Cuando estás sano, tienes mil problemas; cuando enfermas, solo uno

¿Alguna vez te has despertado a las tres de la mañana preocupado porque olvidaste enviar un correo, no terminaste ese informe súper «importante» o intentando descifrar unas palabras críticas de tu jefe? No eres el único.

La vida moderna nos entrena para coleccionar problemas como si fueran stickers , y cada uno de ellos nos parece vital, urgente e impostergable. Pero, curiosamente, cuando la salud falla, todo eso que parecía extremadamente importante deja de serlo. Lo urgente ya no lo es tanto y lo que te quitaba el sueño y no te permitía vivir en paz, ahora es irrelevante. La vida, de repente, pone las cosas en perspectiva – y lo hace de manera brutalmente efectiva.

Cuando la vida nos pone en pausa obligatoria

Psicólogos de la Universidad de Gotemburgo encuestaron a más de 200 personas que habían sido diagnosticadas con una enfermedad crónica y constataron que el estado más común era la tristeza y la preocupación por su estado de salud. El resto de los problemas prácticamente se habían esfumado. Tampoco es que hiciera falta un estudio para ello: cuando estamos mal, nuestra lista de preocupaciones se restringe considerablemente.

De hecho, es probable que al echar la vista atrás aquellas preocupaciones nos parezcan francamente ridículas porque cuando enfermamos nuestra percepción de la vida se redimensiona por completo. Ese informe atrasado que parecía una catástrofe o la discusión con un amigo que nos tenía semanas en vilo… todo eso simplemente se desvanece ante la imperiosa necesidad de recuperarnos.

Este fenómeno de redimensionamiento y relativización de los problemas en la vida no es exclusivo de las enfermedades graves. Incluso un resfriado que nos deja en cama puede actuar como un radar de prioridades. Mientras nuestro cuerpo lucha contra la fiebre, la mente comienza a filtrar lo esencial, por lo que los emails pendientes o la reunión de las 10 de la mañana pierden relevancia.

Sin embargo, ¿por qué esperar a tener un problema de salud para relativizar?

El filtro de la enfermedad

La mayoría de nosotros seguimos acumulando problemas insustanciales como si fueran medallas. Le damos mil vueltas a dificultades triviales y nos preocupamos por cosas que, desde un punto de vista estrictamente biológico y existencial, son tan “importantes” como decidir qué color de servilleta usar.

La lente de la enfermedad o la vulnerabilidad nos ayuda a comprender que no vamos a vivir para siempre y que, excepto para nuestros seres queridos, somos reemplazables. No eres indispensable en tu trabajo. Tu ausencia, aunque pueda ser notoria, rara vez cambia la dinámica del mundo.

Y no es necesario esperar a enfermar para aprender esa lección.

Necesitamos aprender a relativizar los problemas de la vida. Y relativizar no significa volverse apático ni dejar de cumplir con nuestras responsabilidades. Significa reconocer que el estrés cotidiano a menudo proviene de problemas que hemos sobredimensionado y que somos expertos en inflar artificialmente nuestra lista de urgencias.

Esa discusión que hoy te hace hervir la sangre probablemente será olvidada en semanas y unos minutos de retraso en el correo probablemente no provocará un apocalipsis. La mayoría de los problemas que nos quitan el sueño son pequeñas sombras que proyectan nuestra imaginación sobre un lienzo de realidad mucho más amplio.

La enfermedad actúa como un filtro natural para ayudarnos a comprender lo que realmente merece nuestra energía mental. De hecho, un estudio realizado en la Universidad de Manchester constató que cuando enfrentamos un diagnóstico grave o una nueva patología, tendemos a recalibrar nuestras prioridades de vida y salud, enfocándonos en lo que realmente es esencial.

¿Cómo relativizar mientras todavía tenemos salud?

Podemos comenzar a evaluar cada correo pendiente, cada notificación o cada contratiempo con la misma lupa que aplicaríamos si estuviéramos en la cama con fiebre. Haz un pequeño ejercicio: imagina que esa mañana te despiertas enfermo y pregúntate:

  • Esto que me preocupa, ¿sigue siendo relevante?
  • ¿Se acabaría el mundo si no lo asistiría hoy?
  • Si lo hago, ¿me ayudará a sentirme mejor o sanar?

Si la respuesta es no, entonces es probable que se trate de un problema que estás amplificando.

Y no se trata de ser irresponsables, sino de aprender a gestionar el nivel de estrés y destinar nuestra energía y atención a lo que realmente importa, sin esperar a que la enfermedad nos obligue a hacerlo. Se trata, en definitiva, de tener claras nuestras prioridades en un mundo que nos empuja a ocuparnos de falsas urgencias constantemente.

La vida funciona en capas: cuando estamos sanos, acumulamos capas de preocupaciones y problemas, la mayoría de ellos artificiales o exagerados. Cuando enfermamos, todas esas capas se deshacen y emergen lo esencial: estar vivos, poder movernos, comer, dormir y, sobre todo, tener la oportunidad de disfrutar lo que realmente importa.

Aprender a mirar nuestra existencia con esta lente antes de que un problema de salud nos obligue a hacerlo es una forma de sabiduría, un antídoto contra el estrés innecesario y una especie de memento mori .

Así que la próxima vez que tu jefe te reclame algo urgente, que tu aplicación favorita tenga un fallo o que discutas con alguien, recuerda: probablemente la salud es el único problema que de verdad merece tu atención absoluta, al menos si quieres seguir disfrutando de todo lo demás. El resto… bueno, es solo ruido de fondo, y el ruido, como sabemos, es mucho más llevadero cuando aprendemos a ponerlo en perspectiva.

razones:

Benkel, I et al. (2020) Vivir con una enfermedad crónica: Un estudio cuantitativo de las opiniones de los pacientes con una enfermedad crónica sobre el cambio en su situación de vida. SAGE Open Med; 8: 2050312120910350.

Morris, RL et al. (2011) Cambio de prioridades en la multimorbilidad: un estudio cualitativo longitudinal de la priorización de múltiples afecciones por parte del paciente. Chronic Illn; 7(2): 147-161. 

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