Fernando del Pino Calvo-Sotelo
18 febrero 2025
El histórico discurso del vicepresidente de EEUU en la Conferencia de Seguridad de
Múnich ha alborotado el gallinero del apparatchik político-periodístico europeo, cuyos miembros andan de aquí para allá tropezando unos con otros, cacareando plañideros cosas sin sentido y reuniéndose «de emergencia» (¡nos atacan!) convocados por Macron en su desesperado afán de protagonismo sólo para hacerse una foto.
Debemos tomarnos todo este teatro con sentido del humor: parafraseando a
un sabio del s. XVI, las farsas del contubernio político-periodístico «son como las
moscas, que no son molestas por su fuerza, sino por su multitud».
En realidad, y como suele ocurrir, la histérica reacción que ha producido el
discurso de Vance es proporcional a las verdades que éste contiene. En efecto, el
norteamericano se ha limitado a poner a Europa frente al espejo, iluminando las
hipocresías y cinismos que inundan esta UE que se desliza hacia la tiranía y cuyo
modelo es, como queda cada vez más patente, la URSS.
La verdad a veces duele, pero siempre libera; la mentira, por el contrario,
siempre esclaviza, aunque parezca atractiva. El sabor de la verdad es en ocasiones
amargo, pero cura; la mentira parece dulce, pero envenena. Así, no debe sorprender
que, en una Europa entregada al Lado Oscuro y plagada de mentiras cada vez más
grotescas, la libertad sea atacada, y la verdad, perseguida.
UE: si no me gusta el resultado, anulo las elecciones
En definitiva, el pecado imperdonable que cometió Vance fue decir la verdad:
la mayor amenaza para los ciudadanos de Europa no está fuera de sus fronteras sino
dentro, en la forma del preocupante retroceso en libertades personales que estamos
sufriendo.
Habló de Rumanía, cuyas elecciones fueron alucinantemente anuladas por su
Tribunal Constitucional ―controlado por el gobierno― cuando las encuestas
apuntaban a una victoria del candidato opositor, que había quedado en cabeza en la
primera ronda. El argumento esgrimido, escasamente original (recuerden la
primera victoria de Trump en 2016), fue una supuesta injerencia rusa en la
campaña: algunos informes de inteligencia desclasificados se limitaban a crear un
halo de «endebles sospechas» en medio de «una enorme presión de sus vecinos europeos», en palabras de Vance, sin aportar una sola prueba (como reconoció hasta
el New York Times).(1)
Naturalmente, la razón real es que el probable ganador de las elecciones era
euroescéptico y, lo que es aún peor ―pobre diablo―, de derechas (para periodistas:
de ultraderecha). El escándalo en Rumanía ha sido tan mayúsculo que, tras
multitudinarias manifestaciones y la unánime repulsa de todos los partidos de la
oposición, el presidente rumano se ha visto obligado a dimitir la víspera de que se
votara su cese en el Parlamento.
Lo más grave es que este golpe de Estado en Rumanía ―no merece otro
nombre― ha contado con el apoyo de la UE. Por un lado, el ideologizado Tribunal
Europeo de Derechos Humanos (no confundir con el Tribunal de Justicia de la UE de
Luxemburgo) ha rechazado amparar al candidato al que habían robado las
elecciones. Por otro, la presidenta de la Comisión ha mantenido un silencio cómplice
mientras el lenguaraz y zoquete excomisario Thierry Breton, conocido por su escaso
amor a la libertad, ha aceptado implícitamente el papel de la UE: «Lo hicimos en
Rumanía y, obviamente, tendremos que hacerlo en Alemania si es necesario». Es
decir, que, si los resultados de las elecciones en un país miembro no convencen a
Bruselas, la UE hará lo posible por neutralizar la amenaza.
En Europa es delito rezar en silencio
El vicepresidente norteamericano también habló de legislaciones liberticidas
aprobadas en el seno de Europa. Mencionó, por ejemplo, el caso de un hombre de 51
años detenido y condenado en Reino Unido por rezar en silencio a 50 metros de una
clínica de abortos vulnerando una ley que prohíbe hacerlo a menos de 200. Esta
persona «no había obstaculizado el paso a nadie ni interactuado con persona alguna,
sino que se había limitado a rezar en silencio» ―aclaró Vance― arrepentido por el
aborto del hijo que él y su entonces novia esperaban años atrás.
Vance también denunció que Escocia había aprobado una ley que advertía a
quienes vivieran dentro del «área prohibida» de un centro de abortos que no podían
rezar dentro de su propia vivienda si ello era visible o audible desde el exterior, y
animaba a quienes creyeran que se estaba vulnerando la ley a denunciar a sus
vecinos (como en el covid). Vance insinuó que estas leyes recordaban más a las de
regímenes totalitarios nazi y comunista que a las de una democracia liberal, pero
¿acaso no es así?
Utilizando una vez más referencias implícitas o explícitas a la creciente
similitud de la UE con la Unión Soviética, el vicepresidente norteamericano también
lamentó que los «komissars» de la Comisión Europea hubieran amenazado con
cerrar el acceso de los ciudadanos a las redes sociales en caso de desorden civil si
detectaban «contenidos de odio», eufemismo totalitario que sólo funciona
unidireccionalmente, es decir, para perseguir al disidente cuando critique las
consignas impuestas por el poder.
El doble rasero de la UE
En esta deriva totalitaria la UE aplica un doble rasero que desnuda su sesgo
ideológico. En efecto, la UE persiguió sin descanso al anterior gobierno de Polonia
acusándole de socavar el Estado de Derecho y querer controlar su Tribunal
Constitucional. Casualmente, el partido entonces en el poder en Polonia era
euroescéptico, de derechas y, encima —Dios nos libre—, católico.
En España, sin embargo, la UE no hace absolutamente nada con Sánchez, que
ataca constantemente la independencia del poder judicial, intenta aprobar una ley
de impunidad para las presuntas corruptelas de su familia (lo que entiendo como un
reconocimiento tácito de culpabilidad) y controla férreamente un Tribunal
Constitucional absolutamente politizado, desprestigiado y pervertido por su
presidente, un personaje sin escrúpulos que parece bordear peligrosamente la
prevaricación (como ya le ha advertido el Supremo). ¿Y por qué no hace nada la UE?
Porque Sánchez es uno de los suyos.
Desinformación
El vicepresidente norteamericano también denunció el uso de «feas palabras
de la época soviética» como «desinformación», detrás de las cuales «se esconden
intereses» ocultos destinados a coartar la libertad de expresión. En este sentido, puso
como ejemplo la censura sufrida durante años en medios y redes de cualquier
mención a un origen no zoonótico del covid, con aquel ridículo pangolín que aún
sigue en busca y captura. Hoy la idea de que la epidemia del covid surgió como
consecuencia de un escape biológico en un laboratorio de Wuhan es aceptada
mayoritariamente, aunque fuera bastante obvia (como defendió este blog en su
día) (2) . Lo mismo ha pasado con la inmensa mayoría de las «teorías de la
conspiración» del covid, que han resultado ser ciertas.
La libertad es justo lo contrario que censurar una opinión o un dato
tachándolo de desinformación: significa respetar la verdad, aunque nos incomode o
pruebe que estábamos equivocados, y defender el derecho del otro a expresarse
libremente, aunque estemos en desacuerdo. En este sentido, debemos advertir una
vez más sobre la alianza liberticida entre la política y el periodismo (3).
La imperdonable crítica a Davos
Un perro ladra cuando atacan a su amo. Quizá por ello, probablemente el
mayor pecado cometido por Vance a ojos de los medios haya sido su crítica a los
mesiánicos megalómanos de Davos que controlan la agenda de la UE, a la que
quieren convertir en el primer experimento real de su despótico gobierno mundial.
El vicepresidente norteamericano había manifestado su incredulidad por el
modo en que la UE despreciaba y censuraba la opinión de sus propios ciudadanos,
recordando que «la democracia se apoya en el principio sagrado de que la voz de los
pueblos importa» y añadiendo: «no hay lugar para firewalls: o bien se defiende el
principio o no se defiende», pues «creer en la democracia implica comprender que
cada ciudadano tiene una voz».
Es en este contexto en el que Vance criticó a Davos: «Contrariamente a lo que
puedan escuchar un par de montañas más allá en Davos, los ciudadanos de nuestros
países no se ven a sí mismos como animales educados o como engranajes
intercambiables de la economía global». Qué quieren que les diga: no se puede
definir mejor la descomunal soberbia de los líderes europeos y sus titiriteros de
Davos, que sienten un enorme desdén hacia el ciudadano corriente.
Que la UE «huye de sus propios votantes» no es nuevo. Recuerden lo ocurrido
hace 20 años con el proyecto de Constitución Europea. Al principio se quiso someter
el texto a referéndum en cada uno de sus países miembros. Sin embargo, tras la
contundente victoria del «no» en Francia y Países Bajos (a pesar de la sesgada
campaña mediática), la UE decidió cancelar bruscamente la celebración de más
referéndums y cambió de táctica: copió gran parte del texto en el «Tratado» de
Lisboa (eliminando el término «Constitución») y limitó su ratificación a los
Parlamentos, evitando preguntar de nuevo su opinión a los ciudadanos.
El elefante en la habitación
Vance también habló de uno de los mayores problemas de Europa: la
inmigración desbocada, «una decisión consciente tomada por políticos» sin que
jamás se haya consultado a los ciudadanos europeos: «Ningún votante de este
continente dio su consentimiento en las urnas para abrir las compuertas a millones
de inmigrantes incontrolados».
En realidad, este es sólo un ejemplo de cómo la UE funciona completamente
a espaldas de sus ciudadanos, paradigma del gobierno mundial soñado por los
chicos de Davos. ¿Cuándo hemos votado los ciudadanos europeos dar este inmenso
poder a una opaca organización dirigida por burócratas no electos que nos defecan
-perdonen la metáfora- regulaciones absurdas y tiránicas de forma incontinente?
¿Cuándo hemos votado la imposición de ideologías enormemente dañinas
que afectan a nuestras más preciadas creencias y a la educación de nuestros hijos?
¿Cuándo hemos votado que la Unión Europea maneje un presupuesto de 300.000
millones de euros que salen de nuestros impuestos en un ambiente de penumbra
que posiblemente haya convertido a Bruselas en una de las capitales mundiales de
la corrupción? ¿Cuándo hemos votado estar sometidos a los diktats de una
burocracia formada por 200.000 personas y dado poder a esta sedicente élite para
prohibirnos comprar coches de gasolina o diésel a partir de 2035 y obligarnos a
comprar coches eléctricos, muchos más caros, contaminantes e ineficientes, que nos
impedirán viajar por carretera?
Ésta es la realidad de la UE, una decepción gigantesca y una peligrosa
dictadura en ciernes que ha secuestrado a nuestra querida Europa y está robando
nuestra libertad por la puerta de atrás. Que haya tenido que venir alguien del otro
lado del océano a sacudirnos el hechizo como un soplo de aire fresco en este
sofocante desierto europeo resulta elocuente.
La claustrofóbica falta de libertad en Europa
Por último, el vicepresidente norteamericano ha reivindicado «las
extraordinarias bendiciones que trae consigo la libertad, la libertad de sorprender,
de equivocarse, de inventar, de construir», mientras denunciaba las opuestas
políticas que rigen Europa, con sus asfixiantes regulaciones y sus imposiciones
ideológicas: «No se puede imponer la innovación o la creatividad, de igual modo que
no se puede forzar a las personas qué deben pensar, qué deben sentir o qué deben
creer».
Naturalmente, supongo que la católica osadía de Vance al citar a Juan Pablo
II habrá exacerbado la crítica de la clase dirigente europea, nihilista y atea, la misma
que decidió borrar cualquier mención histórica al cristianismo en su malhadada
Constitución como si no hubiera sido la piedra angular de nuestra gran civilización.
Sin duda, a Vance puede criticársele que divinice el concepto de democracia
y lo confunda con el de libertad, algo habitual en la retórica política, o que confunda
la psicología del individuo y la inquebrantable dignidad intrínseca de la persona,
sujeto de derechos inalienables, con la psicología de la masa manipulada por la
propaganda, pero no que haya dicho ninguna mentira.
«No tengáis miedo», nos recuerda Vance que dijo Juan Pablo II. Como
pensador católico que soy, permítanme otro guiño cómplice a aquel gran pensador
que fue santo: no tengamos miedo nunca de defender el esplendor de la verdad, pues
sólo la verdad nos puede hacer verdaderamente libres (Jn 8, 32)
1 A Canceled Vote in Romania Hands Russia a Propaganda Coup-The New York Times
2 Desde Wuhan, una epidemia de mentiras – Fernando del Pino Calvo-Sotelo
3 Periodismo y globalismo: una alinza contra la libertad – Fernando del Pino Calvo-Sotelo