Me invitan a escribir un artículo acerca de las preguntas eternas: ¿de dónde venimos? ¿adónde vamos? ¿qué hacemos aquí? ¿por qué y para qué hemos venido?
Ciertamente, un artículo de esa índole parece presuntuoso. Esas son las preguntas que se han planteado los filósofos desde el principio de los tiempos y entiendo que corresponde a la filosofía darles contestación. No a mí.
Pero es una invitación que no puedo rechazar, porque me abre la puerta a exponer algunas de mis opiniones y de mis convicciones más arraigadas. Y eso es tentador.
Una de las situaciones que más angustia generan en el ser humano es la incertidumbre, porque nuestro cerebro no está preparado neurológicamente para enfrentarla, sino que necesita certezas, aunque no sean ciertas. Por eso, casi todos hemos buscado respuestas personales a las famosas preguntas. Estas son las mías:
Las respuestas más simplistas a las dos primeras preguntas podrían ser: para los creyentes, venimos de la divinidad y volvemos a ella.
Eso lo entendió muy bien Píndaro, cuando relató algunas de sus experiencias felices en los Campos Elíseos y en los Misterios de Eleusis. Y lo resumió así: sé que nuestra raza vuelve a Júpiter. Para los no creyentes: venimos de la biología y volvemos a ella o, un poco después, a la geología.
Las restantes preguntas, en mi opinión, se podrían asociar a otro debate secular: libertad o determinismo. Y a esto resulta menos pretencioso contestar o, cuando menos, aportar una opinión. Empiezo por decir que me inclino por la libertad. La libertad, entendida dentro de las limitaciones que nos imponen nuestro mundo interior y nuestro mundo exterior.
Muchas personas han resuelto la cuestión responsabilizando a la divinidad de cuanto acaece, tanto para bien como para mal. Será lo que Dios quiera. Dios lo ha querido. Los designios de Dios son inescrutables.
Culpar o responsabilizar a la divinidad de nuestras desgracias o de nuestro devenir, es una forma de determinismo. El determinismo nos somete a los designios del destino o de la divinidad, que viene a ser lo mismo. Entiende que somos lo que la divinidad decide y que nuestro destino está marcado por sus designios. Y nos exime de la responsabiidad de muchos de nuestros actos.
Por el contrario, la libertad nos culpa o nos responsabiliza, a nosotros mismos y a nadie más, de nuestras desgracias o de nuestro devenir. La libertad nos hace responsables de nuestro destino, y entiende que somos lo que hacemos de nosotros mismos y que nuestro destino es nuestro propio carácter. Y nos responsabiliza de nuestras elecciones, de nuestros actos y, por supuesto, de nuestro futuro.
Para no llevar las cosas al extremo, apartemos las circunstancias que vienen dadas por la biología, propia o ajena, por la naturaleza, por los actos de otros en los que no hemos tomado parte pero que nos involucran. Digo esto para que no me consideren extremista.
Un caso real
El otro día presencié un caso sumamente terrenal y cotidiano. En una cola larguísima de gente, que intentaba no recuerdo si entrar a o salir de un establecimiento, por una puerta bastante estrecha, sonó el teléfono de una señora que portaba carro de la compra y un gran bolso al hombro. El teléfono, naturalmente, sonó dentro del bolso. Entonces, la señora nos dio un ejemplo vivo del secular debate entre libertad y determinismo. Se detuvo, soltó el carro de la compra, echó mano al bolso e intentó abrir la cremallera. Al sentir el ligero empuje de las personas que tenía detrás, su mano izquierda tembló sobre la cremallera, dudando si abrir o no, y su mano derecha se apoyó insegura sobre el asa del carro de la compra.
Imagino su dilema mental: Si contesto, detengo esta cola enorme que avanza imparable. Si no contesto, quien me esté llamando no sabrá dónde estoy ni qué hago. Si contesto, toda esta gente me va a empujar y hasta me puede tirar. Si no contesto, contravengo las normas de responder siempre a la telefonía móvil, porque para eso se ha inventado, para no tener que llegar a casa para recibir y contestar a una llamada. Si contesto, la gente se apelotonará al final de la cola y cadá vez serán más. Si no contesto, quizá se trate de una llamada urgente de mi familia, pues puede haber ocurrido algo grave y necesitan mi ayuda.
Fueron segundos de angustia, de incertidumbre, de malestar, de tensión, tanto para ella como para el el resto de la cola. Los de atrás se preguntarían ¿qué pasa ahí delante que esto se para? Los próximos se preguntarían ¿qué hace esa señora, por qué se detiene ahora con la que está cayendo?
La moraleja es fácil. El determinismo impulsaba a la mujer a cumplir su destino manifiesto, aquello que se esperaba socialmente de ella: sometimiento a la tecnología incluso en momentos críticos; el teléfono suena y hay que contestar. La libertad impulsaba a la mujer a dejar la contestación para más tarde, cuando fuera oportuno y no conllevara perjuicio.
Es decir, la libertad abogaba por una elección libre en un momento crítico.
Es un ejemplo que se puede llevar a otras muchas situaciones de la vida, no tan fáciles de solucionar como esta, y con resultados mucho más graves.