El American, sábado 6 de Agosto de 2022
Tras adoptar una versión retorcida del capitalismo, con fuertes componentes de mercantilismo, China ha conseguido representar el 28,7% del total de la producción mundial de manufacturas (como referencia, el segundo en esa lista es Estados Unidos, 16,8%, y el tercero es Japón, con 7,5%). Estados Unidos fue una vez el principal centro de fabricación, pero eso ha cambiado radicalmente en los últimos 10 años aproximadamente.
Sí, esto nos ha permitido comprar artículos más baratos. Los iPhones serían considerablemente más caros si se fabricaran únicamente en Estados Unidos o Europa, donde las ridículas regulaciones laborales dificultan la producción.
Lo mismo ocurre con los Teslas (la danza de Musk con el régimen chino no debería pasar desapercibida) y, para ser sinceros, con casi todo lo que consumimos. Ni siquiera hablemos de la ropa, donde zonas grises permiten que un producto fabricado en China sea etiquetado legalmente como “Made in France”.
Por supuesto, esto tiene un costo, y este costo toma la forma de explotación humana. Algunos trabajadores reciben salarios extremadamente bajos por largas horas de trabajo, pero son los más afortunados.
Los uigures son las principales víctimas de esta absoluta violación de nuestros derechos más básicos. Adrian Zenz, antropólogo alemán y miembro de la Victims of Communism Memorial Foundation, informó de que los campos uigures producen artículos para la exportación, todos ellos fabricados con algodón en Xinjiang. “El 43% de las exportaciones de Xinjiang son prendas de vestir, calzado o textiles”, dijo Zenz. En resumen, los “campos de reeducación” de China son, en realidad, campos de trabajos forzados.
El dinero que este sistema de producción ha permitido al régimen chino ha consolidado, a su vez, a China como fuerza geopolítica. China es el principal socio económico de los países en vías de desarrollo, proporcionando a las naciones pobres todo lo que necesitan: desde vacunas hasta elaboradas infraestructuras. Y la influencia ideológica, obviamente. China consigue fácilmente asientos amigables en las reuniones de la ONU. Apenas hay resistencia al poderoso dragón.
Así que sí, China es extremadamente poderosa. Precisamente por eso la visita de Nancy Pelosi a Taiwán es tan importante y significativa. A pesar de las numerosas amenazas, la presidenta de la Cámara de Representantes fue a la isla democrática, que es constantemente intimidada por su gigantesco vecino continental.
Si Pelosi hubiera cancelado su viaje, el mensaje habría sido “China decide ahora dónde puede ir un funcionario americano”. Esto no es negociable.
Tengo innumerables diferencias con la presidenta Pelosi. Sin embargo, esta demostración de valentía y de sólidas convicciones, le han valido mi más profundo respeto y admiración.
Creo que todos los americanos deberían estar de acuerdo en esto.
Priscila Guinovart
Editora