Pablo de Tarso, ‘troquelador’ del cristianismo

conversión

La fiesta litúrgica del 25 de enero, la Conversión del Apóstol San Pablo, es de tal trascendencia y relevancia en la vivencia de nuestra fe, que me siento movido a hacer unas reflexiones.

Algunas reflexiones

Son surgidas al pensar en este acontecimiento que confiere su carácter más propio al cristianismo que hoy vivimos, en el mundo mediterráneo por donde él se movió (entonces el centro de la vida política, cultural y filosófica).

Su ‘configuración’ doctrinal, teológica y existencial adquiere una dimensión universal de tal calibre que podemos afirmar que, en cierto modo, determina el devenir no sólo religioso sino existencial del mundo hasta hoy, aunque mucho de su ‘estructura’ se esté diluyendo.

Pero no cabe duda de que sin la conversión de este fariseo apasionado y ‘sabedor’ del Antiguo Testamento, y fiel a la más pura tradición judaica, el cristianismo sería hoy otra cosa, tendría hoy, otro carácter, no sustancialmente distinto pero sí muy diferente en modos de pensar, en planteamientos existenciales.

Nuestro cristianismo

Vivimos un cristianismo ciertamente apoyado en Jesús, Hijo de Dios encarnado, y Él es en verdad su fundador, PERO, sin duda, lo que afirma nuestra fe está ‘pasado’ por Pablo, es un cristianismo paulino, hasta el punto de que hay pensadores, incluso algunos que se creen ortodoxos, que niegan a Jesús la definitiva trascendencia de lo que esta religión es hoy, y se la atribuyen a Pablo.

No es que lleven razón pero, desde luego, de no haber ‘entrado en liza’ este personaje singular, la doctrina de Jesús hubiera tardado mucho en difundirse y tomar el vuelo que tomó con tanta rapidez. Me parece que hubiera permanecido bastante tiempo como una secta judaica; y la historia de los judaizantes y los judeocristianos (extinguidos en la siglo V) -ver el folleto 135 de la colección Folletos bíblicos, de Verbo Divino-).

Por algo Dios y el propio Jesús, que saben mucho, les puso ‘la mano encima’ a este furibundo perseguidor y lo transformaron en el Apóstol de los Gentiles.

La entrada de los paganos greco romanizados en el ‘redil’ cristiano fue obra de Pablo; es él quien formula -junto con San Juan, no se olvide- el primer ‘corpus teológico’ de nuestra fe.

Su carta a los Filipenses, cap 2, 6-11, contiene el meollo más esencial de esta fe, y los himnos de Efesios y Colosenses, dicen algo tan descomunal sobre los planes de Dios respecto al ser humano que uno no acaba de creérselo por mucho que lo lea.

La experiencia del encuentro

La experiencia del encuentro -casi diríamos el ‘chocazo’- de Pablo con Jesús en el camino de Damasco debió ser algo tan ‘tremendo’ y radical en lo mental y existencial que no podremos darnos suficiente cuenta. Lo que se dice en la carta a los Gálatas -la más ‘puramente’ paulina- y la narración del libro de los Hechos dan sólo una pálida idea de ello.

Su fuerza transformadora no es posible calibrarla más que aproximadamente, metiéndose en el incansable ‘trajineo’ del Apóstol por todo el mundo mediterráneo, desde Antioquía a Hispania, sin parar hasta su prisión y muerte. Y aún prisionero, sus últimas cartas son un testimonio de la fidelidad y firmeza de su fe, apoyada absolutamente en Jesucristo resucitado.

Somos, repito, ‘jesuano-paulinos’, a Dios gracias. Así que, ¡¡gracias sean dadas a Dios y a su Hijo Jesús por ‘echar mano’ de este tipo excepcional y traérselo a su ‘partido’, a su redil !!. Y por ello, el hacer de su trascendental conversión una fiesta tiene todo el sentido y mérito: Pablo, heraldo de Cristo.

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