No conozco texto de más enjundia y contenido, ni más bella expresión acerca de lo que nos espera en el transcurrir de la existencia, que las Coplas de Jorge Manrique a la muerte de su padre, el maestre de Santiago, don Rodrigo Manrique.
Hoy hemos asistido desde la pantalla del televisor los que no hemos podido estar presentes físicamente, a un acto, acontecimiento, que me ha hecho recordar los versos manriqueños: el funeral por el finado cardenal arzobispo emérito de Sevilla, don Carlos Amigo Vallejo.
Hasta ahora le podemos estimar como ‘último cardenal de Sevilla; porque esta antiquísima y gloriosa sede hispalense (de la Hispalis grecorromana y visigótica cristianizada), esta sede ha tenido siempre ‘condición’ cardenalicia y patriarcal, como las de Toledo y Tarragona, las sedes más eminentes del solar hispano.
Esta condición se ha perdido con los últimos pontífices, desde San Juan Pablo II. Ni el papa Benedicto ni el actual Francisco han distinguido a estas gloriosas sedes episcopales con el honor del cardenalato, que daba a sus titulares la posibilidad de participar en un hipotético cónclave para elegir Papa, como parte de su carácter de Príncipes de la Iglesia.
Ahora son sedes casi desconocidas muchas de ellas, situadas en territorios novedosos de los ‘modernos’ continentes, Asia, Oceanía, Suramérica, las que ostentan esa distinción que les otorga un protagonismo singular en la Santa Iglesia Católica.
Pero vamos al acontecimiento. El marco incomparable de la monumental catedral sevillana (“Hagamos un templo tal y tan grande que los que lo vieren nos tengan por locos”, se cuenta que dijeron los canónigos que pensaron en la nueva catedral para sustituir a la ruinosa antigua catedral-mezquita).
En tal marco y rodeado de una veintena de obispos acompañando al actual arzobispo titular, Sainz Meneses, ante el llamado ‘altar del Jubileo’, un montaje que se ha hecho habitual (no sé por qué) en lugar del magno presbiterio presidido por el inmenso retablo mayor, con la imagen de la titular del templo, la bellísima talla gótica del XIII, la Virgen de la Sede).
En ese escenario se hallaba el ataúd con los restos del insigne cardenal emérito. Y semejante conjunto, acompañado de la presencia de autoridades y fieles hasta llenar el templo, era una imagen que cuadra perfectamente en los versos del joven poeta isabelino:
“Recuerde el alma dormida,/avive el seso y despierte,/contemplando/cómo se pasa la vida,/cómo se viene la muerte,/tan callando.
Nuestras vidas son los ríos/que van a dar a la mar,/que es el morir;/allí van los señoríos/derechos a se acabar/e consumir.
Allí los ríos caudales,/allí los otros, medianos,/y los chicos,/en llegados, son iguales;/los que viven de sus manos/y los ricos.”
Hasta aquí traemos los versos de esta impresionante meditación, pues vienen a cuento como expresión de lo que hemos visto.
Porque don Carlos Amigo ha sido un ‘río caudal’, un personaje destacadísimo en el clima total de una Sevilla de condición compleja, tanto en lo religioso como en lo civil.
- Su esplendida figura, de inalterada esbeltez,
- su facilidad de contacto con todos los ambientes de la ciudad, y a través de ella con la Iglesia universal y con España (como han demostrado los mensajes de condolencia del Papa y los Reyes españoles),
- su capacidad y elegancia para abordar con éxito las cuestiones, mucha de ellas difíciles, de su interrelación con gobiernos sobre todo socialistas, tanto en la nación como en la autonomía andaluza y la ciudad de Sevilla,
- su presencia en infinidad de actos, a los que acudía con interés y desenvoltura, incluso después de su obligada dimisión de la mitra por la edad,
- todo hacía de este prelado una figura eminente,
- un auténtico ‘río caudal’, que, como todos los demás que reflejan los versos del poeta, “van a dar a la mar…, y, en llegados, son iguales,
- aunque ahora sus restos esperan la resurrección definitiva en el distinguido espacio de una de las capillas catedralicias, la de San Pablo, junto a la Capilla Real, sede de la Virgen de los Reyes, Patrona de la archidiócesis.
Fenecimiento de la gloria humana, sea la que fuere, tan como muestra el lienzo de Valdés Leal, en la iglesia de la Santa Caridad: “Sic transit gloriae mundi”. Y esto, desde una clave escatológica, nos hace pensar: “¿Qué nos espera, qué va a ser de nosotros?”.
En este tiempo de Pascua, la fe nos dice: “Nos espera Dios en su santa Gloria”. Frase consoladora, pero que no nos descubre nada del ‘más allá’; sólo tenemos el testimonio del Apóstol Pablo que afirma: “Ni ojo vio, ni oído oyó, ni cabe en mente humana lo que Dios ha preparado para los que le aman” (1 Cor 2, 9).
¿Puede esto mantener la esperanza de algo que supere toda idea o imaginación?. Estamos ante el misterio inabarcable, el que sólo las juiciosas y sinceras palabras del eminente papa Benedicto XVI nos permiten afrontar con paciente serenidad: “Apretar los dientes y seguir”.