A mí que nadie me venga a contar que en este país estamos desprevenidos, despistados o que vivimos de espaldas al futuro. Que no me vuelvan a mentar la “Spanish chapuza” internacional ni la “insólita avenida” nacional. No quiero volver a oír decir que aquí no somos precavidos, que no tenemos sentido de la planificación y que todo se hace de manera improvisada y a salto de mata. Que nunca más nos tachen de imprevisores.
¿Acaso hay algún otro lugar en el mundo civilizado en que las catástrofes, incluso las denominadas “de magnitud incalculable”, se prevean con más fundamento, antelación y razón? ¿Es que se puede hallar un país en el que las causas de los desastres se analicen, estudien y declaren con tan sobrada anticipación y detalle como en el nuestro?
Porque aquí las cosas no pasan de repente, como en otros países realmente imprevisores. Aquí no revienta una presa ni se rompe un dique ni se resquebraja un depósito sin previo aviso. Aquí no hay muro de contención que se venga abajo ni pared que se derrumbe sin las correspondientes advertencias. Tampoco se abre un socavón de pronto y sin avisar, sino después de sobradas notificaciones. No hay edificio que sienta temblar sus cimientos sin razones previamente argüidas ni calle que se desgarre sin aviso anticipado. No se desmorona una cornisa ni se desmantela un andamiaje sin avisar.
Todo está previsto, todo es conocido, todo está previamente analizado y en ocasiones, incluso denunciado. Hasta hay crímenes que se llegan a cometer después de anunciarse a los cuatro vientos. Intoxicaciones masivas, envenenamientos globales, desastres ecológicos, aluviones emponzoñados, tósigos desbordados, destrucciones, deterioros, riadas, pérdidas, hundimientos, explosiones, grietas, inundaciones, derrumbes, todo, todo tiene su anuncio. Siempre hay alguien que lo previó, que lo señaló, que lo anunció, que lo advirtió, que lo denunció, incluso, en ocasiones, alguien con los conocimientos técnicos necesarios para avalar la peritación.
Así que no vengan ahora a decir que aquí las cosas pasan sin que se prevean y se controlen. Precisamente, las catástrofes españolas son las más controladas del mundo.