La espina de bacalao atragantada

Comienzo a escribir el día 12 de octubre, fiesta de España, y día de la Hispanidad, pese a quien pese. Y es una buena ocasión para decir algo sobre el grave estado de salud mental (ahora que se ha celebrado su día) que padece el gobierno y la izquierda socialcomunista que lo arropa.

Hay un dicho popular que me viene a la memoria al ver el maníaco, fóbico y trasnochado proceder de todo el coro del izquierdismo tardorrepublicano y comunistoide estalinista que padecemos en España (con su gobierno al frente), que no para de incordiar con sus mentiras y sus obsesiones, bastante de las cuales han conseguido implantar por vía de decreto-ley, sin parar en barras, y siguen berreando nuevas pretensiones, como la ‘ley trans’, nacidas de su rencor patológico.

“Se me ha atragantado como una espina de bacalao”, se dice de algunos que padecen de antipatía recurrente e insuperable ante sucesos, situaciones o personas que les rastrillan las tripas. Este fenómeno de orden físico se puede extrapolar al ámbito psicológico. Y es que los pobre que lo padecen se encuentran en estado patológico grave, sin que haya buenos ‘psiquiatras sociales’ que les saquen la espina de la garganta, y puedan respirar en paz.

¿Cómo es posible que a la vuelta de tantos años transcurridos desde la guerra civil se continúe con esta hispanofobia que padecemos? Estamos sufriendo las acciones sectarias de los hijos, nietos y sobrinos de aquella cuadrilla de asesinos de obispos, curas, frailes, monjas y simples personas honradas y destructores del patrimonio histórico artístico de España.

Como dato comprobado estadísticamente: el 90% del patrimonio artístico de la provincia y diócesis de Jaén pereció por el furor destructivo de aquellos vándalos del siglo XX. Esplendidos retablos fueron pasto de las llamas y la custodia procesional de la catedral de Jaén, un ejemplar único del arte plateresco, fue fundida para enviar los lingotes de plata a la Rusia de Stalin.

En aquellos trágicos años camparon a sus anchas los padres y abuelos de la actual ralea gobernante, hasta que hubo alguien que frenó en seco sus perversas actuaciones. Y ahí está la ‘espina de bacalao’: no han ‘digerido’ la derrota, no la digirieron sus abuelos y la han transmitido a los nietos, que recurren a la mentira, a estilo nazi.

Fue el cerebro gris del nazismo, Goebbels, quien acuñó una frase que se ha hecho famosa: “Una mentira repetida mil veces acaba siendo creída como una verdad”. Y, ¡vaya si han repetido, como mantras, todos los embustes que han fabricado movidos por un sentimiento de tal fuerza que no hay quien lo borre: EL ODIO. Y, como han logrado encaramarse a los sillones del poder ejecutivo, alentados por la ignorancia de quienes les votan, han hecho y hacen todo lo posible, y lo imposible para borrar, no sólo la memoria de aquella derrota, sino el noble intento de superar el fratricida enfrentamiento que cuajó en la superación de la dictadura, con la implantación de la monarquía parlamentaria y todo el conjunto de leyes que nacieron a la sombra (y de la luz) de la Transición de 1978.

El rencor recurrente heredado de los perdedores de 1939, como una ‘espina de bacalao atragantada’, hecho síndrome patológico, está moviendo toda la perversa actuación de los gobiernos de izquierda, en especial desde la llegada al sillón de la Moncloa de ese insensato, falaz e incompetente Rodríguez Zapatero (y los que le han sucedido, cada vez de mal en peor). Con el concurso de algunos que pretenden ser historiadores objetivos y no son más que mentirosos a sueldo, intentan borrar lo que no puede borrarse, porque lo que sucedió está ahí, con el peso de su verdad.

Y arremeten hasta con la historia de siglos pasados. Todo son ahora tortuosos alegatos con el lema de “La verdad de…”, y ahí cabe el denigrar a infinidad de héroes y sucesos: Don Pelayo, el Cid, los Reyes Católicos, Hernán Cortés, y muchos otros. Está vedado hablar de Reconquista para designar los ocho siglos de esfuerzo para expulsar a los invasores musulmanes del siglo VII y seguir siendo europeos. En cambio se habla con toda desfachatez de “la invasión de los bárbaros del norte”, y se niega el factor decisivo y profundo que ha movidos la casi totalidad de las hazañas de España: la fe cristiana.

Afortunadamente, ha habido mentes de acendrada honestidad que han explicado la verdad, aunque su voz es apagada por el espeso muro del silencio. El insigne intelectual Julián Marías, en su insuperable estudio histórico “España inteligible”, hizo la paladina afirmación de que ante la invasión musulmana, que arrasó a sangre y fuego las basílicas visigodas, como la de Córdoba, sobre cuyo solar edificó Abderramán I la mezquita, que hoy reclaman los que pretenden ser defensores del pueblo. El escritor andaluz Eslava Galán acaba de publicar un libro donde reivindica el término de “Reconquista” y afirma que la hubo para recuperar la “España perdida”. Afirma este historiador que la izquierda pretende que olvidemos todo lo que sucedió antes de 1812.

El rencor heredado por quienes han logrado encaramarse en el poder ha dado lugar a una serie de manejos embusteros que han colgado la maldición sobre todo el proceso que siguió a la guerra civil, con un término creado por su afán de revancha, el “franquismo”. Su obsesión paranoica es ganar la guerra que perdieron sus abuelos, de los que han heredado el rencor. Es ese feroz sentimiento el que los mueve, como se atraviesa un espina de bacalao en la garganta y amenaza ahogar al desgraciado.

Y su intento ha cuajado en ese esperpento legal llamado ley de Memoria democrática, mediante la cual están eliminando toda huella relacionado con los cuarenta años posteriores a 1939, y poniendo un muro de silencio sobre los innegables logros que se obtuvieron en tal periodo, como si los hechos sucedidos se pudieran negar. No es cosa de hacer ahora relación de los mismos, pero, en su conjunto podemos decir que el ‘trayecto social’ que va de 1939 a 1975, año este del fallecimiento de Franco, supuso el paso de una España en ruinas, hundida en la miseria, a una España próspera y reconocida en todo el ámbito internacional, que pudo situarse en la Unión Europea.

Y como todo ese contubernio está montado sobre la mentira, esa ley de la Memoria democrática, es nada más que “media memoria” (y aún menos de media) del más pleno carácter totalitario, la de los herederos del rencor. Y no ya la ley, sino las actitudes que la han generado.

Al contemplar el triste panorama de las personas perdidas por el enfrentamiento criminal de 1936, no parce haber otras víctimas dignas de recordar que los poetas García Lorca y Miguel Hernández. Pero la memoria ha sido cubierta por el espeso muro del silencio si se trata de hablar de José Calvo Sotelo, Ramiro de Maeztu, Víctor Pradera, intelectuales de talla que fueron asesinados por el odio comunista. O el padre Poveda, hoy santo. O los miles de víctimas de Paracuellos del Jarama, entre ellos el gran comediógrafo Pedro Muñoz Seca.

Los secuaces de la media memoria histórica patalean ante los anuncios de beatificación de los innumerables mártires de aquella república e ignoran los catorce obispos españoles asesinados, y algunos bestialmente torturados, como el de Barbastro, y olvida a los miles de sacerdotes, frailes, monjes, monjas y laicos que fueron martirizados nada más que por ser cristianos. Como el asesinato de las carmelitas descalzas de Guadalajara, cuando huían para salvarse, cazadas como palomas en mitad de la calle al grito de la cuadrilla de milicianas:

“¡Disparad, son monjas!”. Lo que ‘oliera’ a cristianismo debía ser eliminado, por orden de la KGB soviética, que dictaba órdenes a aquellos asesinos movidos por el odio.

En resumen: Jesucristo, también ahora, debe ser borrado de la memoria colectiva, como en 1936 se fusiló su imagen en el Cerro de los Ángeles antes de dinamitarla, y como pretenden hoy los fundadores de PODEMOS derribar la cruz del Valle de los Caídos, que quiere ser un signo de reconciliación. Y todo lo que en la historia de España se halle impregnado por la fe en Cristo hay que anularlo. Por eso, para estos enemigos de España, hay que prescindir de la inmensa hazaña de descubrimiento y evangelización que, a pesar de haber cometido abusos por algunas personas, ha estado movida por la fe, como no ha hecho ninguna otra nación en la historia de Occidente. Igual que surgieron las leyes de Indias, origen del derecho de gentes, por obra de los teólogos de Salamanca, seguidores del testamento de Isabel la Católica. Pero la hispanofobia alardea de democracia agitando la bandera republicana con la franja morada mientras detesta la roja y gualda como signo franquista. Una mentira sobre otra.

Esta es la lamentable situación en que nos encontramos: en manos de los herederos del rencor y del odio, que se asfixian con el síndrome de la ‘espina de bacalao’ atravesada en su garganta.

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