Seguimos con la serie de reflexiones sobre el genial compositor Gustav Mahler, a quien podemos considerar como una especie de ‘filósofo’ que expresa su pensamiento a través de la música. Mahler nos comunica su ‘filosofía de la existencia’ en insuperables obras musicales, sinfónicas sobre todo, que superan los límites de la mera inspiración musical.
II. MAHLER, PRECURSOR DE CATÁSTROFES MUNDIALES
Seguimos con la imagen de este singular compositor, a quien, por el carácter de su música, podemos estimar como filósofo de la existencia en su dimensión más dramática, como “anunciador” de catástrofes de dimensión mundial.
Hemos designado a Mahler como “profeta de catástrofes”, y además como un “precursor”, al haber muerto en 1911, tres años antes del comienzo de la I Guerra mundial, inicio de los grandes “espantos” que vivió el siglo XX de la mano de los totalitarismos comunista y nazi, de Lenin, Stalin, Mao y Hitler, y las ‘colas’ de conflictos bélicos que trajeron prácticamente en casi todo el mundo, y todavía duran.
En varias de sus sinfonías, sobre todo de la 5º a la 7ª, estallan esos alaridos de catástrofe, como ningún músico los ha plasmado. En este sentido y carácter la música de Mahler es como una “profecía de los horrores”, que va “decayendo” desde el estruendo pavoroso de los tres golpes de mazo al final de la 6ª sinfonía, la ‘Trágica’ (y nunca dicho con mayor propiedad), a los enigmáticos y sobrecogedores movimientos primero y último de su novena y el inicial, único terminado, de la décima.
Mahler, ya muy tocado de su mal cardíaco, redacta esos abrumadores y extensos movimientos como un testamento que contrasta con el esperanzador final de la segunda sinfonía, la “Resurrección”, donde se eleva hacia un hemisferio celestial en el que el alma encuentra el ámbito definitivo que da respuesta a sus doloridas aspiraciones.
Punto y aparte merece otra de las sorprendentes obras maestras del genio bohemio, el monumental ‘paréntesis’ entre séptima y novena sinfonías que constituye la octava, la “Sinfonía de los mil”, dado el inmenso número de interpretes que requiere, superior al millar.
¿Quién fue Mahler?
Sí, la pregunta se impone. Porque estamos hablando de un compositor que a bastantes personas les ‘sonará’, pues de ser un casi total desconocido, a partir de la década de los sesenta del pasado siglo, comenzó a crecer hasta hoy en el panorama cultural y musical. Así que no viene mal, antes de seguir, dar algunas pistas sobre su aciaga vida y su contradictoria fama.
Gustav Mahler nació el año 1860 en Káliste, ciudad de la Bohemia integrada en el Imperio austríaco, y falleció casi cincuenta y un años después, en 1911, en Viena, gravemente enfermo del corazón, gravedad que le obligó a regresar urgentemente desde Nueva York, a donde iba y venía en sus últimos años, para dirigir nada menos que la famosa MET (Metrpólitan Opera House de la gran ciudad estadounidense y su Orquesta Filarmónica).
Antes, había sido, durante diez años, director de la Opera de Viena. Dos cúspides de la ópera y la música mundial, a las que accedió con toda justicia, debido a su imponente calidad como director de orquesta, en carrera ascendente en varias agrupaciones de Europa, junto a su incuestionable capacidad como compositor.
Pero no todo fue un paseo de gloria. Su condición de judío le granjeó la animadversión de los círculos antisemitas vieneses. Durante sus diez años en la capital austriaca, Mahler-judío converso al catolicismo, tal vez para evitar lo inevitable-sufrió la oposición y hostilidad de la prensa antisemita.
Su dimensión como compositor se centró en el área sinfónica y en el lied, en los cuales fue un genio de originalidad pasmosa, como venimos comentando. Sus lieder, con un matiz casi absolutamente depresivo, a la vez que de un lirismo fascinante, fueron tomados por él como tema de muchas de sus sinfonías. Y como compositor casi exclusivo de la gran forma musical (sólo tiene un temprano cuarteto con piano), fue un innovador, diríamos, casi irrepetible, de tal originalidad y ‘entidad’ que no se ha conseguido ningún continuador, aunque sí influyó en músicos como Schömberg, Webern y Albang Berg.
Estuvo casado (y no es un dato irrelevante) con Alma María Schindler, casi veinte años más joven y una bella mujer de la alta sociedad vienesa, de larga vida -falleció en 1964, en Nueva York-. Por desgracia, esta mujer traicionó a Mahler con un arquitecto, Gropius, del que tuvo una hija, muerta poco después. Del compositor tuvo dos hijas, una de las cuales -Alma María- murió muy niña, a poco de haber compuesto el padre los sobrecogedores Kindertotenlieder (Canciones a los niños muertos), que se estiman como una premonición de la tragedia familiar. Alma Mahler, a pesar de su traición, se mantuvo con su marido hasta el final y conservó partituras y apuntes.
Además de sus nueve sinfonías y comienzo de la décima, fue Mahler un extraordinario ‘liederista’, con ciclos inspirados en varios poetas, como el ya citado y otros tales como las “Canciones de un compañero errante” o las basadas en Ruckert. Su estilo culmina todo el mundo en el que brillaron los grandes compositores románticos, de Beethoven a Brahms. Y varios de sus lieders los ‘transportó’ a sus sinfonías.
La orquesta mahleriana.
Mención imprescindible merece la referencia a la orquestación que Mahler imprimió a sus sinfonías. Algo inusitado y sorprendente.
Podemos hablar de la “multiplicación” de los grupos instrumentales, además de añadir instrumentos nunca incluidos, como cencerros de ganado, tablillas de madera que se chasquean, y de los tradicionales.
Si en Beethoven, Schuman o Brahms (por mencionar a tres grandes) se utilizan trompas, trompetas y trombones en número más habitual de dos, en Mahler vemos seis y ocho de cada uno de tales instrumentos, lo mismo que acrece el número de los de madera y, por supuesto, los de cuerda. Orquestas con cien instrumentistas, o más, es lo corriente en este compositor.
Y no hablemos de la “masa orquestal y coral” de su octava, la Sinfonía de los Mil, pues rebasa esa mítica cifra el conjunto que exige tan poderosa obra, con varios solistas de la misma “cuerda”. En Mahler todo es monumental, y de tal fascinación que absorbe el ánimo del oyente, o bien, incapaz de “entrar” en tan enigmático mundo, experimenta un rechazo inevitable.
Un comentario en «Mahler y el drama de la existencia humana (II)»
La “traicion”de Alma fue perdonada como atestigua que la famosa Octava Sinfonía ( de los mil) está dedicada a ella. Después de fallecido Mahler se casó con Gropius, gran arquitecto. Ella como novia o recién casada colaboró con Mahler en la Quinta Sinfonía. Quién inspiró el famoso y exquisito Adagio de esa obra??;inmortalizado luego por Visconti en su película ‘Muerte en Venecia”, basada en la novela de Thomas Mann.