La Telaraña que Tejimos en la Muñeca

El mundo onírico de Elara no tenía fronteras, pero su puerta de entrada estaba en la muñeca izquierda, justo donde el pulso canta la canción de la vida. Allí, no descansaba un simple adorno, sino un pequeño cosmos en funcionamiento. Un aro de lunas antiguas entrelazadas del que colgaban plumas de vencejo, criaturas que duermen volando y cuyos sueños son puro vértigo azul. En el centro, una telaraña de hilos de plata, tejida con los ronrones de los gatos y el rocío de las madrugadas, sostenía una cuenta de amatista que no era una gema, sino un sueño sólido, un faro contra las pesadillas. Y sobre este universo portátil, vivía Lila, un hada cuyo cuerpo estaba hecho de la chispa que nace cuando una idea besa por primera vez la mente.

Elara escribía, o lo intentaba. Pero había una sombra. No era la sombra perezosa de la desmotivación, sino algo más denso y frío: el eco de palabras ajenas, afiladas y venenosas, que se le habían clavado en el alma como esquirlas de hielo. Eran los «no podrás», los «no eres suficiente», los «callada eres más bonita» que alguien le había gritado al mundo, creyendo que ella era su propiedad. Esa violencia, sorda y persistente, era un muro de cristal entre ella y sus palabras.

Una tarde, mientras el sol se volvía melancólico, el eco de un grito pasado resonó en su interior, haciendo que su mano temblara sobre el papel. Entonces, el atrapasueños en su muñeca se estremeció. Las plumas de vencejo giraron como un remolino suave, y de la telaraña de plata no surgió un polvo dorado, sino un sonido: el sonido de un silencio vasto y poderoso, como el de un bosque después de la nevada, un silencio que cura y envuelve. Era el sonido del respeto. Lila, posada en el aro, no cantó una canción de bosques, sino que con su aliento dibujó en el aire una palabra hecha de luz: «Mía».

La palabra flotó hasta los labios de Elara, que susurró: «Mi voz. Mi historia. Mi brazo». Y escribió: «La primera vez que me llamaron ‘hurraca’, me hice un vestido con el brillo de todo lo que callé. Ahora cegaba al hablar».

Esa fue la primera victoria onírica.

El atrapasueños no solo cazaba pesadillas de inseguridad; ahora se especializaba en devorar los gritos internalizados, los gestos de posesión que otros habían intentado tatuar en su voluntad. Los atrapaba en su red y Lila, con la furia tranquila de una tormenta en una campana de cristal, los destilaba en pétalos de hierro que caían al suelo y se oxidaban al instante.

Un día, Elara soñó que intentaba cruzar un puente, pero un hombre de facciones borrosas le bloqueaba el paso, diciéndole que el puente no era para ella. En el sueño, sintió la familiar opresión en el pecho. Pero entonces, una enredadera de plata brotó de su muñeca y tejió un nuevo puente, paralelo, hecho de constelaciones y firmeza. Lila volaba a su lado, susurrándole: «Tu camino lo construyes tú con la trama de tus sueños». Elara despertó con el corazón galopando, pero de emoción, no de miedo. Escribió la historia de una mujer que, en lugar de pedir permiso para pasar, sembró el río con semillas de luna e hizo florecer un vado de flores luminosas.

Así, el brazalete se convirtió en su escudo y su oráculo. No era un amuleto contra el dolor, sino un transformador de dolor. Convertía la intención de los golpes en firmeza, el veneno de las palabras en tinta indómita, el miedo a los puentes en el coraje de construir nuevos.

La noche que terminó su libro, una novela sobre silencios rotos y puentes florecidos, el atrapasueños en su muñeca brilló con la luz fría y eterna de una galaxia. Lila, danzando, trazó en el aire el símbolo infinito de un nudo que, en lugar de atar, libera. Elara miró su brazo, el mismo que alguien una vez quiso usar para sujetarla y arrastrarla, y vio que ahora era el brazo que sostenía un mundo entero de palabras victoriosas.

Y en la quietud, supo que la próxima historia no solo nacería de los sueños, sino que sería un sueño en sí misma: el sueño de un mundo donde ninguna muñeca necesitaría llevar un atrapasueños para sentirse libre, segura y dueña de su propia y poderosa voz.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *