Las redes sociales, esos lugares virtuales donde compartimos afectos y recuerdos, nos han salvado en numerosas ocasiones de sentimientos que a veces nos inundan, como la tristeza, el abandono, la soledad o la desesperanza.
Con sus “me gusta”, “me encanta”, “me importa”, “me entristece” o “me enfada”, las redes sociales son capaces de aportar solidaridad, compañía e información, sobre todo en los tiempos de enclaustramiento que sufrimos durante la larga pandemia del Covid19.
En pleno debate sobre las terapias online, un grupo de expertos de diferentes países llegaron a la importante conclusión de que, una vez superadas las reticencias que entorpecían los tratamientos médicos en línea, resulta más fácil comprobar la salud mental de los participantes en las redes sociales que en las consultas de los especialistas.
La gente ha aprendido a buscar ayuda en línea y a comunicarse a través de las redes sociales amigas, desde que los confinamientos del Covid generaron un boom de solicitud de información y de consultas.
Las demandas y las ofertas se han incorporado a la telemedicina, que acerca la atención médica y psicológica a quienes no pueden desplazarse a la consulta del profesional.
Con todo esto, hemos comprobado que las redes sociales pueden mejorar nuestra salud mental, hasta el punto de que se han realizados estudios que arrojan un prometedor resultado y es que las personas que utilizan estas tecnologías tienen un 63 por ciento menos de probabilidades de contraer enfermedades mentales que las que no lo hacen.
Las redes sociales ofrecen, además, un espacio para que quienes padecen enfermedades que empeoran con el estigma social puedan librarse del tabú, porque para esto existen el anonimato, el yo virtual, la máscara y el grupo.
Y se han aliado contra otros estigmas que nos inundan, como la depresión, el trastorno bipolar o la anorexia nerviosa, porque divulgan mensajes informativos que contribuyen a terminar con el desconocimiento y con la frivolidad con la que mucha gente ignorante aborda esos graves problemas.
Esos mensajes son capaces de introducir en nuestro cerebro información útil que conlleva interacción y recompensa, lo que los hace más adictivos que el diazepam.
En diciembre de 2021, supimos que en el Área de Salud Mental del Hospital Sant Joan de Déu, en Barcelona, se había creado la primera cuenta de Instagram con finalidad terapéutica para tratar una patología tan delicada, tan extendida y tan peligrosa como los trastornos de conducta alimentaria, lo que conocemos como anorexia y bulimia nerviosas.
Y son treinta chavales entre nueve y diecisiete años los que utilizan este recurso tecnológico para salvarse de tan terribles malestares y salvar a otros jóvenes que se acercan a través de esa red social. Redes sociales amigas que hemos de cuidar y vigilar para que en ningún caso se infiltren contenidos desafortunados que las conviertan en enemigas.