Solamente hubiera cabido una posibilidad de que Sánchez viajara al Vaticano: que el muerto fuera él
vozpópuli
Isaac Blasco
24/04/2025 ·
A Mariano Rajoy le llamaba mucho la atención la peculiar confesión religiosa del socialista José Bono. En su círculo de confianza, el expresidente solía significar cómo, al contrario que la mayoría de españoles, que se declaran católicos no practicantes, solo identificaba al exministro del PSOE como el único “practicante no católico” del que tenía noticia.
Que Pedro Sánchez no acuda a los funerales del Papa Francisco de este sábado resulta tan anómalo como le parecía a Rajoy la fe de Bono: la (enésima) demostración de que, pese a su égida declinante en virtud de los escándalos que lo cercan, se cree, como desde que ganó la moción de censura el 1 de junio de 2018, por encima de las instituciones del Estado, de sus símbolos, de la herencia de sus predecesores políticos, de la Constitución, del más elemental sentido de la representación pública. En realidad, ha acabado por sentirse superior a España, que asimila a una nación que no lo merece.
Sánchez es un autómata de la política y ha adoptado la incomparecencia como un nuevo señuelo con que victimizarse
Al presidente del Gobierno le ha dado ahora por instaurar la espantada como hábito, en lo que supone otro ejercicio de normalización de lo excepcional: dejar colgados a los Reyes en el Cervantes; parapatarse en ellos para borrarse de la comitiva vaticana; conceptuar Valencia como un remoto lugar de Burkina Faso; viajar a China tres veces en dos años sin dar explicaciones sobre el objeto de esas visitas; chulear al Legislativo; presionar a los jueces, a los fiscales y a la Abogacía del Estado; retorcer las leyes; escribir tuits en registro de un Werther atormentado para pasar luego al tono frío, glacial, con que expresar las condolencias por la extinción de un Papa cuyas exequias no son dignas de su presencia.
Y un larguísimo, kilométrico, etcétera.
Sánchez es un autómata de la política y ha adoptado la incomparecencia como un nuevo señuelo con que victimizarse. Se vale para ello de una arquitectura de poder infiltrada en la oficial, que es la que realmente ejerce de resorte.
El presidente está en campaña permanente, y solo atiende los estímulos que él mismo propicia rehabilitando a viejos defenestrados como Iván Redondo mientras alimenta la vanidad de dirigentes como Yolanda Díaz, que se cree la ahijada de Bergoglio por el hecho de haberse reunido con él un par de veces en audiencia. O su monaguillo, en el caso de Bolaños.
No es solo que no pueda pasear a Begoña por Roma: es que se trata de un narcisista al que Zapatero (con él empezó todo) calificó de “buen político” por “carecer de empatía”
Ahora, toca erigirse en paladín del laicismo, por mucha entrada que tuviera Francisco en la izquierda. No acogerse a sagrado bajo ninguna circunstancia: ni funerales por las víctimas de la dana, ni reconsagración de Notre-Dame, ni entierro vaticano.
No es solo que no pueda pasear a Begoña por Roma: es que se trata de un narcisista al que Zapatero (con él empezó todo) calificó de “buen político” por “carecer de empatía”. Y ahí sigue, en el cálculo perenne, en el tactismo continuo por mucho que todo a su alrededor se esté desmoronando y aunque apenas pueda franquear el recinto de Moncloa sin que le abucheen.
En realidad, lo que cuenta es que, este sábado, será Feijóo el que acompañará a los Reyes representando a España ante la Santa Sede mientras Sánchez hace planes de fin de semana, a ver cómo pinta la cartelera.
De hecho, solo hubiera cabido una posibilidad de que Sánchez viajara al Vaticano: que el muerto fuera él.