La última legislatura de la democracia y la corte golpista instalada en Suiza

FEDERICO JIMÉNEZ LOSANTOS

Libertad Digital

03/12/2023

El vértigo mentiroso de Sánchez es patológico. Y con este loco al volante, España va camino del barranco. No habrá más legislaturas constitucionales.

En un discurso extraordinario, por su pulquérrimo respeto a la Nación y a la Constitución, el Rey abrió el miércoles 29 de noviembre la última legislatura de la democracia, si por tal entendemos el régimen que nace formalmente tras la masiva aprobación en referéndum nacional de la Constitución de 1978, necesariamente precedida por el referéndum para la Ley de Reforma Política en 1976 y las elecciones democráticas de 1977, ambas obra de Suárez, con el respaldo decisivo del Rey Juan Carlos I y el guion de Torcuato Fernández Miranda. La Transición se hizo “de la Ley a la ley”. Nadie perdió con el cambio de régimen sus propiedades ni sus derechos civiles. En rigor, los aseguró en un Estado de Derecho plenamente europeo, que llenó los vacíos legales del régimen nacido de la Guerra Civil. Ese fue el milagro de la Transición, que el Rey supo evocar con melancolía.

Los valores perdidos del 78 y la corte de Puigdemont en Suiza

Esos valores del cuerpo político español, sujeto de nuestra soberanía en el régimen constitucional, han desaparecido, por obra y desgracia de Sánchez, un presidente del Gobierno que sólo ha llegado a serlo gracias a unos criminales cuyos delitos ha prometido borrar a cambio de sus votos. La cara de los reyes y la Princesa de Asturias, a pocos metros del Felón, tenían, como era obligado, un aire de funeral, de entierro, de despedida de una época extraordinaria de la historia de España, que los que la vivimos no olvidaremos, aunque el perjuro Sánchez tratará de borrar como sea.

No lo conseguirá. Pero, por si acaso, el Rey hizo bien en recordar las bases morales de aquel acuerdo nacional que ha durado 45 años, aunque su demolición por el partido de Zapatero y Sánchez empezara el 11M de 2004. Pudo rehacerlo Rajoy, con mayoría absoluta y más tras el golpe de 2017. No hizo nada, y la segunda parte de aquel golpe la estamos viviendo ahora. Sólo hay un cambio, pero sustancial: el presidente del Gobierno de España encabeza ahora el Golpe, y ha instalado en Suiza una corte en torno al rey Puigdemont y ha abierto por su cuenta un espurio período constitucional, cuya legitimidad ya no depende de los españoles, privados de su soberanía, sino de los golpistas de 2017 y de unos “verificadores internacionales”, que siempre sirvieron al terrorismo etarra, gran aliado de Sánchez, y que, en la más grotesca clandestinidad, sólo les falta la capucha, sentarán las bases del régimen golpista. Todo esto sucede en España y la Unión Europea en 2023.

Un discurso del Rey para la historia

El discurso del Rey, tras el brutal eructo de Francina Armengol, fue una pieza de marquetería, habilidad carpintera de ensamblar piezas muy distintas con un propósito estético de conjunto, que, sin duda, consiguió. Pero su gesto y sus palabras tenían un aire testamentario, inevitable ante la presencia de Sánchez y la ausencia de sus cómplices en la demolición del orden constitucional y, por tanto, de la monarquía parlamentaria. Vale la pena leer sus partes sustanciales, por si fuera el último del régimen del 78.

Tras los saludos protocolarios al presidente del Gobierno, ministros y diputados, el Rey se refirió a la función esencial de la Corona, uniendo sutilmente el juramento de la Constitución por la Princesa de Asturias y el ejercicio del voto por primera vez en las elecciones generales y, ojo, antes en las municipales y autonómicas, que arrojaron un resultado muy distinto:

“Ante estas Cortes Generales, el pasado 31 de octubre, la Princesa de Asturias prestó el juramento previsto en la Constitución, como Heredera de la Corona. Asumió así la responsabilidad institucional que le corresponde y proclamó su voluntad permanente deservicio a los españoles. Y hoy quiero agradecer el afecto recibido en este hemiciclo, así como también todas las muestras de apoyo de los ciudadanos en un día de tanta trascendencia para España.”

“Para la Corona, el juramento de la Princesa es condición de su continuidad en el desempeño de la misión asignada a la Monarquía Parlamentaria en la Constitución. Es, también, para el conjunto de las instituciones que integran el Estado, la celebración de un acto parlamentario mediante el que se hace pública la adhesión solemne de la Princesa a los valores y principios constitucionales. Significa, finalmente, para los ciudadanos, la certeza de estabilidad en el leal desempeño de las funciones de la Jefatura del Estado.”

En las elecciones generales del 23 de julio, así como en las municipales y autonómicas del 28de mayo, miles de jóvenes de la misma edad que la Princesa ejercieron por 1ª vez su derecho de voto. Un hecho −siempre emocionante en el plano personal− que supone, desde el punto de vista social, la ampliación y renovación de nuestra comunidad política. Nuestra vida colectiva se debe enriquecer con sus aspiraciones, necesidades e inquietudes.”

“Los jóvenes son quienes más desarrollan las energías sociales, impulsados por la ilusión de quienes tienen por delante un amplio horizonte y una capacidad natural de adaptación a los nuevos tiempos. El futuro siempre es promesa de algo mejor y nuestros jóvenes, que serán sus protagonistas, aspiran con todo derecho a esa mejora. Pero, para afrontar ese futuro con confianza, para afrontar una época de grandes cambios y transformaciones precisan de un marco democrático –como el que representa la Constitución– que les permita convivir y prosperar en libertad, y necesitan recibir una España cohesionada y unida.”

Para los etarras, comunistas y separatistas, la Transición fue un éxito de la nación española, que supo pasar del franquismo a la democracia sin desunirse. De ahí el elogio del Rey como modelo para nuestra democracia, que ni puede ni debe separarse de la continuidad nacional:

“Cada elección es resultado de un camino anterior; es la consecuencia de un devenir histórico en el que hemos ido configurando nuestra identidad. Desde hace siglos, España ha sido una realidad compartida y edificada por mujeres y hombres de diversa procedencia social o geográfica con ideologías distintas, pero con una idea común: un mejor país para todos.”

“Un país que en 1978 alcanza su mejor expresión en el entendimiento mutuo sin imposiciones ni exclusiones y en la voluntad de integración que enriquece, con la diversidad y el pluralismo, nuestro proyecto común, nuestro vínculo emocional y solidario como Nación. Esto fue lo que hicieron los españoles hace 45 años. Nos dejaron una Constitución, que es el alma de nuestra democracia y libertad, con un espíritu inclusivo de ideales y convicciones y un propósito común como jamás habíamos tenido. Una España serena, ilusionada, confiada en su futuro. Debemos honrar ese legado; un legado de grandeza, responsabilidad y sentido de la Historia”.

“Reivindicar el profundo significado de aquel gran pacto entre los españoles que está en el origen de nuestra democracia no es, en absoluto, mirar atrás con nostalgia; sí es, en cambio, una orgullosa y consciente reafirmación de nuestras mejores capacidades como país y del mejor logro que ordena, en nuestros días, la vida de la sociedad española: la Constitución. Y por ello, debemos honrar su espíritu, respetarla y cumplirla, para hacer efectiva la definición de España como un Estado Social y Democrático de Derecho”.

Decir “Estado de Derecho” es mentar la bicha al sanchismo, que está empeñado en su disolución, pero el Rey subrayó su carácter fundamental:

“Tres dimensiones de nuestro Estado que, como señalé ante estas mismas cámaras, en la apertura de la legislatura anterior, son los tres pilares esenciales, inseparables e indisociables entre sí de una misma realidad histórica y política, que es España, y que garantizan nuestra convivencia colectiva”.

En fin, antes de declarar abierta la legislatura, Felipe VI recalcó:

“Nuestra obligación, la obligación de todas las instituciones, es legar a los jóvenes una España sólida y unida, sin enfrentamientos ni divisiones.”

Naturalmente, este discurso era una enmienda a la totalidad de la producción intestinal más que verbal de la presidenta del Congreso y al proyecto de Sánchez que, como ya se sabía entonces, sitúa la Jefatura del Estado en Suiza, en manos de un prófugo de la justicia y árbitros ocultos. Como si España no fuera Estado, sin Ley ni Rey, sino un baldío político en que edificar todas las fantasías totalitarias del Felón y de sus cómplices.

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