Desde 1985 hasta 2015, España llevó a cabo treinta años de políticas públicas e iniciativas privadas para superar el analfabetismo tecnológico que padecíamos desde la democratización de las TIC (Tecnologías de la Información y las Comunicaciones).
Todo arranca en la década de los setenta con el micropackaging y la llegada del chip (y todavía hay quien las sigue llamando “nuevas”).
Este proceso tuvo su auge en 1985 con la divulgación del PC. Una docena de años más tarde, Internet llegaba a España para quedarse.
El plan Info XXI del año 2000 prometía una sociedad de la información para todos, incluyendo a los colectivos en exclusión tecnológica. Otros planes y proyectos siguieron aportando líneas maestras para acercar la Administración al ciudadano y, en lo que ahora nos interesa, un plan completo de desarrollo tecnológico del Sistema Nacional de Salud.
El Portal de Salud llegó con proyectos como la teleasistencia, la receta electrónica, el telediagnóstico y la telemonitorización de pacientes. Pero muchos de aquellos proyectos prácticos tropezaron con numerosas diferencias entre comunidades autónomas, que retrasaron durante años objetivos tan importantes como la interoperatibilidad de la tarjeta sanitaria y, con ella, el de la receta electrónica entre comunidades.
El desencuentro se solucionó posponiendo y reforzando el objetivo, en principio, para 2016, con el nombre de Proyecto PISTA Sanidad 2. Y, finalmente, llegó la posibilidad soñada de operar con una tarjeta sanitaria en cualquier comunidad y de obtener una receta electrónica extendida en cualquiera de nuestras comunidades y ciudades autónomas.
Los planes de implantación tecnológica tuvieron también en cuenta la brecha digital que todavía hoy afecta a numerosas personas, especialmente mayores y ciudadanos de la España vaciada, unos por problemas de accesibilidad, otros por desconocimiento del uso de las tecnologías y otros por falta de cobertura en sus municipios.
Por ello, el Plan de Inclusión Digital de 2015, que tenía el objetivo de una administración sin papeles y de la creación de un conjunto de ciudades inteligentes, empezó por analizar y buscar soluciones para eliminar las barreras de accesibilidad y asequibilidad a las tecnologías de la información.
Con esta meta se creó el Observatorio de accesibilidad web que hubo de implantarse en todas las administraciones públicas como un requisito legal, de manera que todos sus portales cumplieran un nivel de normas de accesibilidad para personas mayores o discapacitados.
Para prevenir los problemas de accesibilidad de las personas mayores, las comunidades autónomas impulsaron diversos programas de envejecimiento activo que incluían planes de formación e integración con talleres en línea como ActivaLaMente, fomento de las redes sociales y la adaptación de proyectos europeos para la capacitación y el bienestar.
El 2014, la empresa española TeLib (Telemedicina y Salud) creó el portal VideoCare para prestar atención sanitaria remota a las personas que no pudieran desplazarse. Un portal multifunción de gestión remota para el seguimiento de la salud que comunicaba a través de la nube a los pacientes con sus cuidadores remotos y permitía el acceso de los familiares.
La Universidad Carlos III, el CSIC, la fundación CIEN y numerosos hospitales planificaron RoboCity 2030, un plan de robótica asistencial que, afortunadamente, ya está funcionando en muchos lugares con tal éxito que ha sobrepasado las previsiones que se plantearon en su día.
En 2019, se veía acercarse el futuro de la sanidad apoyada en la revolución digital que traería herramientas tecnológicas para atención médica, hospitalaria y farmacéutica que permitirían interactuar con el paciente no solamente a distancia, sino de forma virtual.
Se preveía para 2023 la proliferación de programas de inteligencia artificial, los chatbots, capaces de mantener una conversación con una persona, con su aplicación práctica al contexto médico, facilitando unos asistentes sanitarios con los que los pacientes podrían comunicarse sin restricciones.
Pero la pandemia del Covid19, que frutró tantas esperanzas, que destruyó tantas vidas y malhirió tantas economías, empujó con todas sus fuerzas la contribución de la tecnología a la medicina y a la salud.
Ese impulso aceleró todos los procesos tecnológicos que ya podemos disfrutar y, por desgracia y en algunos casos, también sufrir.
Porque el impulso a la tecnificación de la medicina y a la salud digital ha sido definitivo.