La medicina a distancia tiene un precedente.
Hace siglos que la delicadeza de la cultura china sugirió crear estatuillas de marfil en las que la mujer enferma podía señalar al médico el punto de su padecimiento. Con ello evitaba la vergüenza de desnudarse o la exploración física del profesional, que siempre era del sexo masculino.
Vergüenzas aparte, no cabe duda de que la atención médica a distancia resulta imprescindible para las personas que no pueden desplazarse a un centro de salud o que, como sucede en tantos lugares de la España vaciada, no disponen de centro de salud en su entorno.
Sin embargo, esta opción deja de ser válida cuando se trata de enfermedades graves o de difícil diagnóstico, que requieren presencia, cercanía y contacto.
Actualmente, la sanidad pública cuenta con atención telefónica asistida por ordenador, incluso para pacientes con trastornos mentales comunes, como la ansiedad, la depresión o el riesgo de abuso del alcohol, y se llevan a cabo evaluaciones periódicas sin intervención profesional humana.
Y cuenta con otro importante servicio que acelera al máximo la comunicación entre profesionales, la consulta telemática que permite transmitir y recibir información sin tardanza entre diferentes especialistas o entre la atención primaria y otros profesionales.
Ha sido precisamente la pandemia la que ha conmovido los cimientos de la sanidad pública para enfrentanrse al reto de proteger tanto a los pacientes como a los profesionales, manteniendo a la población vulnerable alejada de los hospitales dedicados en un alto porcentaje al Covid19.
La telemedicina nos ha librado del riesgo de contagio, aunque numerosos ciudadanos de entornos rurales han echado de menos el consultorio médico abierto de par en par, porque, por seguridad, las autoridades sanitarias prefirieron recurrir a la atención presencial bajo demanda cuando el médico considerase necesaria una exploración o intervención física.
La telemedicina, además de esa protección de riesgos de contagio, ofrece a los profesionales información verídica basada en datos sobre la situación sanitaria de los pacientes.
Cuenta también con tecnologías portátiles instaladas en dispositivos para monitorizar la salud de manera eficaz y, sobre todo, en tiempo real. Además, los ciudadanos han aprendido a participar en la gestión de su propia salud.
Siguen siendo numerosos, sin embargo, los ciudadanos tanto de la España vaciada y rural, como de la España superpoblada y urbana, que se quejan de la falta de contacto físico con los sanitarios, que tienen dificultades para comunicar con su centro de salud a través de la tecnología o que, a veces, no confían en ella. Y son muchos, muchísimos los que sienten nostalgia de la presencia impagable del sanitario frente a frente.