“EL CORPUS EN SEVILLA”, DE ALBENIZ: ¿LA TARASCA?

La tercera página de ese dechado de gracia que es la suite “Iberia”, de Isaac Albéniz (su última gran obra), se titula como doy nombre a este artículo.

Y, sorprendentemente, la considero la página más extraña de todo el gran conjunto musical. En ella parece evocarse, desde luego, el sonido de las campanas y hasta suena algo así como una saeta.

Pero su estilo y su ritmo no sugieren nada de la sagrada característica de esa procesión, que estimo la más espléndida de España.

Lo digo tras haber contemplado procesiones de Corpus en numerosos lugares de Toledo para abajo. Entre ellos de varias capitales andaluzas, Cádiz, Córdoba, Granada y Jaén.

También en ciudades señaladas por su importancia religiosa y monumental, Baeza, Carmona, Marchena, Utrera (aquí, dos). Y en Sevilla, tres procesiones, la Grande y el maravilloso Corpus Chico, con sus dos procesiones, la del centro y la trianera. Mucho conocimiento, que me permite opinar con fundamento.

Mi pregunta, para desembocar en una posible conclusión, es: ¿Quién y dónde se inspiró el genial músico para componer esa pieza que estimo singular y extraña? Porque lo que suena en esa estupenda página es, nada menos que una cancioncilla popular, que se cantaba por las niñas en sus juegos de corro, y que fue recogida por Federico García Lorca en sus canciones infantiles españolas: “La Tarara”: “La Tarara sí, la Tarara no, la Tarara, niña, que la bailo yo”.

La página de Albéniz recoge en su integridad la música de esa canción, y sobre ella hace algunas variaciones, con delicioso aire festivo.

Pero nada de la página evoca la solemnidad de la insuperable procesión del Corpus Grande de Sevilla, sin duda, repito, la más fastuosa de España por el magnífico significado de las siete imágenes que preceden a la gran custodia de Juan de Arfe y Villafañe.

Este es el tercero de la saga de artífices plateros que inició su abuelo Enrique con las dos custodias afiligranadas de Toledo y Córdoba, más, según se le atribuye, el precioso “Cogollo” que figura en primer cuerpo de la custodia renacentista de Cádiz.

El calificativo de “la más fastuosa de España” asignado a la procesión sevillana es preciso justificarlo. Si la práctica totalidad de las procesiones de Corpus son un rendido homenaje al Santísimo Sacramento de la Eucaristía, en cuyo cortejo se implican las más eminentes instituciones de cada ciudad, lo fundamental de la procesión es la custodia, en cuya estructura y composición se afanaron al máximo los más ilustres orfebres.

Tal vez sea España la nación en la que se han realizado la mayor cantidad y de más exquisita calidad de custodias monumentales. Así pues, la custodia constituye el eje de la procesión, con el acompañamiento de instituciones civiles y militares, entre ellas las famosas ‘cofradías’ académicas de Toledo y Salamanca.

Pero es que la procesión sevillana es un auténtico “tratado”, en imágenes, de la historia cristiana de Andalucía (y aún de España) y de la teología eucarística. Y merece la pena dedicar un párrafo a precisar su contenido.

No cabe duda de que el programa iconográfico de esta insuperable procesión fue diseñado por unos sabios miembros del Cabildo catedralicio sevillano.

La procesión se inicia con el paso de las dos jóvenes hermanas, vírgenes y mártires del siglo III, Casta y Rufina, que tuvieron gran veneración en toda la Hispania cristiano-romana. Las efigies que procesionan fueron talladas y policromadas por Pedro Duque Cornejo y Roldán en el siglo XVIII.

A ellas siguen dos figuras de hermosa orfebrería: las imágenes en plata y pedrería de los santos arzobispos de Sevilla, Leandro e Isidoro, lumbreras de la Hispania cristiano-goda, decisivas en la conversión al catolicismo de los visigodos arrianos.

Hay que pensar, en esta historia, en el desastre de la invasión musulmana, que sumió a Hispania en el islamismo por conveniencia o por la fuerza y contra la cual resistieron un puñado de valientes que en las montañas astures y cantábricas pusieron coto al intento de sepultar a España en el maremágnum mahometano.

Ocho siglos de resistencia y lento empuje mantuvieron a Hispania en el área cristiana y europea. Símbolo excelente de tal empeño fue la figura de Fernando III de Castilla y León, el rey santo que recuperó para el cristianismo casi toda Andalucía, con la reconquista de las grandes capitales, Córdoba, Jaén y Sevilla. más ciudades importantes como Baeza y Úbeda. Una imagen del Santo Rey sigue en la procesión a las de los santos prelados hispano godos como signo de la vuelta a Cristo de la región más populosa de la antigua Hispania.

Hasta aquí, la historia, y, a continuación, la teología sacramental: la imagen de la Inmaculada, madre del Redentor, es seguida por la bellísima efigie del Niño Jesús, de Martínez Montañés, símbolo del Nombre del Señor, a la que sigue la custodia chica, con la reliquia de la corona de espinas, que recuerda la Pasión y Muerte de Jesús.

Tras este completo tratado de fe católica, la procesión se cierra con la grandiosa obra plateresca de Juan de Arfe y Villacañas, la Custodia Grande, en la que, en viril cuajado de perlas y pedrería, se ostenta la Sagrada Forma de la Eucaristía.

Entre este conjunto de imágenes, cada una en un paso deliciosamente ornamentado de flores, se incluyen los estandartes de todas las hermandades sevillanas de pasión y gloria. Un fascinante desfile en el que figuran los representantes de la vida civil, académica y militar. Mas, ¿Dónde se encuentra una imagen que pueda representarse musicalmente con la desenfadada cancioncilla infantil de La Tarara, de regusto un tanto frívolo?. Actualmente, en Sevilla no hay efigie que pueda concordar con tal concepto o imagen

¿LA TARASCA, TAL VEZ?

En la procesión granadina del Corpus, mucho más sobria que la sevillana, se ha mantenido un elemento de muy antigua tradición, del que cabe presumir que también figuró en Corpus hispalense.

Comienza el cortejo nazarí con una turba de cabezudos y un par de gigantones que rodean un pasito en el que aparece la imagen de una bella muchacha, vestida de rojo, con un traje de volantes, y enjoyada. Esta esta joven está en actitud de bailar sobre el lomo de un dragón de brillante color rojo: ¡¡Es la Tarasca!!

Los cabezudos bailotean alrededor del pequeño paso con aire desvergonzado. ¿Qué es esto?

Para hallar la explicación hemos de recurrir al más escalofriante libro del Nuevo Testamento, con el que se cierra toda la Biblia: el Apocalipsis.

En el capítulo 17 de este libro de revelaciones se describe la imagen de una mujer sentada sobre una bestia de color rojo y lujosamente vestida: “La mujer estaba vestida de púrpura y grana y adornada de oro y piedras preciosas y perlas, y tenía en la mano una copa llena de las abominaciones y de las impurezas de su fornicación. Sobre su frente llevaba escrito un nombre, Misterio, Babilonia la grande, la madre de las rameras y de las abominaciones de la tierra” (Ap 17, 4-5).

Una imagen fascinante y a la vez muy peligrosa por su capacidad de atraer a los hombres y mujeres del mundo. Es la imagen bíblica del pecado, del poder seductor, y se ha identificado con la antigua Roma y su imperio casi irresistible.

EL PECADO Y SU VENCEDOR, CRISTO SACRAMENTADO

El bailoteo de los cabezudos alrededor de La Tarasca, seres monstruosos, aunque tomados a chacota por el público y que asustan a los chiquillos, es una forma de mostrar el poder de atracción de la mujer brillantemente ataviada.

Así se comienza esta procesión granadina, con el simbolismo del pecado que seduce a la humanidad y la convierte en siervos monstruosos. Pero esto es el comienzo, porque tras este simulacro “juerguístico” vendrá finalmente la hermosa figura de la Custodia que porta el Santísimo Sacramento, y que es el vencedor de la atrevida ramera, como se narra en el mismo libro del Apocalipsis al relatar el fin de Babilonia-Roma y su total ruina, con el temor y consternación de cuantos se aprovecharon de sus vicios.

LA OBRA DE ALBÉNIZ: CONFUSIÓN POR PARECIDO DE TÍTULOS

Pues bien, esta figura, aparentemente divertida para el público que contempla la procesión eucarística, podemos presumir que formó parte del antiguo cortejo del Corpus sevillano en la misma condición de mascarada inicial expresiva del pecado, que el Redentor acabaría venciendo en la cruz y afirmándose en el misterio de la Eucaristía ostentado en la custodia final.

Tal vez en algún momento, cuya fecha ignoramos, al Cabildo catedralicio sevillano, responsable de organizar la procesión y autor del denso programe iconográfico de sus imágenes, le pareció que esa mascarada al comienzo, no era comprendida por el pueblo, que la tomaba como algo divertido, pero sin idea de su importante significado. Y suprimió este inicio de signo pagano.

Mas, sin embargo, alguien conocedor de la tradición, pudo sugerir al compositor catalán, que raramente residió en España, y menos aún viajó por Andalucía, una idea del Corpus en el que todavía figuraban La Tarasca y su frívolo cortejo (estamos en los comienzos del siglo XX, año 1909, en que el maestro terminó su maravillosa suite), poco antes de fallecer aquel mismo año.

Y, para concluir, el personaje que pudo sugerir al ilustre compositor un tema musical que Albéniz utilizaría para su “Corpus en Sevilla”, ofreció algo totalmente equivocado, como es la copla infantil de La Tarara, que el anónimo sugeridor dio, tomando el título de esta coplilla callejera como si fuera “La Tarasca”, la imagen lúdica y mundana que en un tiempo pudo abrir el cortejo de la solemnísima procesión eucarística, que, si por el genio del gran compositor, resulta una pieza deliciosa y hasta con cierta seriedad, en la que resuenan las campanas de la Giralda, en realidad nada tiene que ver con el hondo clima sagrado que transmite la contemplación del extraordinario cortejo del Corpus hispalense.

Así pues, “El Corpus en Sevilla”, de la suite “Iberia”, de Albéniz, podemos disfrutarlo como una genial pieza pianística, pero sin que sus deliciosos sonidos evoquen en absoluto, salvo el repicar de campanas, la trascendencia de la monumental procesión en honor de la Sagrada Eucaristía.

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