1. ¿Por qué ‘paraíso’?
“Plantó Yahaveh Dios un jardín en Edén, al oriente, donde colocó al hombre que había formado. Yahaveh Dios hizo brotar toda clase de árboles deleitosos a la vista y buenos para comer… De Edén salía un río que regaba el jardín y desde allí se repartía en cuatro brazos” (Biblia de Jerusalén: Gen 2, 8-10)
“Y precisan las notas a pie de página: “<Jardín> se traduce por <Paraíso> en la versión griega, y luego en toda la tradición. <Edén> es nombre geográfico imposible de identificar, y tal vez significara antes ‘estepa’. El ‘paraíso‘ es representado como un oasis en el desierto oriental”. (Id, nota 8).
Un ‘paraíso’: lugar supremo de las delicias naturales, de la belleza y la feracidad inmarchitable, a lo que contribuyen decisivamente las aguas abundantísimas, corrientes capaces de ‘abrirse en cuatro ríos’, que riegan el resto de aquella tierra (en el texto bíblico, Pisón, Guijón, Tigris y Eúfrates; los dos últimos bien conocidos, entre los cuales se extiende Mesopotamia -país de los dos ríos-, pero no así los dos primeros, cuyos nombres no vuelven a aparecer en el texto sagrado).
“Paraíso”, lugar soñado por poetas y novelistas, en el cual el primer hombre -y su mujer- disfrutan de la absoluta felicidad y plenitud naturales y de la gracia original (como regalo añadido por Dios a su naturaleza racional), en amistad con Yahveh Dios, su Creador, que baja al atardecer, al frescor de la brisa y habla con ellos.
Así hasta que la perversa astucia de la serpiente y la estúpida credulidad y el inmoderado apetito de la primera pareja les hace perder aquel don supremo y ser expulsados del Jardín (el Paraíso), fuera, a la tierra áspera de la estepa, que producirá cardos y abrojos, y con un querubín armado de espada flamígera guardando la entrada.
Aquella analogía con la primera dicha bíblica se recoge en el habla común y en multitud de textos literarios para señalar algún lugar que, en cierto modo, condense las excelsas cualidades de aquella añorada e imaginada (pues no sabemos nada real de ella) ‘tierra feliz’.
2. ¿Puede haber un ‘paraíso’ en la tierra?
El arte de la jardinería ha procurado desde antiguo crear espacios que puedan parangonarse con la maravilla del primer jardín. Y para ello ha precisado de un elemento imprescindible, el agua. Las culturas de ‘secano’ han intentado sacar del subsuelo el precioso elemento que genera vida, y las que lo han disfrutado sin esfuerzo, como la propia Mesopotamia de origen bíblico, y, sin ir más lejos, la España del Sur, han inventado los más hermosos ‘paraísos’.
Los jardines colgantes de Babilonia y las creaciones de los palacios musulmanes de Córdoba y Granada, con fuentes, surtidores, estanques y paseos rebosando agua y verdor, son un reclamo para todo amante de la belleza.
Las visiones del profeta Ezequiel sobre la ciudad de Jerusalén abundan en jardines. Y el libro de la máxima esperanza cristiana, el Apocalipsis, en sus capítulos finales, describe la nueva Jerusalén con ríos donde florecen toda clase de árboles frutales y medicinales, trasunto del Paraíso original.
2. El ámbito paradisíaco de El Parral.
Todo este largo preámbulo viene a propósito de la experiencia vivida por el ‘peregrino del silencio’ en un lugar que, de acuerdo con la más pura verdad, puede equipararse a un ‘paraíso’ en la tierra: me refiero al monasterio jerónimo (único en España y el mundo por motivos histórico-sociales en los que no entramos) de Santa María del Parral, que se encuentra ubicado en la ciudad de Segovia, en pleno corazón de Castilla.
Los rasgos más característicos de la descripción paradisíaca se pueden aplicar a este singular recinto monástico: un jardín con abundantes árboles hermosos de ver, y huerta con vegetales que ofrecen frutos deleitosos para comer, todo ello regado por inagotables fuentes de agua, que se remansan en preciosos estanques, y que, en su exceso de abundancia, van a derramarse al río Eresma, que rodea la monumental ciudad segoviana. Digamos algo más concreto de este lugar y su entorno.
Segovia es una de las más hermosas ciudades de España, situada en lo alto de un enorme monte. La ciudad antigua, conocida desde los romanos, que construyeron el impresionante acueducto que se abre en una de las entradas, con el fin de llevar las aguas para el suministro público, se halla rodeada, sin embargo, por un abundoso río, el Eresma, que corre a los pies del monte, aparte de contar con otros muchos manantiales que surten al mismo río.
Las laderas del monte donde se levanta la ciudad están cubiertas de feraz vegetación que las embellece. Ciudad y ladera, protegida en su altura por fuerte muralla, que se conserva en gran parte, está rodeada por una carretera que la circunda en torno y da entrada a las diversas puertas de la muralla.
Al otro lado de esta vía, frente a la ciudad, se levantaron desde la reconquista medieval, instituciones religiosas, en su mayoría conventos, además de la ermita, hoy espacioso santuario, de la Virgen Patrona de Segovia, Ntra. Sra. de la Fuencisla.
Inmediato a ella la Orden Carmelitana reformada levantó un convento en tiempo de San Juan de la Cruz, que fue prior del mismo y participó en su construcción. También la Orden de Predicadores estableció en plena Edad Media su convento en este lugar, Santa Cruz la Real, en el que se conserva una gruta donde, según tradición, estuvo retirado el propio fundador, santo Domingo de Guzmán.
Entre estos dos conventos de órdenes mendicantes, y muy cerca de la primera fábrica de moneda que funcionó en Castilla, levantaron los monjes jerónimos su fundación segoviana, impulsada por el rey Enrique IV de Castilla en 1447, aunque lo hizo con el patronazo de Juan de Pacheco, Marqués de Villena, cuyo monumento sepulcral, como el de su esposa, María de Portocarrero, se encuentran en el presbiterio del templo monacal a los lados del retablo mayor, traídos ambos desde el extremeño monasterio de Guadalupe. El recinto monástico se halla también en la cercanía de la iglesia templaria de la Santa Cruz.
El monasterio sufrió las consecuencias de la malhadada y feroz desamortización de Mendizábal y supresión de órdenes religiosas en 1835, que lo sumió, como a los demás de España, en una penosa ruina. Se restauró en 1925 por fray Manuel de la Sagrada Familia, mártir en 1936 y beatificado en 2013.
El conjunto monacal se encuentra situado, por tanto, frente a la ciudad segoviana, de la que se contemplan desde su espléndido parque-jardín-huerta (que todo lo es), la torre románica de San Esteban, la más hermosa y gallarda de las que hay en Segovia; la catedral con su gran fábrica, destacadas la cúpula y torre; los campanarios románicos de San Esteban y San Andrés y el Alcázar, con su porte de cuento de hadas. Todo un panorama monumental envidiable, bajo el cual se extiende la ladera cubierta de espesa arboleda.
3. El edificio monástico.
No entra en nuestro objetivo el hacer una detallada descripción de las dependencias del monasterio. Baste decir que posee tres claustros, además del pórtico de entrada, una vez que se traspasa la puerta conventual.
El más amplio de los claustros, al que se entra pasando por el plateresco, es de estilo gótico-mudéjar, y a él se abren las dependencias interiores.
Multitud de puertas que dan acceso a salas, capillas y otros espacios, son testimonio de la evolución del estilo originario, el gótico, desde la sobriedad de sencillas ojivas hasta el despliegue ornamental de arcos carpaneles con jambas profusamente decoradas con motivos vegetales e imágenes.
Este claustro mayor se abre a su interior por grandes arcos de herradura apuntada y alto barandal de piedra calada con figuraciones góticas. Una hermosa fuente lo centra, junto a tres cipreses y un espléndido abeto de gran altura.
El segundo piso es de ventanas ojivales cerradas con cristalera, y en el lado en que se alza la torre de planta cuadrada, rematada por crestería plateresca, posee un tercer piso, una galería abuhardillada, abierta y sostenida por pilares de madera con zapatas, desde la cual se contemplan magníficas vistas de Segovia.
El claustro se adorna en sus vanos interiores con macetas de pilistras (Aspidistra, también llamada comúnmente pilistra u orejas de burro, es un género con alrededor de 100 especies de la familia Asparagaceae. Son plantas ornamentales cultivadas tanto en interior como exterior, originarias de China, Himalaya y Japón).
En uno de los rincones luce una bellísima imagen de María con el Niño Jesús, figura maternal de estilo gótico del XV con tendencia renacentista, estilo propio de la imaginería flamenca que tanto prosperó en España aquellos siglos.
En este claustro principal se abren puertas de celdas de la planta baja, de trazado ojival, y dependencias como la entrada a la iglesia mayor, entre ellas al refectorio, al salón de recreaciones y a la escalera que sube a la planta superior. Junto a ésta se abre otra que nos da entrada a un pequeño vestíbulo donde se encuentra el ascensor que sube a las dos plantas superiores, la primera con celdas de los monjes y la segunda con la hospedería y vivienda del Prior.
4. La hospedería.
El mencionado recinto de la hospedería cuenta con diez habitaciones, sobrias pero suficientemente dotadas, con cuarto de aseo. Sin embargo, el criterio de la Comunidad es ocupar como máximo cuatro de ellas. Es una de las condiciones para mantener el clima de silencio que domina el monasterio, igual que la condición, previamente comunicada, de no salir del recinto monástico durante los días de estancia.
Por ejemplo, no se puede ir, durante el tiempo libre, de visita turística a la ciudad y ni siquiera a visitar los conventos cercanos o el santuario de la Fuencisla. Parece una condición dura, pero basta entrar de lleno en el monasterio y en su jardín-huerta para quedar olvidado de cualquier otra cosa exterior.
La primera sorpresa gratísima al entrar en la celda de huésped, en cuya pared frontal se abren dos ventanas con arco de medio punto, es contemplar el panorama que se ofrece de Segovia.
Todo cuanto se puede ver desde el jardín y huerta se tiene a la vista, a la altura del cuerpo alto del edificio monástico. La perspectiva es fascinante, y pasa por la belleza de la luz de las diversas horas del día o de las situaciones de clima, cielo despejado o nubes.
Durante la noche los monumentos arquitectónicos y la arboleda que cubre la ladera tienen iluminación artística, que se mantiene hasta la media noche.
5. Otras dependencias comunes. Refectorio.
Las refecciones (así llaman los monjes a las comidas) tienen lugar en un amplio refectorio de largas mesas (lisos gruesos tablones de nogal sobre pies de madera y asientos corridos a lo largo de los muros), artesonado de casetones ochavados de estilo renacentista, así como numerosas imágenes (un hermosos Crucifijo lo preside) y objetos en su pared trasera, como las orzas donde se guardaron otro tiempo las semillas, recipientes que se tapan con discos de madera donde se han incrustado cuernos de toro para asirlos.
Esta pared trasera la cubre un buen tapiz con el escudo de España de tiempo del General Franco, con todo su simbolismo de historia gloriosa.
Cada acto es iniciado con la bendición del Prior mediante versos de salmos alusivos al don de los alimentos por parte de Dios, a los que responden los comensales. Se sirven las mesas por los monjes de turno desde un carro en que aparecen fuentes y soperas. En las mesas cada comensal tiene a su servicio jarra de agua, botella de vino tinto, vinagreras y un bote de miel (detalle digno de notar).
La comida se hace en silencio, con lectura en días de labor y música clásica en domingos y festivos. Al final se recita la acción de gracias y cada cual sale ya de manera indistinta (si alguno no ha terminado al sonar la campanilla del Prior, vuelve a sentarse para concluir).
6. El ámbito sagrado: capilla interior y templo principal.
Una de las puertas del claustro mayor da entrada a la capilla interior, que es utilizada para la Liturgia de las Horas y la Eucaristía de días laborables, además de hallarse abierta al huésped para estar en serena oración. Tiene sillería lisa, tanto para la Comunidad como para los huéspedes, y sus paramentos se cubren con infinidad de pinturas e imágenes. Es difícil hallar un monasterio que acumule tanta cantidad de lienzos, relieves y pequeñas imágenes como el Parral, y esto no sólo en la mencionada capilla sino en todo el espacio monacal.
Es algo asombroso y puede explicarse al ser este monasterio el único cenobio de la Orden Jerónima de España y del mundo. Razones de tipo histórico y social pueden explicar este fenómeno ‘acumulativo’ de piezas de arte mayores y menores, que no vamos a detallar por exceder de nuestra finalidad, aunque algo precisaremos.
La capilla interior está presidida por un magnífico Crucifijo de tamaño ligeramente inferior al humano normal, talla muy expresiva de Cristo muerto, que corresponde al estilo renacentista del XVI.
A su izquierda, sobre barroca peana se sitúa una valiosa talla de San Jerónimo penitente, con la vestidura cardenalicia abierta y recogida en el brazo derecho, que tiene un Crucifijo en la mano, y en su izquierda sujeta una gruesa piedra con la que se golpea el pecho.
A la derecha del Crucificado, en un retablo que contiene una pequeña hornacina, se muestra la joya más preciada del monasterio: la imagen románica de la Virgen del Parral, del s. XII, que estuvo en un antiguo templo en ese lugar y da nombre al cenobio.
Pero es la gran iglesia mayor la que muestra la fastuosidad propia de los templos jerónimos, por desgracia reducidos hoy a éste.
Es un templo de estilo gótico avanzado, de altas bóvedas con crucería sexpartita. Actualmente sólo se emplea los domingos y festivos para la Misa conventual. El presbiterio es muy amplio, con altares laterales y una gran mesa de altar en el centro. Está presidido por un espléndido retablo de madera policromada, de estilo renacentista, con escenas de la vida de la Virgen, obra de los entalladores Juan Martínez y Lucas Giraldo, ambos de Ávila. Coronado por un expresivo Calvario, lo presiden, en hornacinas superpuestas, una bellísima imagen de la Virgen, Nuestra Señora del Parral, con el Niño entre sus brazos y sostenido sobre su seno. El rostro de María es de una belleza excepcional y el Niño Jesús posee una gracia sin par, sonriente y casi juguetón. En la hornacina central del cuerpo inferior se halla una magnífica escultura de San Jerónimo en oración, con el torso desnudo. A los lados del retablo se elevan dos en piedra centrados por arcosolios funerarios donde aparecen las esculturas orantes del Marqués de Villana y su esposa, patronos del monasterio.
La recitación sosegada de la salmodia litúrgica a lo largo del día y la Eucaristía, cuidadosamente celebrada, con altar y celebrantes revestidos de bellos paramentos, así como numerosas candelas encendidas, todo ello imprime a la celebración un carácter de unción que impregna el espíritu del que asiste con una honda sensación de presencia divina, que, si cabe, llega a su punto culminante, los días festivos, durante el acto de adoración al Santísimo Sacramento al final del Oficio de Vísperas.
Este clima de recogimiento se mantiene a lo largo del día, desde la temprana hora de laudes, y no lo interrumpe, por ejemplo, el tiempo de las comidas, que merece un comentario más detallado, ante todo relativo a cómo se accede al mismo, pues no se entra de cualquier manera. A las que siguen a una celebración litúrgica (desayuno y almuerzo) camina la Comunidad y huéspedes en fila, pegados a los muros del claustro mayor, desde la capilla interior, y ocupa cada cual su puesto en el refectorio.
Nos queda presentar el ámbito paradisíaco del monasterio. Pero será en otra entrega.