijos y más de tres décadas de convivencia, me separé de mi mujer y abandoné el hogar, pero tardé cinco años en firmar el divorcio. Después de este periodo de pseudosoltería conocí a una profesional del sector multimedia que se convertiría en mi segunda mujer y con la que me casé por lo civil.
Después de una década de matrimonio solicité el divorcio que se materializó en el documento oficial correspondiente.
Al poco de quedarme solo en casa entré en una depresión muy profunda. Solía sentarme en el suelo del salón con una copa de whisky en la mano. Nunca había tenido el hábito de consumir este tipo de bebida, pero es bien sabido que su ingesta elimina temporalmente la angustia, aunque debe tenerse muy en cuenta la recomendación médica de no mezclar nunca alcohol con tranquilizantes.
Aquellas sentadas alcohólicas fueron diarias durante algún tiempo, hasta que en una ocasión se me despertó un ferviente deseo de quitarme la vida. Un buen día no pude soportar más el sufrimiento y me fui al cuarto de baño, cogí un bote de pastillas que estaba lleno, me las metí en la boca pero al ir a tragarlas mi instinto de supervivencia me hizo escupirlas en el lavabo. Recuerdo que cuando le conté a mi hermano médico el intento fallido de suicidio y el nombre de las pastillas, me dijo que lo máximo que hubiera podido ocurrirme habría sido que me hicieran un buen lavado de estómago y sufrir una intensa tripotera.
Internamiento en una clínica psiquiátrica
En muchas ocasiones la depresión te lleva al convencimiento de que vas a protagonizar situaciones de resultados dolorosos.
Firmados los papeles del divorcio y esperando la vista judicial correspondiente, se me metió en la cabeza que una determinada tarde estábamos citados en los juzgados para una vista previa. Mi tercer hijo, Javier, quiso convencerme de que aquella reunión era fruto de mi imaginación, pero que me llevaría a los juzgados con la condición de que si no había reunión me ingresaba en una clínica psiquiátrica, porque él ya había venido notando mi deterioro emocional. Efectivamente, no existía la tal reunión y aquella misma noche quedé ingresado en una clínica en la que permanecí un par de meses.
Llega mi nieta y se van las depresiones, ¿mera coincidencia?
Como había vendido mi casa después del segundo divorcio, y no encontrándome nada cómodo en la residencia donde me había instalado, mi hijo Javier, que se mudaba con su pareja a Pozuelo de Alarcón, me ofreció irme a vivir con ellos para así poder alquilar un chalet.
La depresión postdivorcio no acababa de desaparecer del todo y decidí continuar mi tratamiento con una psiquiatra que me recomendó mi segundo hijo, Pablo, quien me acompañó en la primera visita. Esta gran profesional consiguió sacarme del agujero en que estaba metido, reconociéndome posteriormente que cuando inició mi tratamiento no estaba segura de que pudiera sacarme a flote.
Con un cambio de medicación y consultas cada quince días, consiguió que las depresiones se fueran distanciando hasta el punto de poder afirmar que he alcanzado un periodo estable, pues llevo más de cinco años sin padecerlas y ahora las citas con la psiquiatra se realizan cada dos o tres meses.
La llegada de mi nieta a los dos meses de irme a vivir con mi hijo supuso un apoyo sustancial para mi recuperación y estabilidad. Hemos compartido casa durante siete años y como sus padres tenían que acudir al trabajo yo pude estar con ella todo el tiempo que le dejaban libre en la guardería o el colegio.
A modo de resumen
El periodo de inicio de las depresiones fue particularmente doloroso pues a la angustia se unía el desconocimiento de lo que me estaba pasando y el futuro que podía aguardarme.
Durante mi psicoanálisis, las depresiones quedaban un tanto controladas por las sesiones en el diván.
Los muchos años de Plenur transcurrieron sin apenas incidentes emocionales prolongados.
Las semanas postdivorcio fueron las más duras y me llevaron a ese intento fallido de empastillarme.
Con la llegada de mi nieta y la ayuda de la psiquiatra que ahora se ocupa de mi tratamiento, podría afirmar que mis depresiones parecen haberse quedado atrás, aunque nadie me haya diagnosticado hasta ahora cual es la causa final de mi bipolaridad.
Un mensaje de esperanza
No hace falta decir que ni tengo, ni pretendo tener, fórmula mágica alguna para luchar y superar la depresión, lo único que intentaré es compartir mis vivencias con mi bipolaridad.
– Factor decisivo fue ponerme en manos de especialistas desde los primeros síntomas.
– No haber abandonado nunca mi tratamiento por profesionales especializados.
– Mantener constantemente y con todo rigor las pautas medicinales que se me han venido marcando.
– Buscando siempre personas de la máxima confianza en las que poder descargar mis angustias.
– Ofreciendo ayuda a las personas que pudieran estar sufriendo lo mismo que yo.
– En mi caso creo que ha sido fundamental la actividad intelectual que he desarrollado en paralelo con mi profesión: publicación de libros y artículos, conferencias, impartir charlas de formación y colaborar con todo tipo de Fundaciones de forma desinteresada.
– Ejercicios de introspección intensa tratando de convivir con la angustia de la depresión en base a los padecimientos vividos.
Los estados depresivos me han venido acompañando durante mis últimos sesenta años, pero ello no me ha impedido llevar una vida bastante completa en lo afectivo, familiar, social y profesional.
6 comentarios en «Convivir con la depresión sin renunciar al logro personal y profesional»
Mi admiración por tu valentía
Querido amigo Ortega, muchas gracias por tus palabras y un fuerte abrazo.
Luis, es admirable cómo has podido convivir tan largamente con ese
tremendo problema que describes tan sincera y minuciosamente. He tenido que releer varias veces tu escrito (yo diría confesión general) para hacerme cargo de la tu peripecia vital.
Yo sabía, por ocasional comentario de algún compañero, algo de tus altibajos de carácter; pero lo asocié a una de esas ciclotimias sin importancia que he conocido en algunas personas más o menos cercanas, sin mayor importancia.
Pero tu caso, tal como describes, tiene o ha tenido un alcance muchísimo mayor y más doloroso.
Es -repito- admirable que con esa sobrecarga hayas no obstante desempeñado tan brillantemente una ejecutoria personal y profesional llena de éxitos.
Mi conclusión es que, aparte ser un héroe, eres también un genio.
Espero verte pronto y, entretanto, te envío un abrazo cordial con mis mejores deseos de felicidad en estas fiestas.
Esteban.
Esteban, muchas gracias por tus comentarios. Estoy convencido de que el no haber dejado nunca el tratamiento y la medicación, han sido las claves para convivir con las depres. Mi empatía me ha permitido gozar del aprecio de muchas personas, como es tu caso, y eso también me ha ayudado. Ya lo digo en el articulo, mi objetivo no es otro que enviar un mensaje de esperanza a los que sufren de depresiones que, lamentablemente, son muchos. Yo también espero verte pronto y te deseo lo mejor en estas festividades. Perdona, pero lo primero de todo tenia que haber sido preguntarte ¿Cómo te encuentras? Un abrazo
Luis
Nada más leerlo te escribí unas líneas de admiración y reconocimiento por este paso de gigante que has dado. Por un no sé qué informático , al “enviar” se anuló el texto. Espero que no suceda ahora que también he visto tu estimulante entrevista. Echando mano de tu autodefinición en cuanto a los orígenes abulenses, has traspasado los muros y estás con todo derecho en ambos espacios, intra y extra, donde solo unos pocos pueden hacerlo. Tu figura ha crecido aún más y creo que como dices puedes ayudar a muchos a aliviar sus problemas existenciales. Un fuerte abrazo y como dice la canción “no pares, sigue, sigue”.
Ángel
Acabo ded leer tu súper entrañable y elogioso mensaje que de agradezco muy sinceramente. Debo reconocer que me dejas bastante abrumado con tus comentarios, pero también debo reconocerte que me has animado a iniciar, de una vez por todas, la redaccción del libro que llevará por título “Convivir con la depresión” y como subtítulo “Sin renunciar al logro personal y profesional”. Muchas gracias por tus ánimos y ya sabes que, más ensero