Amira

Al corazón de Lisboa, donde el Tajo se funde con el océano y las calles empedradas susurran historias de siglos pasados, llegó una joven árabe con su hijo en brazos. Su nombre era Amira, y en sus ojos oscuros brillaba una mezcla de miedo y esperanza. Había escapado de un matrimonio forzado, dejando atrás las cadenas de una vida que no eligió, para buscar refugio en un viaje soñado hacia la libertad. 

Amira caminó por las estrechas callejuelas de Alfama, donde las guitarras portuguesas lloraban fados que parecían hablar de su propia tristeza. El olor a bacalao asado y Pastéis de nata la envolvió, mientras el eco de las risas de los niños jugando en las plazas le recordaba que, a pesar de todo, la vida seguía su curso. Lisboa era una ciudad que abrazaba a los extraños, y Amira sintió, por primera vez en mucho tiempo, que podía respirar. 

Con su hijo pequeño, Yusuf, dormido en su regazo, Amira tomó un tren hacia Fátima. El santuario, con su aura de paz y devoción, la recibió con los brazos abiertos. Las velas encendidas por los peregrinos brillaban como estrellas en la noche, y Amira encendió una por su madre, a quien había dejado atrás, y otra por su hijo, para que su futuro fuera luminoso. Las palabras de la Virgen, que según la leyenda se apareció allí, resonaron en su corazón: «No temas, yo estoy contigo». 

De Fátima, Amira partió hacia Batalha, donde el majestuoso monasterio se alzaba como un testimonio de la resistencia y la fe. Las piedras talladas contaban historias de batallas y victorias, y Amira se sintió fortalecida. Si aquellos muros habían resistido el paso del tiempo, ella también podría resistir las pruebas que la vida le pondría. Yusuf, ahora despierto, extendió sus pequeñas manos hacia las gárgolas que adornaban el edificio, riendo con una inocencia que llenó el corazón de Amira de alegría. 

Finalmente, llegaron a Nazaré, donde el mar embravecido golpeaba los acantilados con una fuerza que parecía sacada de un sueño. Amira se paró en la playa, sintiendo la brisa salada en su rostro, mientras Yusuf jugaba con la arena. Las olas rugían, pero ella ya no sentía miedo. El océano, vasto e infinito, le recordó que el mundo era grande y lleno de posibilidades. Nazaré era un lugar donde los pescadores desafiaban las olas gigantescas, y Amira supo que ella también podía desafiar su destino. 

Al caer la noche, Amira y Yusuf se sentaron en un pequeño café junto al mar. El sonido de las olas y el aroma a pescado fresco la envolvieron en una sensación de calma. Miró a su hijo, que dormía plácidamente en sus brazos, y supo que había tomado la decisión correcta. Este viaje soñado no era solo una escapada, sino el comienzo de una nueva vida, una vida que ella misma construiría, lejos de las sombras del pasado. 

Y así, bajo el cielo estrellado de Portugal, Amira encontró no solo refugio, sino también la fuerza para seguir adelante. Lisboa, Fátima, Batalha y Nazaré fueron más que lugares; fueron testigos de su valentía y de su renacimiento. Con Yusuf en brazos, Amira supo que, aunque el camino sería largo, ya no caminaba sola. El mar, las piedras y las velas de Fátima le habían susurrado que la esperanza nunca se extingue, y que incluso en la noche más oscura, siempre hay una luz que guía hacia la libertad. 

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