Halloween o la chacota ante el pavor

Un mecanismo de defensa

La psicología analítica ha sacado de quicio bastantes conceptos, aunque también nos ha traído aportaciones para desenmascarar actitudes inconscientes, eso que se llaman ‘complejos’. Entre las contribuciones positivas que nos ha aportado podemos contar con la extensa relación de lo que se conoce como “mecanismos de defensa”, elaboraciones mentales desarrolladas para contrarrestar modos de pensar y actuar que lastran la personalidad y nos llevan a presentar una imagen socialmente aceptable. No es cosa de extenderse en este amplio campo, pero sí viene a cuento recordar esta idea cuando se aproxima uno de los más difundidos mecanismos de defensa de la sociedad que se autoestima ‘desarrollada’ y libre de prejuicios. Me refiero a la fiesta de la noche del día 1 de noviembre, fiesta cristiana de Todos los Santos, seguida por el recuerdo orante de los fieles difuntos. Hoy el “carnaval” de Halloween se ha hecho casi universal, extendido desde el mundo anglosajón. Y yo sostengo que tal difusión tiene mucho que ver con el enmascaramiento del pavor ante la muerte.

Cómo recordamos, los que cumplimos ya bastantes años de existencia dentro de la sociedad que tuvo como eje nuclear la fe en Dios y en una vida trascendente, la convicción de que esta vida nuestra es sólo un estar de paso hacia otra existencia carente de las penas que nos agobien. Eso lleva aparejada la veneración y el “culto” a esa realidad, en sí pavorosa, más afrontable con la virtud de la esperanza en “un cielo nuevo y una tierra nueva donde habite la justicia” (2ª carta de Pedro, 3, 13-15).

Rememoremos aquellas visitas familiares al cementerio. Se limpiaban la lápidas de tumbas y nichos y colocaban coronas y ramos de flores. Pero, además, rezábamos ante los restos sepultados de nuestros familiares queridos. Todo tenía un sello de seriedad lleno de unción y cariño. Pero es que esta memoria de los difuntos sabemos que es patrimonio de todas las culturas desde tiempos inmemoriales, como muestran los hallazgos arqueológicos. Sin embargo, se ha producido un fenómeno psicosocial sorprendente: a medida que la civilización ha ido conquistando parcelas del saber y logrado mejorar la vida de las personas, a medida que ha ido adquiriendo más confianza en su capacidad de aliviar la salud, se ha evidenciado una creciente tendencia respecto a la realidad de la muerte, un hecho que nos afecta a todos sin remedio. Se ha prolongado el ciclo vital, pero, al mismo tiempo, se ha generado una tendencia a ocultar la consciencia de nuestra finitud. Es el temor ante la idea de morir.

Parte de dicha manipulación, tal vez sea la muestra más expresiva, es la que no dudo en llamar “mascarada” de la fiesta de Halloween. Para eludir la dureza de esa finitud, a la que acompaña el desprecio y desconocimiento de la vida trascendente como una realidad misteriosa pero ineludible, se ha difundido en el occidente cristianizado esa trivialización de la conmemoración orante de los difuntos, sustituida para muchos por esta ligereza carnavalesca, y se ha ‘adoctrinado’ a los niños mediante esos disfraces de apariencia pavorosa, pero con una actitud de chacota y sarcasmo que, en realidad, no es sino el estúpido disimulo del inconsciente pavor ante aquella realidad ineludible de nuestra finitud y la muerte a ella aparejada, algo que ninguna “conquista” científico médica puede remediar. Un verdadero “complejo” social.

Nacemos para morir y no para desaparecer o regresar a una “nada” de la que salimos, sino para comparecer ante una Presencia intemporal y creadora con la carga de nuestro comportamiento a cuestas, y entrar en una existencia ya interminable y marcada por el carácter de nuestra conducta. No hay guasa ni inconsciencia que puedan evitar ese paso, pavoroso por su oscuridad, pero afrontable sólo mediante la súplica de ayuda del bastón del Pastor divino, que nos orienta por el ineludible túnel de la muerte.

Carlos María López-Fé y Figueroa

Doctor en Psicología Social y Profesor jubilado de la Universidad de Sevilla

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