SECULARIZACIÓN, ¿LAICISMO MILITANTE?

Un poco fuerte, con cierto aire de antigualla de vieja “cristiandad” suena el título, además del término marcial de “militancia”.

Sí, los cristianos que se estiman “progresistas”, de los que se puede decir con frase de Jesús “que son del mundo” (Jn 8, 23), tal vez hasta se tapen la nariz para no tener que olfatear estas expresiones. Resulta más “elegante” el eufemismo inicial, más digno del talante de amable socialización y de pretensión de lograr un Nuevo Orden Mundial, en el que se conciten las diversas iniciativas de mejora del mundo. Si ello implica la eliminación de cualquier referencia a ideas trascendentes, mejor. La práctica inoperancia de tales ideas para alcanzar objetivos realistas y “prácticos” hace oportuna la eliminación de tales principios extra mundanos.

Tenemos que jugar con el significado de tres términos para reflexionar sobre esa propuesta secularizador: “Secularización”, “laicidad” y “laicismo”.

Vamos con el primero, aunque ya nos hemos referido a él en el artículo inicial de esta serie.

SECULARIZACIÓN

¿Qué es eso, qué significa? Este término tiene un significado antiguo: hace alusión al acto de expropiación de los bienes de la iglesia por parte de los gobiernos laicistas. En un sentido más amplio hablaríamos de acto de implantación de un sistema de gobierno que excluye de sus valores cualquier referencia al sentido de trascendencia y creencia en Dios.

Los términos segundo y tercero están íntimamente relacionados, pero de ninguna manera son sinónimos, hay una clara diferencia:

LAICIDAD

Este vocablo significa la separación de lo profano y lo sagrado como forma de gobierno y de sistema social. Separación que no implica oposición en contra de la Iglesia. Estima aceptable por igual cualquier forma de religión y respeta su presencia en el entramado social.

LAICISMO

Designa este vocablo un sistema de pensamiento, de gobierno o de estructura social con un significado de ideología filosófica que implica oposición a los valores o conceptos que tengan una raíz en lo trascendente o religioso. Por tanto, hablar de laicismo supone la eliminación en el entramado social y político de todo lo que tenga sentido religioso, sea de cualquier religión, aunque, de hecho, su animadversión se dirige preferentemente hacia la religión cristiana. Entendido en sentido estricto, laicismo puede estimarse como sistema en realidad “religioso”, puesto que el pensamiento y medios sociales derivados del mismo trata de imponerlos con carácter de obligatoriedad e “impregnan” todas las esferas de la vida individual o social.

En consecuencia, la idea o digamos más bien, “ideología secularizadora” implica una orientación laicista más que referencia neutra a la laicidad. Se ha utilizado dicho vocablo como un eufemismo que disimula el proyecto de implantación de un orden de gobierno y administración de la “cosa pública” con abierta contraposición a un sistema de valores derivados de la concepción cristiano-evangélica o de cualquier otra confesión religiosa. Con ello pretende favorecer la admisión de sus paradigmas y planes de actuación por cualquier país del mundo.

La ideología secularizadora no deja de estar impregnada de una visión del mundo y de la persona que desconoce incluso derechos derivados de la simple estimación natural, reconocidos en legislaciones internacionales, como los derechos fundamentales del hombre, por ejemplo, el derecho a la vida. Y así, para lograr los objetivos de sostenibilidad y mejora de las condiciones de vida, no tiene inconveniente en promover la implantación del aborto (un asesinato, como ha sido calificado reiteradamente por el papa Francisco) como un “derecho” de la mujer, que queda convertida en mero instrumento de placer, objetivada y atentada en su dignidad. Y es sorprendente y paradójico que esta postura se encuentre defendida por un falso feminismo que es movido por el más descarado y desalmado (sin alma) egocentrismo.

UNA OPCIÓN HUMANISTA

Ante esta tendencia deshumanizadora, que no duda en aplastar a la persona para conseguir sus objetivos, no cabe más opción que promover una cultura inspirada en el derecho natural, de contenidos más genéricos y amplios que los parámetros de inspiración meramente religiosa, sea de la religión que sea. El ius naturae es una concepción de carácter laical, no laicista, que reconoce al hombre como un ser portador de valores fundados en su misma naturaleza más que en principios religiosos. Por tanto, sus principios son sostenibles en sociedades donde exista la separación entre el mismo entramado social y las estructuras generadas por convicciones religiosas.

Como valor fundamental y primordial de esta concepción humanista se halla el derecho a la vida, siempre y cuando se estime que la vida humana tiene su inicio en el momento inmediatamente posterior a la concepción y permanece hasta el momento de la muerte natural. Por tanto, prácticas como el aborto o la muerte provocada anticipadamente mediante recursos médicos, chocan abiertamente con dicha opción iusnaturalista.

Pero, por desgracia, la concepción del ser humano como un alguien manipulable artificialmente, como está sucediendo en las corrientes de utilitarismo economicista o egocéntrico, ha cobrado una relevancia que supone la quiebra de los principios del derecho natural. Así ocurre, como paradigma ejemplar, ante el, digamos, “conflicto” entre dos seres humanos coincidentes, como en el caso de la concepción de una vida nueva generada por la unión sexual. Los movimientos de un feminismo exacerbado por el ansia de placer como motivación del comportamiento exigen la implantación del aborto como un derecho de la mujer y niegan el derecho a la vida generada, que, incluso, afirman el concepto de vida humana hasta muy avanzado el periodo de gestación. De igual modo tienden a implantar esta medida los planes de control de población que promueven los proyectos de secularización.

Por tanto, para establecer proyectos de mejora social sólo es aceptable una opción secular superadora de un laicismo de consecuencias inhumanas, que hemos calificado de “militante” por su agresividad, opción que resulte aceptable por países de cualquier zona del mundo y cuyos ciudadanos profesen en mayor o menor cuantía algún tipo de convicción religiosa. Para dicha opción, sólo cabe buscar la inspiración de tales proyectos en el derecho natural, siempre y cuando se parta de una concepción del ser humano como criatura responsable de respetar esa naturaleza en su integridad.

Lo contrario es implantar un totalitarismo que hace del ser humano no un sujeto de derechos y deberes sino un objeto manipulable en función de cualquier utilitarismo ideológico

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