Este artículo fue originariamente publicado por Ana Martos Rubio en la revista ACTA
A la hora de dilucidar el momento en que el alma humana enfermó por primera vez, podemos recurrir a las teorías humorales de Hipócrates de Cos, que localizó el asiento del alma en el cerebro y fundamentó las enfermedades del alma en los desequilibrios fisiológicos.
Pero la ciencia no empezó en Grecia, porque los griegos obtuvieron una gran parte de su sabiduría de los egipcios y de los babilonios. El concepto aristotélico del corazón como centro de toda actividad corporal es una noción médica egipcia. La existencia larvada después de la muerte, en el infierno subterráneo de los griegos, es un concepto babilónico ¿Dónde empieza, por tanto, la historia de esos cinco milenios de psiquiatría? Cada vez un poco más atrás.
Difícil pregunta. No sabemos lo que es el alma ni el momento de la evolución en que el alma se unió al cuerpo humano y queremos situar el inicio de la historia de la psiquiatría en el comienzo del tratamiento de las enfermedades del alma.
No queda más remedio que utilizar el principio experimental del ensayo y el error, y apostar por la existencia del alma, pneuma, physis, espíritu, alma vegetativa, sensitiva, inmortal o como cada uno quiera llamarla, y situar el principio de la historia de las enfermedades del alma humana en el inicio de la existencia del ser humano como tal, algo que quizá con ayuda de la inteligencia artificial y, sobre todo, con el tiempo y con el buen hacer de los antropólogos y los paleontólogos, algún día llegaremos a saber.
EL ALMA PERDIDA
Los antiguos imputaron un origen místico a las enfermedades tanto del cuerpo como del alma y como tal concibieron su tratamiento. Cada pueblo ha tenido y tiene su dios sanador, cuando menos uno, al que invocar para recobrar la salud perdida, porque en el mundo primitivo, la medicina caminó emparejada con la religión. Los egipcios invocaron a Sekhmet, los hindúes se dirigieron a Vishnú-Rama y los griegos a Apolo, como nuestro mundo moderno occidental se sigue dirigiendo a las vírgenes de Fátima o Lourdes o al Niño del Remedio.
Fig. 2 Cada pueblo tiene su dios salvador
Desde los tiempos más remotos, los sanadores espirituales de muchas culturas han venido comunicándose con los malos espíritus que acosan al paciente y le provocan enfermedades como histeria o “ataques de nervios”. Efectúan la curación mediante la confesión y la penitencia, igual que, según el Nuevo Testamento, el apóstol Santiago recomendó a los enfermos que confesasen sus pecados unos a otros, para llegar a curarse. Cuatro siglos más tarde, encontramos esa recomendación en San Agustín: “Acepta la mano sanadora, haz tu confesión”.
Babilonios y sumerios atribuyeron muchas enfermedades, físicas o psíquicas, a la presencia de demonios malintencionados introducidos en el cuerpo de los enfermos. Pero las épocas sumeria y babilónica son historia moderna al lado de la historia del ser humano, de su alma, de las enfermedades del alma y de los tratamientos aplicados a esos males. Remontémonos más atrás, por ver de acercarnos, en lo posible, al principio de los tiempos, a ese principio escurridizo que huye de nosotros, de nuestras lecturas, de nuestros hallazgos y de nuestras investigaciones, para situarse cada vez un paso más atrás en el tiempo.
Desde hace milenios, los chamanes han sido doctores, sacerdotes, místicos y trabajadores sociales. Realizan el viaje del alma y trabajan en colaboración con los espíritus, que son la conciencia de las cosas o de los animales, porque el alma humana se convierte en conciencia al morir.
Los chamanes no pertenecen a una religión ni existe un movimiento chamánico que unifique sus características, sino que son como el pozo para el pueblo o el pueblo para el pozo. Donde existe un pozo, existe un pueblo y uno pertenece al otro. Así es el chamán. Donde existe una sociedad y una cultura, hay un chamán que es de todos y al que todos pertenecen.
Fig. 3Donde hay un pueblo, hay un sanador espiritual
Una de las facetas de la actuación del chamán es su capacidad de curar y es la que ahora nos interesa, porque la curación del chamán estriba en tratar las posibles causas de la enfermedad y una de ellas es la pérdida del alma. O de una de ellas ¿Acaso el ser humano tiene una sola alma? Y, si tiene varias, una de ellas puede escapar de su cuerpo y perderse en mundos hostiles, como se perdieron Eurídice y Perséfone en el reino de Hades. Y, si Orfeo viajó al infierno en busca de Eurídice, ¿por qué no habría de viajar el chamán al mundo oscuro en busca del alma perdida de su paciente? E, igual que Orfeo hechizó a los guardianes infernales con su lira, el chamán aplaca a los espíritus con el sonido de su tambor y el poder de su palabra: “¿Vas a dejar morir a mi paciente? Entonces, ¡devuélveme su alma!”.
Otra causa de enfermedad es la ruptura de tabúes morales. Ahí no hay pérdida de alma alguna, sino pesadumbre, espina enquistada en el alma enferma. El tratamiento es diferente; ya no se trata de recuperar un alma perdida en el reino de los espíritus, sino de liberar al alma enferma de su mal. La curación consiste en un procedimiento que siempre creímos moderno: se suministra al enfermo una droga que le ayude a liberar pensamientos y sentimientos y a expresar visiones que son interpretadas por parte del chamán, hasta lograr la introspección y la revisión crítica del curso de la vida del paciente.
En 1991, se encontró un cuerpo humano en un glaciar de los Alpes austriacos. Las bajas temperaturas lo habían congelado y momificado y los científicos se aplicaron con gran interés a estudiar la momia que tanta información podía aportar. Al principio, pareció tratarse de un pastor sorprendido por una ventisca al cruzar un paso elevado en la montaña, pero los sofisticados métodos de investigación aplicados fueron esclareciendo el apasionante caso. Tatuajes en la piel, una cinta de cuero que portaba un disco de piedra y setas medicinales condujeron a la idea de que no se trataba de un pastor, sino de un chamán en viaje espiritual. ¿Su edad? 5000 años[1].
[1] Piers Vitebsky, El Chamán, Debate.