“Oigo en mi corazón: Buscad mi rostro;
tu rostro buscaré. Señor, no me escondas tu rostro”
Salmo 27, 8-9.
¿Hasta cuándo dilatas el encuentro
y el abrazo de amigo,
que llevo tantos años esperando,
mientras rodean mi vida presumidos
que ni te aman ni te reconocen,
y cuestionan, osados, tu palabra
desde la necedad de sus saberes
que los tienen sumidos en tinieblas?.
Nada me satisface de este mundo
en el que vivo en penas, trascendiendo
todas las cosas que en el mismo existen
mientras voy tu presencia deseando,
tu presencia visible, tu mirada
y tu voz que tan hondo me ha llamado.
Te fuiste hasta la Altura en una nube
y dejaste mi alma desolada,
sumida en misteriosas realidades
que son como figuras en espejo.
Basta ya de tenerme en esta espera,
en ansias de nostalgia
que añoran tu figura y tu presencia,
para hablar como amigo en confianza;
vivo en la soledad más solitaria,
sin amigos que entiendan tus misterios
y te busquen en medio de la noche;
todos se satisfacen con las cosas
que pasan en el tiempo;
sólo tú eres eterno y das la vida
la luz que no se apaga ni se nubla.
Ese es el resplandor que voy buscando
la belleza y verdad definitivas
sin sombras de fealdad y de mentira.
Eso eres tú, Señor resucitado
y de ti esta prendada mi existencia,
el ser halla en tu Ser sentido auténtico.
A ti clamo, Jesús, de noche y día:
¡Llévame hasta tu luz, no más esperas,
calma el amor que en mi alma has encendido!.
Úbeda, 29 de marzo, 2024