La percepción de la realidad es subjetiva y depende del observador identificarla como buena, mala o neutra. Lo que para unos resulta un infierno, para otros es música celestial. De hecho, hay quienes parecen quedar sumidos en éxtasis ante el atronador ruido de una discoteca, y otros, entre los que me incluyo, consideran que esto implica una tortura.
Los valores que nos identifican como humanos se ven condicionados por las circunstancias vitales, las experiencias y sesgos propios de cada uno. Sin embargo, la mayoría compartimos una serie de puntos comunes, tales como la compasión, el respeto por la vida propia o ajena, y el sentido de la justicia.
En el documental Human (2018), dirigido por el fotógrafo y periodista francés Yann Arthus-Bertrand, se muestra de manera evidente la condición que permea las vidas de las distintas personas en las diferentes culturas de la Tierra. A través del mismo se traza un recorrido por los cuatro puntos cardinales hasta llegar al corazón de la humanidad.
Arthus, junto a un equipo de dieciséis periodistas, viajó durante dos años por sesenta países, entrevistando a un total de 2.020 personas para realizar su documental. A todos los entrevistados les hacía las mismas cuarenta preguntas: “¿Qué es el amor para usted?”, “¿Qué opina sobre la muerte?”, “¿Cuál es su mayor miedo?”, “¿Qué siente acerca de la enfermedad?”, “¿Cuál es el papel de la familia en su vida?”, “¿Cuáles son los valores que considera más importantes?”, y “¿Cómo percibe el medio ambiente?”, entre otras.
Resumir en porcentajes la similitud de respuestas no es suficiente ni hace justicia a las enseñanzas que se desprenden de Human. No obstante, en gran medida, son bastante parecidas. Esencialmente, los seres humanos somos criaturas necesitadas de amar y ser amadas, sentir la cercanía de los nuestros, formar una familia, pertenecer a una tribu, tener amigos y contar con la fuerza y la confianza de lo nuclear que nos rodea.
Human acierta al transmitir un mensaje profundo sobre la diversidad y universalidad de los valores humanos esenciales: empatía, compasión, respeto, justicia, hospitalidad, tolerancia, solidaridad y cooperación, principalmente.
Las entrevistas revelan cómo, a pesar de nuestras diferencias culturales, sociales y económicas, todos compartimos una serie de emociones y necesidades fundamentales, entre ellas: la esperanza, la alegría y la búsqueda de propósito. El documental enfatiza aspectos como la solidaridad y la dignidad, recordándonos que, detrás de las aparentes diferencias, todos formamos parte de la misma humanidad que enfrenta desafíos comunes. Al mismo tiempo, nos invita a reflexionar sobre la injusticia, la desigualdad y la responsabilidad que tenemos de crear un mundo más equitativo y compasivo.
Nunca antes ha habido tantos seres preocupados por el futuro de la Tierra, ni tanta confusión, generada en gran parte por el imparable desarrollo tecnológico y la angustia ante la incertidumbre de hacia dónde se dirige el progreso.
Simultáneamente, el bien es mayoritario. Jamás ha habido, en la historia, tantas personas comprometidas en hacer un mundo mejor.
Según “Ayuda en Acción”, existen alrededor de diez millones de organizaciones no gubernamentales (ONG) en todo el mundo, cuya finalidad básica es ayudar a quienes más lo necesitan, sin otro respaldo, en ocasiones, que el ofrecido por ellas mismas. Un millón y medio de estas organizaciones se encuentran, paradójicamente, en el país epítome del capitalismo más despiadado: EE. UU.
En España, existen algo más de treinta mil ONG registradas, especializadas en ámbitos como los derechos humanos, el medio ambiente, la educación, la salud, los niños, los mayores y la asistencia social, donde participan altruistamente unos tres millones de personas.
La mayoría de las ONG se crearon tras la Segunda Guerra Mundial. Hasta entonces, los precedentes universales de apoyo humanitario conjunto eran la Cruz Roja y las organizaciones religiosas con sus misioneros repartidos por el mundo.
Los valores que definen a las sociedades están influenciados tanto por su historia como por su cultura; no obstante, algunos son compartidos por la práctica totalidad de las mismas. En primer lugar, la familia: ¿qué sería de la mayoría de nosotros sin el apoyo material y emocional de nuestras familias, especialmente cuando atravesamos situaciones de extrema vulnerabilidad emocional, de salud o económica?
Una encuesta de la “Fundación BBVA” cifra en torno al 40% el número de padres que apoyan económicamente a sus hijos mientras estos lo necesitan, aunque ello implique privarse de atender sus propias necesidades.
En España, según los últimos datos del INE, en 2023 había unas 850.000 familias en las que todos sus miembros se encontraban en paro y situación de extrema vulnerabilidad. No todas eran perceptoras de ayudas sociales como el Ingreso Mínimo Vital, siendo socorridas en tales casos por ONG y vecinos compasivos.
Esto evidencia la capacidad de hacer el bien tanto desde las políticas sociales como desde la acción ciudadana, centrada en el apoyo de la principal ONG que existe: la familia, que, además, sirve de consuelo ante las carencias e interrogantes cotidianos.
Simultáneamente, un porcentaje elevado de personas mayores de 65 años viven solas, muchas veces en soledad no deseada, ya sea porque la familia no puede atenderlas o porque carecen de la misma. Este desajuste resulta difícil de asimilar social y emocionalmente, al menos en los países occidentales.
Viajeros trotamundos que dedican buena parte de su vida a recorrer la Tierra, ya sea andando, en bicicleta, moto u otros medios, relatan en las redes sociales la hospitalidad que encuentran en la mayor parte de los lugares que visitan. Para la mayoría de los seres humanos, dar de beber al sediento, comer al hambriento y refugio a quienes lo necesitan no es solo un acto de fraternidad espiritual, sino que forma parte de lo más sagrado e íntimo de sus vidas.
El lado oscuro de la humanidad sigue siendo el sufrimiento infligido a los seres más débiles y desprotegidos, así como la indiferencia hacia el resto de seres vivos, vegetales, animales y ecosistemas que comparten con nosotros el mismo planeta.
Aspirar a un mundo utópico ya no es una cuestión idealista, sino de supervivencia. Esto implica, entre otras cosas, restaurar la pureza de los ríos, mares y océanos; proteger los bosques; hacer un uso sostenible de los recursos disponibles; descontaminar cada rincón mancillado; y desactivar las armas nucleares. La humanidad enfrenta un reto que, si no se toma en serio, pronto llegará a un punto de no retorno. Sin embargo, la esperanza subyace en la capacidad humana de unirse frente a la adversidad. Si podemos compartir los mismos valores, también podremos trabajar juntos para proteger el bien común y garantizar un futuro mejor para las próximas generaciones.
Al contemplar en perspectiva el desafío al que todos nos enfrentamos, debemos de recordar que el cambio comienza en cada uno de nosotros. Cada acto de generosidad, cada gesto de compasión, y cada decisión ética cuentan. No importa cuán pequeño o insignificante este parezca; forma parte de una corriente subterránea y poderosa que transforma cuanto abarca.
Es imperativo moral que cada ser llegue a vivir con dignidad y esperanza. Solo así, podremos avanzar hacia un horizonte más luminoso, donde la humanidad florezca en paz y armonía.