En estos días en que los medios nos inundan de noticias sobre la interminable erupción del volcán Cumbre Vieja, en la isla de La Palma (un tema -volcán, erupción, turismo insensato- sobre el que merece la pena incidir), hubo una información relacionada con las festividades que ocupan los primeros días del mes de noviembre, fiesta de Todos los Santos y conmemoración de los Fieles Difuntos. Se nos mostró la fatigosa tarea de los vecinos de las poblaciones cercanas al volcán para limpiar las lápidas de los sepulcros de sus seres queridos antes de colocar una corona o un ramo de flores como testimonio de su cariño a quienes ya no están con ellos. La ceniza que emite el volcán, y que cubre de un espeso manto oscuro calles, casas y parcelas de cultivo, se había posado sobre Crucifijos y otros símbolos de la fe situados sobre tumbas y nichos en el pequeño cementerio del pueblo de La Laguna.
Día de Todos los Santos y visita al cementerio donde descansan los restos de nuestros predecesores. ¿Qué es eso de “Todos los Santos”?. Los telediarios nos han llevado también a diversas localidades españolas para ilustrar la perduración de la costumbre secular de visitar ese lugar sagrado del ‘silencio sepulcral´ en la cercanía, o el día mismo de la celebración litúrgica, en recuerdo y sufragio por los fieles difuntos. La verdad es que en ese día 2 de noviembre, que no es día festivo para el que rija un precepto, se produce, sin embargo, el singular fenómeno socio-religioso de la presencia masiva en los templos de personas, ¿creyentes en la otra vida?; en gran parte indiferentes, cuando nó agnósticos. pero a quienes queda un resto de sensibilidad que les lleva a recordar a sus familiares difuntos. Es, seguramente, el día del año en que más personas asisten a las misas celebradas. Esta es una realidad que perdura en buena parte de la población española sociológicamente católica. Si tuviéramos que medir por este criterio la vigencia de una fe en las realidades trascendentes, el porcentaje del nivel de esa fe en la ciudadanía alcanzaría cotas bastante elevadas.
Pero esto es sólo una apariencia. La realidad es que la permanencia del sentido de la realidad de Dios y demás signos de trascendencia, ha experimentado un descenso que más habría que denominarlo caída o ‘desplome’. Y no es el único rasgo. Recientemente apareció una noticia, con datos estadísticos, sobre la muy escasa población de recintos monásticos habitados en España. Y no sólo los de ese carácter, que estimamos expresivo de una especial exigencia en el seguimiento de Cristo. Las demás órdenes religiosas, que tienen su ámbito de actuación en el mundo secular (pongamos como ejemplo la que puede ser primera en cuanto a la extensión y número de sus miembros, la Compañía de Jesús), están reajustando sus estructuras organizativas y reuniendo miembros ante la falta de vocaciones.
Si hemos advertido la nutrida presencia de ¿creyentes? en los cultos del día de los Fieles Difuntos, también podemos hacer notar que tales asistentes lo son, por su aspecto, de edades como mínimo, maduras, cuando no ancianas. La población joven, en gran proporción, está muy ocupada en vivir la fantasmada carnavalesca del extraño día importado del mundillo anglosajón, de Halloween, con disfraces de ridículo espanto. Si no han tenido unos padres con sensibilidad creyente en la verdad de la otra vida, sino que se han desecho de tal ‘carga’ para ellos carente de sentido, esos jóvenes pasan de largo de la secular tradición, impregnada de espíritu cristiano, de recordar a sus antepasados en el lugar donde descansan sus restos, en espera de ese incógnito día en que, según la fe evangélica, sean transformados en cuerpos gloriosos e inmortales, como sede del alma que no falleció al ausentarse de este mundo.