¿Qué fue de la Oposición?

Libertad Digital

11/10/2024

La situación por la que atraviesa la política en España guarda un evidente paralelismo con los estertores del último Gobierno socialista de Felipe González en 1996.

El nivel de corrupción que atesora Pedro Sánchez hace inexplicable que no haya provocado ya su dimisión o destitución si no fuera por su maquiavelismo ausente de razón de Estado y por el odio “africano” que la izquierda y el separatismo profesa a la alternancia política y a la regeneración democrática inaplazable.

El cúmulo de escándalos y falta de gobernanza es de tal calibre que de no operar un cambio de ciclo nuestra democracia acabará saltando por los aires de forma trágica, visto que la oposición está demostrando una inoperancia rayana en complicidad.

Como ya se ha dicho, el sanchismo ha colonizado las instituciones y los controles para su evitación no existen observando cómo todos los órganos que debieran fiscalizar su labor están en manos de comisarios políticos adeptos al régimen que contribuyen y colaboran en la perpetuación de la corrupción sistémica.

El Consejo de Estado, el Banco de España, el Congreso de los Diputados, el aparato policial, los ministerios, la prensa domesticada y financiada con dinero público, televisión española, los sindicatos, la fiscalía general del Estado, el PSOE, etc. conforman una lista interminable de tentáculos del poder ejecutivo que han noqueado el régimen constitucional indefectiblemente.

Y lo verdaderamente desconcertante es que quienes deberían impedirlo a toda costa están demostrando una falta absoluta de capacitación, cuando no de labor negligente y espasmódica.

Sabemos que toda iniciativa parlamentaria para frenar el abuso de poder está condenada al fracaso, pero me asombra que más allá de eso no se pueda conformar una rebelión cívica para desmocharlo.

La oposición democrática evidencia estrechez de miras, egoísmo sin límites, acomodamiento institucional y nulo sentido patriótico.

No quiero ahondar en la evidencia mas si pedir responsabilidad.

Hay que ser ejemplarizante y cuando uno se equivoca no basta el perdón, hay que dar cuenta y asumir el fiasco cesando a los negligentes.

De lo contrario todo irá a peor.

El agotamiento y la desilusión ciudadana ha adquirido una descomunal dimensión hasta el punto de que ha mutado en animadversión hacia quienes deberían ser el relevo para cambiar las cosas.

De nada sirven los golpes de pecho ni la escenografía parlamentaria, los gruesos calificativos, la diatriba incendiaria, el pretendido efectismo o la gesticulación forzada.

Esto no hará caer al gobierno.

La corrupción que solo combaten los jueces con su persecución legal tarda en materializarse y cuando llega su respuesta el paso del tiempo acaba diluyéndola.

El único sendero es el de la acción política coordinada asentada en su unidad.

El centro derecha está sumido en la incomprensible división y es algo que personalmente vengo denunciando desde hace al menos cuatro años, cuando decidí dejar el Partido Popular con Pablo Casado al frente.

Es incomprensible que la lucha partidaria de PP y VOX no haya hecho sino radicalizarse, acrecentada por una nueva opción política populista, fraudulenta y mentirosa.

Solo se entienden esos réditos de arribistas delincuentes por el hartazgo social y la inoperancia de los llamados a frenarlo.

Mucho me malicio que el problema es de calado por cuanto estas organizaciones políticas están cegadas por la endogamia, el arribismo, el amiguismo y la traición.

Este mal endémico que ha ido a mayores, pasa por una refundación de los partidos políticos para que puedan dar cumplimiento al mandato constitucional.

Debo recordar la textualidad del artículo 6 de la Constitución cuando mandata la función de aquellos:

Los partidos políticos expresan el pluralismo político, concurren a la formación y manifestación de la voluntad popular y son instrumento fundamental para la participación política. Su creación y el ejercicio de su actividad son libres dentro del respeto a la Constitución y a la ley. Su estructura interna y funcionamiento deberán ser democráticos.

Si la gente está asqueada y se aleja de la política será entonces que han dejado de cumplir su función de herramienta de participación ciudadana en los asuntos públicos.

Si no se hacen eco de las demandas sociales ante los graves problemas que afrontamos no están trasladando la manifestación popular a las instituciones democráticas.

Si algunos de esas organizaciones no respetan la Constitución y la ley deben ser incluso disueltos, más allá del carácter “no militante” de nuestra malherida democracia constitucional.

Si su estructura interna y su funcionamiento se plasma en aquello de “el que se mueva no sale en la foto”, está claro que dejan ser democráticos por falta de debate interno y de canalización de la discrepancia.

En definitiva, el rotundo fracaso del mejor instrumento —los partidos— que alumbró la moderna concepción de la democracia parlamentaria hoy es una triste realidad.

En un breve ensayo que escribí en su día titulado La soledad del discrepante, esbocé alguna justificación al respecto de este cariz:

Resulta harto preocupante que el nivel de insatisfacción de la ciudadanía con la política y los políticos sea tan elevado. Tal vez ello pueda deberse al hecho de que en la gestión de la cosa pública el valor de la excelencia, tan destacado en el mundo empresarial, brilla por su ausencia, siendo terreno abonado para la mediocridad y la incompetencia.

Parece que la clase política dirigente practica el mobbing en el ámbito de sus respectivas organizaciones, es decir, incurre en un comportamiento agresivo propio del grupo empeñado en deshacerse de cualquier intruso que aporte creatividad.

Se ha instalado en ellas el acoso a la brillantez y el efecto conseguido es la ausencia de líderes políticos carismáticos en el sentido genuino del término, convirtiéndose tales estructuras en entes improductivos desde el punto de vista político, donde el poder se ejerce inadecuadamente.

La solución pasa porque prioricen la búsqueda de aquellos poseedores de talento, empatía, inteligencia emocional, respeto; elevándolos a la categoría de valores propios de dirigentes tocados por la excelencia que tanto demanda la sociedad, desterrando a los que, como auténticos acosadores, se guían por la envidia, la inseguridad o por necesidades de control, últimos responsables del descrédito por el que transita tan noble arte.

Desgraciadamente, esta es la encrucijada actual que enfrentamos. Si los que pueden cambiar el actual estado de cosas no se implican decididamente la decadencia será imparable.

Y es que “hace falta que algo cambie para que todo siga igual” —El gatopardo—. Lo que, traducido: es necesario que Pedro Sánchez abandone el Gobierno para que nuestra democracia, regenerada, permanezca.

Aplíquense.

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