Hoy os traigo este post porque voy ha exponer un trabajo para el grupo de Discipulados de Cursillos de Cristiandad. Cada uno habla de un Santo y yo he elegido a Santa Teresita de Lisieux y de la Santa Faz que entró en la Orden de las Carmelitas Descalzas tan solo con 15 años, y me parece algo de mucha madurez para tan tierna edad.
Santa Teresa de Lisieux, Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz, que sólo vivió en este mundo 24 años, a finales del siglo XIX, llevando una vida muy sencilla y oculta, pero que, después de su muerte y de la publicación de sus escritos, se convirtió en una de las santas más conocidas y amadas. «Teresita» no ha dejado de ayudar a las almas más sencillas, a los pequeños, a los pobres, a los que sufren que la invocan, y también ha iluminado a toda la Iglesia con su profunda doctrina espiritual. San Juan Pablo II, en 1997, quiso darle el título de doctora de la Iglesia, añadiéndolo al de patrona de las misiones, que ya le había otorgado Pío XI en 1927. Ella, que ve resplandecer en el amor toda la verdad de la fe, la expresa principalmente en el relato de su vida, titulado Historia de un alma, publicado un año después de su muerte
Quiero invitaros a redescubrir este pequeño gran tesoro, ese libro es ante todo una historia de Amor, narrada con tanta autenticidad y viveza que el lector no puede menos de quedar fascinado ante ella. Este Amor tiene un rostro y un nombre: Jesús. La santa habla continuamente de Él. Veamos primero los momentos más importantes de su vida, para entrar en el corazón de su doctrina.
BIOGRAFIA
Teresa nació el 2 de enero de 1873 en Alençon, región de Normandía, en Francia. Era la última hija de Luis y Celia Martin, esposos y padres ejemplares, beatificados juntos el 19 de octubre de 2008. Canonizados en octubre de 2015 por el papa Francisco; es el primer matrimonio que la Iglesia proclama como santos conjuntamente. Tuvieron nueve hijos, cuatro de los cuales murieron a edad temprana. Quedaron las cinco hijas, que se hicieron todas religiosas. Se caracterizó por tener una personalidad muy sensible y sufrió varias crisis, sobre todo psicológicas, en su infancia y adolescencia. Su madre llegaría a afirmar «Es de una inteligencia superior a su hermana Celina, pero mucho menos dulce, y sobre todo es de una obstinación casi invencible. Cuando ella dice que no, nada puede hacerla cambiar. Es juguetona y traviesa, pero también es muy emotiva y a menudo llora”. Teresa siempre se refirió a este primer periodo de su vida como el más feliz.
Teresa, a los 4 años, quedó profundamente afectada por la muerte de su madre. La familia se trasladó entonces a la ciudad de Lisieux, donde se desarrollaría toda la vida de la santa, y sobre esto escribió: «Desde que mamá murió, mi alegría característica cambió completamente; yo, que era tan viva, tan expansiva, me convertí en tímida y dulce, sensible en exceso». A pesar del amor que sentía por su padre y Paulina, a quien después de la muerte de su madre adoptó como su «segunda madre», Teresa contó que este fue «el segundo período de su existencia, el más doloroso de los tres».
A los siete años confesó por primera vez y sintió que los escrúpulos, que tanto la habían molestado desaparecían.
A los ocho años y medio, entró en el colegio de las Benedictinas de Lisieux. Había recibido antes lecciones de Paulina y María; esto le dio buenas bases y se puso rápidamente a la cabeza de su clase. Sin embargo, se encuentra con una vida a la que no estaba acostumbrada. Era perseguida por compañeras de más edad que le tienen envidia por su éxito en las clases. Su maestra la describe como una estudiante obediente, tranquila y pacífica, a veces pensativa o incluso triste. Durante esta época desarrolla su gusto por la lectura, y comienza a sentir una gran admiración por Juana de Arco. Sobre estos cinco años de colegio diría que fueron los más tristes de su vida, y encontraba consuelo en la presencia de su «querida Celina».
Más tarde Teresa, atacada por una grave enfermedad nerviosa, se curó por lo que ella misma definió como «la sonrisa de la Virgen» (ib., 29v-30v). Recibió la primera Comunión a la edad 11 años, Durante la misa llora de alegría: “Me sentí amada, y le dije también: “Te amo, me entrego a ti para siempre”. Un mes más tarde recibió la confirmación. Ella se deja maravillar por este «Sacramento de Amor», que, está segura, le dará la «fuerza para sufrir» y vivir intensamente (ib., 35r), y puso a Jesús Eucaristía en el centro de su existencia.
La «Gracia de Navidad» a sus 13 años marcó un giro de 180 grados, que ella llamó su «completa conversión» (ib., 44v-45r). De hecho, se curó totalmente de su hipersensibilidad infantil e inició una «carrera de gigante».
A la edad de 14 años, Teresa se acercaba cada vez más, con gran fe, a Jesús crucificado, y se tomó muy a pecho el caso, aparentemente desesperado, de un criminal condenado a muerte e impenitente (ib., 45v-46v). «Quería a toda costa impedirle que cayera en el infierno», escribió la santa, con la certeza de que su oración lo pondría en contacto con la Sangre redentora de Jesús. Fue su primera y fundamental experiencia de maternidad espiritual: «Tanta confianza tenía en la misericordia infinita de Jesús», escribió. Con María Santísima, en aquel momento la joven Teresa ama, cree y espera con «un corazón de madre» (cf. PR 6/10r).
En noviembre de ese mismo año, Teresa fue en peregrinación a Roma junto a su padre y su hermana Celina (ib., 55v-67r). Para ella, el momento determinante fue la audiencia del Papa León XIII, al que pidió permiso para ingresar en el Carmelo de Lisieux.
Un año después, con apenas 15 años, su deseo se realizó: se hizo carmelita, «para salvar las almas y rezar por los sacerdotes» (ib., 69v).
Al mismo tiempo, se inició la dolorosa enfermedad mental de su padre. Fue un gran sufrimiento que condujo a Teresa a la contemplación del rostro de Jesús en su Pasión (ib., 71rv). De esta manera, su nombre de religiosa —sor Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz— expresaba el programa de toda su vida, en la comunión con los misterios centrales de la Encarnación y la Redención. En el momento de tomar su profesión religiosa, a los 17 años, en la fiesta de la Natividad de María, fue para ella un verdadero matrimonio espiritual: «¡Qué fiesta tan hermosa la de la Natividad de María para convertirme en esposa de Jesús!». Identificándose con el símbolo de la flor, escribió: “Era la Virgencita recién nacida quien presentaba su florecita al Niño Jesús» (ib., 77r). Para Teresa, ser religiosa significaba ser esposa de Jesús y madre de las almas (cf. MS B, 2v). Ese mismo día escribió una oración que reflejaba ya toda la orientación de su vida: pidió a Jesús el don de su Amor infinito, el don de ser la más pequeña, y sobre todo la salvación de todos los hombres: «Que hoy no se condene ni una sola alma» (PR 2). Es de gran importancia su Ofrenda al Amor misericordioso, que hizo a los 20 años en la fiesta de la Santísima Trinidad (MS A, 83v-84r; PR 6): una ofrenda que Teresa compartió enseguida con sus hermanas, siendo ya vice-maestra de novicias.
Diez años después de la «Gracia de Navidad», a sus 23, llegó la «Gracia de Pascua», que abrió el último período de la vida de Teresa, con el inicio de su profunda unión a la Pasión de Jesús; se trató de la pasión del cuerpo, con la enfermedad que la llevaría a la muerte en medio de grandes sufrimientos. Pero, sobre todo, consistió en la pasión del alma, con una dolorosísima prueba de su fe (MS C, 4v-7v). Con María al pie de la cruz de Jesús, Teresa vivió entonces la fe más heroica, como luz en las tinieblas que le invadían el alma. La carmelita era consciente de vivir esta gran prueba por la salvación de todos los ateos del mundo moderno, a los que llamaba «hermanos». Vivió entonces, más intensamente, el amor fraterno (8r-33v): a las hermanas de su comunidad, a sus dos hermanos espirituales misioneros, a los sacerdotes y hacia todos los hombres, especialmente los más alejados. Se convirtió realmente en una «hermana universal». Su caridad amable y sonriente fue la expresión de la alegría profunda cuyo secreto nos revela: «Jesús, mi alegría es amarte a tí» (P 45/7). En este contexto de sufrimiento, viviendo el amor más grande en las cosas más pequeñas de la vida diaria, la Santa llevó a cabo en plenitud su vocación de ser el Amor en el corazón de la Iglesia (cf. MS B, 3v).
Teresa murió la noche del 30 de septiembre de 1897, a los 24 años, pronunciando estas sencillas palabras: «¡Dios mío, os amo!», mirando el crucifijo que apretaba entre sus manos. Estas últimas palabras de la Santa son la clave de toda su doctrina, de su interpretación del Evangelio. El acto de amor, expresado en su último aliento, era como la respiración continua de su alma, como el latido de su corazón. Las sencillas palabras «Jesús, te amo» están en el centro de todos sus escritos. El acto de amor a Jesús la sumerge en la Santísima Trinidad. Ella escribió: «Lo sabes, Jesús mío. Yo te amo. Me abrasa con su fuego tu Espíritu de Amor. Amándote yo a tí, atraigo al Padre» (P 17/2).
Fue canonizada en 1925 por Pio XI y proclamada doctora de la Iglesia en 1997 por Juan Pablo II. El papa Pio X la consideró «la santa más grande de los tiempos modernos». Se la representa como una monja carmelita con un crucifijo y rosas en los brazos. Decía que después de su muerte derramaría una lluvia de rosas.
El proceso de canonización, comenzó en 1915 pero quedó interrumpido por la 1ª Guerra mundial, que terminó en 1918. En aquel tiempo se necesitaba un período de cincuenta años después de la muerte de un candidato a la canonización, pero el papa Benedicto XV eximió a Teresa de ese período.
Son requeridos dos milagros para la Beatificación. El primero se produjo con un joven seminarista, en 1906. Sufría de tuberculosis pulmonar y su estado era considerado como incurable por su médico. Después de dos novenas dirigidas a Sor Teresa del Niño Jesús, recuperó la salud. El segundo milagro le sucedió a una religiosa, que sufría de una afección del estómago, ya muy avanzada para poder curarla mediante una cirugía. Pide a Sor Teresa durante dos novenas, después su condición mejora. Dos médicos confirman la curación.
Después de su beatificación se dan cientos de testimonios sobre prodigios y milagros, dos de estos son presentados ante la Santa Sede para alcanzar su canonización, el primero es el caso de una joven belga, con una tuberculosis pulmonar e intestinal avanzada y milagrosamente sanada. El otro caso es el de una italiana, que sufría de una artritis de la rodilla y tuberculosis en las vértebras; se libera de forma repentina de sus enfermedades después de un Triduo celebrado en honor de la Beata Teresa.
Doctora de la Iglesia Universal
El 19 de octubre de 1997, el papa San Juan Pablo II la proclamó Doctora de la Iglesia Universal, siendo la tercera mujer en recibir ese título —anteriormente, habían sido declaradas doctoras Santa Teresa de Jesús, también carmelita, y Santa Catalina de Siena. Las siguió Santa Hildegarda de Bingen en 2012.
DOCTRINA TERESIANA
De toda la doctrina teresiana voy a destacar solamente el que puede considerarse como su aspecto fundamental, que fue el factor que inspiró toda su vida: La infancia espiritual.
Teresa es la santa de la esperanza. Crecida en una sociedad burguesa que aparentemente no estaba afectada en modo alguno por la problemática moderna, vivió en pocos años y lejos del mundo todo el drama del siglo XX. Teresa vivió lo que otros muchos, después de ella, iban a vivir: la noche de la incredulidad, de todos los descreídos y de los malos creyentes.
La doctrina de Sta. Teresita se apoya en el evangelio. Ella llevaba los evangelios siempre consigo. En su época era costumbre leer de autores devotos, pero ella quiere leer directamente del evangelio y eso es lo que alimenta toda su espiritualidad y en concepto de infancia espiritual: ser como niños en brazos de Dios Padre.