No es mi intención responsabilizar a los medios de comunicación de la contaminación que sufre nuestra amada lengua española, pero sí de la difusión de los desaguisados lingüísticos que unos y otros cometemos con ella.
No faltará quien advierta que la expresión, tanto verbal como escrita, es libre y digna de respeto. Por supuesto. Todos somos muy dueños de utilizar las palabras de la manera que nos agrade o convenga, incluyendo quitar y poner acentos ortográficos o regionales. Lo que no me parece tan adecuado es que estamentos como los medios de comunicación, incluyendo el cine y los telediarios, difundan palabras que conducen a confusión o error al oyente, ya de por sí confuso.
Mi opinión, más o menos modesta, es que casi nadie se preocupa de confirmar con el diccionario de la Lengua Española el significado de una palabra antes de utilizarla y, sobre todo, de difundirla. Con algunos ejemplos bastará para entendernos:
Hasta no hace mucho tiempo, todos oíamos y algunos, incluso, escuchábamos. Oíamos un ruido o un trueno y escuchábamos una melodía o unas palabras. Hoy parece ser que nadie oye, sino que todo el mundo escucha. Escucha disparos lo mismo que escucha el canto del ruiseñor. Lo que no llego a entender es cómo se puede escuchar sin oír, aunque es posible e incluso frecuente oír sin escuchar. Solamente lo entiendo si quien así lo dice desconoce la enorme diferencia que existe entre oír y escuchar.
Hasta hace bastante más tiempo, los usurpadores del poder detentaban un poder ilegítimo, pero, por algún malentendido, se puso de moda confundir detentar con ostentar y, hoy, quienes ejercen legítimamente un derecho o un poder, ya no lo ostentan, sino que lo detentan. También parece que quien así se expresa desconoce la radical diferencia entre ambos significados.
Antes de que la película Psicosis llegara a nuestras pantallas, la psicosis era sinónimo de locura. De hecho, lo sigue siendo si uno se molesta en preguntar a un profesional de la psiquiatría o en buscarla en el diccionario de la RAE. Pero, en alguna ocasión, alguien confundió la psicosis que padece el protagonista de la película con el terror que sufre la protagonista asesinada, y entendió que psicosis es sinónimo de miedo o de pánico. Así, en lugar de psicosis maníaco depresiva o esquizofrénica, hemos oído hasta la saciedad decir psicosis de gas, de incendio, de ruina, de enfermedad o de cualquier otra cosa.
¿Alguien entiende que un nombre propio de varón pueda ser un gerundio? Pues lo hay en la traducción al castellano de una película made in USA, en la que un señor se llama Bailando con lobos. Otra vez emito mi modesta opinión para señalar que la traducción correcta del nombre que los indios dan al protagonista debería ser, más o menos, El que baila con lobos.
Otro tanto quiero comentar de la traducción al castellano de la graduación militar Major por la de Mayor, que juraría yo que no existe en español más que para algunos oficiales de determinados cuerpos. Dada la ubicación de su rango militar, el major de las películas es, generalmente, un comandante en español.
Esos son errores menores que cualquier traductor puede cometer e incluso y aunque lamentablemente, difundir. Me parece mucho más peligrosa la contaminación de numerosas palabras con ciertas características del idioma inglés, desde que todo el mundo decidió que es imprescindible aprender esa lengua que tan práctica resulta.
Desde entonces, todas las palabras cuya pronunciación se desconoce, se pronuncian en inglés, sea cual sea su origen, ya sea alemán, polaco, noruego o incluso castellano. Así, hemos eliminado la terminación de ciertos nombres ilustres o bien conocidos. El Deutsche Bank, se ha quedado en el Dötch Bank o algo parecido. Goethe se ha quedado en Guet. Porsche, el bello automóvil, se ha quedado en Porch. Todos esos nombres alemanes han perdido la e final sin culpa alguna por su parte.
Más famoso es el caso del nombre de una localidad belga Waterloo, a la que casi todo el mundo debe creer situada en algún lugar de Inglaterra o de los Estados Unidos, para pronunciar uaterlú en lugar de Baterló, que sería lo correcto. Y es que, desde que estudiamos inglés, todas las W se han convertido en U, incluso he llegado a oír por la radio la palabra ualquiria. Cualquier día, el gran Wagner pasará a llamarse Uágner.
Merced a la contaminación lingüística que aporta al castellano la lengua inglesa, la familia de músicos más importante de la historia, Bach, se ha convertido en Bak y la bella ciudad suiza Zurich, que en español siempre se llamó Zúrich, lleva tiempo llamándose Zúrik.
El peligro de esta invasión contaminante de pronunciación inglesa ha llegado hasta la lengua española, hasta el punto de que llevamos tiempo oyendo pronunciar en inglés palabras de nuestro hermoso idioma. ¿Quién no ha oído pronunciar Múnik para referirse a München, que es la capital de Baviera? Yo lo he oído por la calle, en el cine, en la televisión, en cualquier sitio. Una palabra exclusivamente castellana Múnich, pronunciada en inglés, Múnik.
Me temo que pronto oiremos llamar Sevil a Sevilla o Medruid a Madrid.