Vamos a reflexionar sobre una realidad que se apoya en textos bíblicos, sobre el sentido que tiene el que califico como “misterio”, el “efecto existencial” que provoca la mirada de Jesús en las personas con las que tuvo encuentros que resultaron decisivos al cambiar por completo la orientación de sus vidas.
1.Una sorprendente imagen que pudiera ser de Jesús
Estamos viviendo un fenómeno que, en buena parte, se ha hecho mediático: el catedrático sevillano de Bellas Artes e imaginero Juan Manuel Miñarro lleva muchos años dedicado a estudiar esas reliquias sorprendentes de la Sabana Santa de Turín y el Santo Sudario de Oviedo (el “Pañolón”, dicho popularmente). Éste último, es citado en el evangelio de San Juan, cuando cuenta que Pedro y el otro discípulo corrieron al sepulcro, ante la alarma de María Magdalena. Al entrar en la cavidad vieron, dice el texto: “Los lienzos puestos, y el sudario que había cubierto su cabeza, no puesto con los lienzos, sino doblado aparte” (Jn 20, 5-7). Dicho Sudario llegó a Asturias el año 711, procedente de Toledo, para salvarlo de la invasión musulmana. Y desde el año 818 se halla en Oviedo, llevado por el rey asturleonés Alfonso II, sin que haya habido discusión de su autenticidad.
Centrándonos en el trabajo del profesor Miñarro, indiquemos que éste no se ha limitado al estudio científico de ambas reliquias, sino que, como escultor imaginero, ha plasmado figuras de Jesús Crucificado y Yacente de un verismo escalofriante, apoyándose en sus investigaciones sobre ambos objetos, Sábana (Síndone) y Sudario. La imagen más verista, denominada el “Crucificado sindónico”, es la realizada por encargo de la Hermandad Universitaria de Córdoba. Además, se pueden contemplar otras de sus creaciones pasionistas en el museo instalado en la población cordobesa de Cabra.
Como resultado de sus investigaciones el profesor Miñarro también ha logrado configurar dos rostros de Cristo a partir de las manchas de las dos reliquias, asombrosamente coincidentes y hasta ahora inexplicado su origen. Son el rostro con las señales de los suplicios inferidos al llamado “hombre de la Sábana” (pues no han sido reconocidos como reliquias de la Pasión estos lienzos de Turín y Oviedo). Así mismo, al eliminar las señales de suplicios del rostro de esa figura humana logra una imagen de impresionante dignidad, y hasta “majestad”, además de belleza varonil. Esta imagen, considerada como de Jesús, pero no por la Iglesia, es muy parecida a la pintada por el armenio Aggemian en 1935 a partir de estudios de la Síndone, y con la obtenida a partir de la minuciosa investigación realizada directamente sobre la misma por un equipo de científicos de la NASA liderado por dos técnicos, Stevenson y Habermas, en octubre de 1978, de las cuales hay editado un volumen (2ª edición española, Planeta, Barcelona, marzo 1983). En dicho estudio se obtuvo también una sorprendente figura tridimensional que nadie esperaba.
2.Mirada de Jesús y elección divina
Pero nuestra reflexión no tiene por objeto hacer nuevas conjeturas sobre los resultados de las investigaciones sobre los singulares lienzos, que siguen siendo materia de estudiosos y congresos, en los cuales se halla implicado el profesor Miñarro, y lo estuvieron los técnicos de la NASA, a los que hay que añadir la dedicación del jesuita P. Jorge Loring, autor de varios libros: “La Sábana Santa de Turín. Su veracidad” (10ª ed. española. EDIBESA. Madrid, 2004).
Hemos presentado la cuestión de la Sábana Santa y Sudario de Oviedo como base de nuestra reflexión acerca del efecto que la mirada de Jesús, en su tiempo de vida en la tierra, produjo en quienes la percibieron. Nos apoyamos en los textos evangélicos, de los cuales destacamos el de San Juan. En éste se describe el efecto “decisorio” que provocó la mirada de Jesús en algunas personas que vivieron encuentros con el Nazareno.
El primero de éstos se produce entre Jesús y dos discípulos de Juan el Bautista, Andrés y otro de quien nunca sabremos el nombre, pero al que la tradición cristiana identifica como Juan Zebedeo, el hermano de Santiago el Mayor (y no entramos en polémicas hermenéuticas). Ambos se hallaban con su maestro, el Bautista, que da un nuevo testimonio de aquella persona que cruza por delante de ellos: “He aquí al Cordero de Dios”. Los dos siguieron a aquel desconocido, que al verse seguido se vuelve y les pregunta: “¿Qué buscáis?”. Y le responden: “Maestro, ¿dónde vives?”, a lo que contesta Jesús: “Venid y lo veréis”. Fueron y vieron dónde moraba, y permanecieron con él aquel día. Serían las cuatro de la tarde (Jn 1, 35-39). El efecto de aquel encuentro, la mirada de Jesús sobre ellos, lo que hablaron, debió producir en los dos un efecto tan conmovedor que no nos es posible calificarlo.
Mas sí podemos afirmar algo: en aquella tarde dos discípulos de Juan Bautista se convierten en apóstoles de Cristo, los primeros. Pero como “efecto” que marca definitivamente la existencia, nos detenemos a contemplar al más joven, Juan. Su encuentro con Jesús debió marcar tan decisivamente su vida que lo convierte en el más fiel seguidor del Rabí galileo; lo lleva hasta el Calvario en la espantosa tarde de “nuestro” Viernes Santo, junto a María, la madre del Crucificado, que se la va a encomendar como a un hijo (Jn 19, 26-27).
Sigamos con las escenas sucesivas al primer cruce con Jesús. Andrés encuentra a su hermano Simón, al que da un testimonio pleno de fe:” Hemos encontrado al Mesías”, y lo lleva a Jesús. Y el evangelista nos ilustra sobre este impresionante encuentro: “Jesús, fijando en él la mirada, le dice. “Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas, que quiere decir ‘piedra” ¡¡Asombroso!! La mirada que aquel todavía desconocido, “fija” en Simón, marca para siempre el destino del pescador galileo. Aún no se habla de seguimiento, pero el destino está definitivamente marcado (Jn 1, 40-42). Y lo que siente Pedro hacia el Maestro queda testimoniado en su última conversación con el Resucitado: “Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero” (Jn 21, 17). Marca a fuego en la personalidad de Pedro, hasta el martirio en Roma, como le profetizó Jesús (Jn 21, 18-19).
Y todavía tenemos otra muestra del poder de la mirada de Jesús. Nos dice el evangelista que el Señor se encuentra con Felipe y lo enrola en su compañía. Felipe encontró a su amigo Natanael y le da el testimonio sobre aquel Jesús de Nazaret; siempre el testimonio de un encuentro decisivo: “Hemos encontrado a aquel de quien hablaron Moisés y los profetas, a Jesús, hijo de José de Nazaret”. Mas este amigo, buen conocedor de la región galilea, no se impresiona y responde con displicencia: “¿De Nazaret puede salir algo bueno?”. Pero Felipe no se desanima y utiliza el arma que decide los encuentros interpersonales: “Ven y verás” ¡Hay que ver a Jesús, encontrarse con él para superar reticencias! Es lo que sucede: Natanael se deja llevar. Jesús hace un gran elogio de este buen israelita, que queda sorprendido, y pregunta “¿De qué me conoces?” La respuesta de Jesús lo desarma por completo: “Antes de que Felipe te llamara te vi, debajo de la higuera”. El hasta entonces sospechoso nazareno, ¡lo ha visto antes de que él lo supiera! Y más aún, la mirada de Jesús, supera el espacio y lo ha conocido. La reacción de Natanael es una confesión de fe fundada en las profecías: “Rabí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el rey de Israel”. ( Jn 1, 43-49). En aquella época la expectación de la venida del Mesías estaba muy viva entre los israelitas. Y nuestro Bartolomé confiesa su confianza en que está ante el rey que esperan para liberar al pueblo. ¿No habrá sido la mirada de Jesús la que marca definitivamente aquella vida y convierte al ‘buen israelita’ en apóstol?
Aún tenemos otro caso en que la mirada de Jesús cambia una vida. No es Juan sino los tres sinópticos quienes nos aportan este suceso (Mateo 9, 9-13; Marcos 2, 13-17 y Lucas 5, 27-28,). Aludimos a la vocación de Mateo, y tomamos su testimonio: “Al pasar Jesús, vio a un hombre llamado Mateo, sentado en el mostrador de los impuestos, y le dijo: “Sígueme”. Se levantó y lo siguió” (Mt 9, 9). Después, el futuro evangelista narra la comida dada en su casa. Más lo que aparece con evidencia es la inmediata reacción de aquel publicano, que sin duda vivía de su actividad de recaudador de impuestos, algo que lo calificaba de “pecador” entre los fariseos, de los que Jesús lo defiende al responder a la acusación: “No he venido a llamar a los justos sino a los pecadores” (Mt 9, 13). Aquel pecador lo deja todo y sigue al Maestro. ¿No cabe suponer que la llamada de Jesús estuvo acompañada por una mirada que mueve a Mateo a su radical cambio de vida?
3.La mirada de Jesús en el arte
Hasta aquí nos hemos movido en un terreno evangélico. Hemos seguido la iniciativa de Jesús en el comienzo de su actividad como maestro. Pero ahora nos trasladamos al tiempo presente, sobre el que hay un dato incuestionable: Jesús ascendió al cielo y como prenda de su presencia permanente nos envió al Espíritu Santo. Es cierto, pero la “situación existencial” perceptible de cada creyente es muy distinta de aquella en que los llamados sintieron sobre ellos el poder de una mirada que “decidía” sus vidas. Como dice fray Luis de León en su Oda a la Ascensión: “¿Qué mirarán los ojos/ que vieron de tu rostro la hermosura/ que no les sea enojos?” Y termina, aludiendo a la nube que oculta a Cristo: “¡Cuán pobres y cuán ciegos, ay, nos dejas!”.
Pobres y ciegos estamos, sin esa luz que marca. ¿Acaso hay modo de percibir esta mirada ausente? Sabemos por las vidas de los santos, que un pequeño puñado de ellos han tenido el privilegio de sentir sobre sus mismos ojos la mirada de Jesús, que marca la vida. Los datos que la insigne medre Teresa de Jesús y los de fray Juan de la Cruz, algo nos dicen. Y los promotores, ellos y ellas, de hondas devociones, como Margarita María Alacoque y el padre Bernarde de Hoyos respecto a la devoción al Corazón de Jesús, y, más actualmente, Faustina Kowalska sobre sus visiones de Jesús de la Divina Misericordia.
Mas, para el “vulgar” creyente, ¿queda algo?. La oración en el silencio, la oración contemplativa. Pero ¿algo sensorialmente perceptible, que valga para apoyar la oración, sin caer en la idolatría? Se nos ocurre que hay un medio a nuestro alcance: El arte. ¿Una imagen? Sí, pues ¿no dispuso Dios poner en la tierra, en medio del mundo, una imagen viva, un ser humano? El arte, desde los primeros tiempos de la fe cristiana, ha evocado la figura de Jesús, la imagen viva, cuya mirada hemos visto cómo decide la vida. ¿Cabe la posibilidad de “sentirse mirado” por Cristo desde una escultura o un lienzo? Los estudios del profesor Miñarro han logrado formar, a partir de las señales dejadas en la Síndone turinesa y el Sudario de Oviedo, una imagen de gran dignidad y belleza, sin más relación con los modelos influenciados por tendencias artísticas que los iconos bizantinos más antiguos, tal vez realizados por monjes que pudieron contemplar la Santa Sábana. Es conocida la tradición legendaria sobre el “Mandylion”, que curó al rey Abgar de Edesa de su enfermedad ocular. Copias de esta reliquia se hicieron en Bizancio en tiempos muy antiguos por los monjes y, a pesar de sus diferencia, revelan analogía con la imagen del rostro obtenida por Miñarro, pues, además el rostro del Mandylion se ha tenido desde antiguo como el que revela la Sábana Santa de Turín (que hoy se completaría con el Santo Sudario de Oviedo).
Pero queremos referirnos al arte posterior al Gótico. Tras el Renacimiento europeo ha habido un artista genial que comenzó pintando iconos de inspiración bizantina, pues procedía de esa área geo cultural. Este pintor, al conocer los estilos más destacados en Roma y Venecia, se atrevió, tras su afincamiento en Toledo, a pintar imágenes del rostro del Salvador como la Santa Faz. Estoy refiriéndome a Doménico Teotocópuli, el Greco, por su país de origen, Creta. Y puede rastrearse la analogía entre las “Verónicas” del Greco con los iconos del “Mandylión” y la imagen obtenida por los estudios de la Síndone y el Sudario por el profesor Miñarro. Ante estas pinturas del cretense se experimenta algo más que admiración ante una obra de arte. Las figuras de Cristo plasmadas por, digo “casi” todos los demás artistas muestran algo así como un “retrato”, con más o menos fortuna en su diseño y ejecución. Pero en los lienzos de la Santa Faz del Greco puede suceder algo sorprendente, que transmito, como testimonio de lo vivido por un buen amigo en su visita a la gran exposición del Centenario del Greco, en Toledo, el año 2024.
Este amigo entró, sin la menor “predisposición”, en la sala donde se mostraban varios lienzos de la Santa Faz, y se dispuso a contemplarlos como muy aficionado a la pintura del Greco. De pronto se sintió sobrecogido ante ellos: Había entrado a “mirar”, a contemplar, pero, ¡se sentía mirado “desde” aquellos rostros! Tuvo que hacer un esfuerzo mental para mirar los lienzos como obra de arte. Los ojos de Jesús, dirigidos de frente a los suyos desde aquellas imágenes, estaban “subyugando” su espíritu y toda su persona. Recordó lo que debieron sentir aquellos primeros discípulos al encontrarse con el Rabí nazareno.
¿Cómo podría explicarse este fenómeno psicológico y existencial? Se me ocurre una idea que apunto, solo como hipótesis, como “atisbo” de explicación. Para ello debemos referirnos al himno cristológico de Filipenses 2, 6-11. Cristo “se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, actuando como un hombre cualquiera” (Flp 2, 7-8a). Esta es la doctrina. Pero sabemos que en Cristo hubo dos naturalezas, divina y humana, más sólo tuvo una “persona”, la del Verbo de Dios.
Acudamos ahora a la psicología: ¿Dónde, por qué “vía” se expresa cualquier persona? Hay más de una, cierto, pero la más “directa” e “inmediata”, ¿no es la mirada, la expresión que aparece en el acto de mirar a alguien, si hablamos de relación interpersonal? Por tanto, en la mirada sale, se expresa, la “profundidad” del ser, lo más nuclear. Y podemos concluir nuestra reflexión afirmando que desde los ojos de Jesús de Nazaret quien mira es Dios mismo, que sobrepasa todo el “despojo” de su gloria. Mas, ¿quién puede “resistir” esa mirada, que, como a los apóstoles, “marca” la vida? Dicen algunos maestros espirituales que no se llega a ser auténticamente cristiano si no ha habido un “encuentro” con Jesús, si no se ha vivenciado su mirada, que enrola en su compañía. Pues, esa mirada puede darse, entre otras posibilidades, desde los ojos de una Santa Faz pintada por el Greco, o del rostro “extraído” de la Sábana Santa y el Sudario de Oviedo.