El Rey

El Rey reina en la nación más difícil para hacerlo, y en una época convulsa y enfrentada. El Rey cumple escrupulosamente con sus deberes constitucionales, y este cumplimiento es motivo de repulsa de quienes se creen defensores a ultranza de La Corona

20/06/2024

Se trata de una obviedad que muchos olvidamos. Los monárquicos, que somos mayoría, no sostenemos la Monarquía. En ocasiones, por exceso de entusiasmo o por hacer uso de un derecho que no existe, nos creemos legítimamente capacitados para indicarle al Rey el camino a seguir. Y afortunadamente, el Rey no nos hace caso, porque el camino lo dibuja su responsabilidad, no el elogio o nuestra discrepancia. El Rey reina en la nación más difícil para hacerlo, y en una época convulsa y enfrentada. El Rey cumple escrupulosamente con sus deberes constitucionales, y este cumplimiento es motivo de repulsa de quienes se creen defensores a ultranza de La Corona. El Rey no firma lo que le gusta o le disgusta. Firma lo que le ordena la Constitución impulsada por su padre, el Rey Juan Carlos. Aquí, en España, los que creen ser los más suyos, le han dado la espalda por no practicar el «balduinismo» belga. Bélgica es un país, y España es la Historia. Se criticó con dureza al Rey su elección matrimonial. Entre las críticas, las mías. Hoy se ha demostrado que la callada labor de la Reina Letizia ha acercado a la Corona a grandes espacios sociales que jamás mostró apego o coincidencias con la Monarquía.

Al Rey le ha correspondido, por la presión de un Gobierno que no conoce la lealtad, de un Gobierno marcado por la corrupción y un enfermizo afán de supervivencia, conllevar con su obligación la tristeza del vil trato que ha recibido su padre, Don Juan Carlos I, por parte del Gobierno. Y se le ha recordado que su reinado es consecuencia del fecundo reinado de su padre. Quizá muchos españoles ignoren que el infame destierro del Rey Juan Carlos, ordenado por Sánchez y Calvo, se ha cumplido y se cumple porque el Viejo Rey sabe que su presencia estable en España podría ser aprovechada por los enemigos de España para envenenar el reinado de su hijo. Y el Rey, como su padre el 23 de febrero, fue determinante para que un movimiento separatista, terrorista y delictivo no lograra la independencia de Cataluña. El 23-F el Rey resolvió el golpe militar a sabiendas de que las Fuerzas Armadas, incluyendo en ellas a los principales responsables del golpe, estaban con él. Desde una lealtad equivocada, pero con él. Y sus autores cumplieron durísimas condenas, sin peticiones de perdón ni llantos de forajidos. Y el Rey sabe que la Ley de Amnistía que se ha visto obligado constitucionalmente a firmar, no es otra cosa que un panfleto de muy difícil aplicación, a cambio de la compungida y simultáneamente chulesca exigencia de perdón de delincuentes huidos que han intentado romper España con el dinero de los españoles. Pero estaba obligado a firmar el panfleto, porque así lo manda la Constitución.

El Rey ha cumplido diez años en el trono, y su popularidad es creciente. El sentido de la responsabilidad y la discreción ante la injusticia le vienen de su bisabuelo, de su abuelo,y de sus padres, que no hay que olvidar a la Reina Sofía. El Rey no necesita trucos ni escondites para encontrarse con la calle, porque la calle le aplaude y le abraza, del mismo modo que a otros le abuchea. El Rey lleva diez años en su sitio, y cuando un Rey se afirma en su sitio, no lo pierde, por fuertes y desagradables que sean los vendavales de la traición.

La educación de la Princesa de Asturias y de la Infanta Sofía son dos columnas más de la Corona y del futuro de España. El Rey reina, no gobierna. El Rey insinúa, no ordena. El Rey es el Jefe Supremo de las Fuerzas Armadas, con una aplastante mayoría de lealtad sin límites a su figura. El Rey lo es también de quienes día tras día le insultan, le amenazan y le desprecian. Pero con todos eso, puede. Y le sobran fuerzas.

Si los monárquicos fuéramos más condescendientes, más comprensivos y más leales, ayudaríamos al Rey a superar todos los grandes problemas de la España que le ha tocado reinar.

Entre otros motivos, porque ser monárquico no concede derechos ancestrales. El monárquico tiene sentido cuando el Rey no está. Si está y reina, ser o no ser monárquico tiene el mismo sentido que ser o no ser del Club Atlético de Cecebre.

Y claro… ¡Viva el Rey!

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