En el pasado día 2 de febrero se ha vuelto a suscitar, parece que con mayor resonancia, una cuestión antigua ya en el ámbito de la Iglesia Católica: el tema de la conveniencia de dar libertad a los sacerdotes, célibes por obligación, para poder casarse.
Levantar las exigencias
O sea, levantar la absoluta exigencia actual del celibato sacerdotal. Y, derivado del mismo, revisar la cuestión de la restricción monogámica del matrimonio sacramental y reconocer la posibilidad de separación y nuevas nupcias, sin que constituya pecado.
Son cuestiones que vienen de bastante atrás, pero en esta ocasión expuestas (aunque no por primera vez) por una de las más relevantes cabezas del episcopado alemán: el cardenal Reinhard Marx, Arzobispo de Munich y Freising (la que fue sede de Josep Ratzinger, luego papa Benedicto XVI).
Ha hecho unas declaraciones bastante amplias al diario Süddeutsche Zeitung en las que muestra la conveniencia de permitir casarse a los sacerdotes que lo deseen. Ha sido con motivo de la tercera reunión del Sínodo que se está preparando.
No voy a resumir declaraciones tan extensas. Sólo traigo algunas citas suyas más significativa. Propuso el fin del celibato obligatorio para los sacerdotes en la Iglesia Católica, al decir que “sería mejor para todos crear la oportunidad para los sacerdotes célibes y casados”. El Arzobispo añadió que “algunos sacerdotes estarían mejor si estuvieran casados. No solo por razones sexuales, sino porque sería mejor para sus vidas y no estarían solos”.
Opina que como forma de vida el celibato sacerdotal es “precario, al menos, les sigo diciendo eso a los sacerdotes jóvenes”. A quien le interese todo el texto, lo tiene en internet: basta poner en Google, “Cardenal Marx y el celibato”.
Este brillante prelado centroeuropeo es uno de los que siguen una línea de búsqueda de recursos para afrontar la crisis de vivencia cristiano-católica, que de modo especial, aunque no único, afecta a los creyentes de Europa central, por algo son los sucesores de la mayor revolución sufrida por el catolicismo, la de Lutero y sus secuaces.
Lo que ocurre es que Marx, el prelado, no el comunista, está al frente de la diócesis de la capital de Baviera, la región alemana más fiel a la ortodoxia católica; algo así como la España, y aún la Andalucía del centro de Europa. Y eso pesa.
Voces discrepantes
A causa del jaleo mediático que provocó, él mismo puso su cargo a la disposición del Papa, pero Francisco no lo ha aceptado. En la misma iglesia alemana han surgido voces discrepantes con el cardenal muniqués: el cardenal Arzobispo de otra diócesis-estrella, como Colonia, Rainer María Woelki, y una distinguida teóloga, Marianne Schlosser, que ostenta el premio Ratzinger, algo así como el Nobel de teología. Ambos coinciden en que el asunto refleja una crisis de fe, con cuya opinión estoy de acuerdo.
Y es que esa crisis se halla difundida por todo el mundo católico, sobre todo de las antiguas cristiandades, hijas de las sucesivas ‘oleadas’ evangelizadoras, a partir de la primera, la de origen apostólico y sobre todo paulino, en las que el fenómeno de la descristianización y disolución de los valores más propios del Evangelio ha hecho mella por el empuje de lo que el papa Francisco llama el “mundanismo”.
Por ello es interesante acudir al Apóstol de los Gentiles para buscar una raíz de esta crisis, que afectó a alguna de la primitivas cristiandades, como la de Corinto, lo que dio lugar a varias cartas de Pablo, ahora reunidas en sólo dos. En la primera de ellas dedica al tema del celibato y el matrimonio todo el extenso capítulo 7, con indicaciones del mayor interés, en las que demuestra su conocimiento del tema y sabiduría humana.
Porque estas delicadas cuestiones, que están hace años en el candelero, no tienen relación tan sólo con esa crisis de fe aludida por el Arzobispo de Colonia y la distinguida teóloga. Hay un trasfondo de carácter psicológico que hace del tema un hecho muy relevante en la vivencia de las vocaciones sacerdotal y matrimonial.
El texto paulino
En Corinto hubo bastantes fieles que se plantearon el problema de mantener el celibato y también la limitación a la indisolubilidad del matrimonio, lo que chocaba con lo más habitual de las costumbres de aquellas sociedades. No olvidemos que la poligamia y la fornicación eran hábitos generalizados en el mundo de la gentilidad pagana.
Pues bien, ante la dificultad para mantener la dedicación exclusiva a ‘las cosas de Dios’ (el celibato en realidad), así como un estilo de relación de pareja con abstinencia sexual, el Apóstol hace unas recomendaciones (que no quiere imponer como obligación sino como opción libre) en las que glosa el valor del celibato y la vida matrimonial monogámica indisoluble.
No traemos aquí el texto completo por su extensión, salvo unas frases demostrativas del alto grado de sabiduría humana de Pablo. Hacia el final del capítulo, el texto hace esta observación: “¿Estás ligado a mujer? No busques la separación. ¿Estás libre de mujer? No busques mujer . Si te casares no pecas, y si la doncella se casa, no peca; pero tendréis así que estar sometidos a la tribulación de la carne, que quisiera yo ahorraros.” (I Cor 7, 27-28). ¿Cuál es la frase-clave? “Estar sometidos a la tribulación de la carne”, más concisamente, esa alusión a la “tribulación de la carne”. ¡Qué agudeza la del Apóstol, qué sabiduría!. ¿Pudo estar casado?.
El texto paulino viene muy a cuento al calificar como “precaria” la vida (digamos la ‘vida privada’) y la referencia a la soledad del sacerdote, por parte del cardenal Marx.
Ante tal calificativo, podemos objetar: ¿El matrimonio es la solución ‘ideal’ para evitar esa soledad del célibe? ¡Cuidado!. ¿Quién garantiza que la convivencia conyugal va a salir ‘de dulce’? ¿Es seguro que la relación interpersonal de hombre y mujer en el matrimonio ofrece la solución para superar la soledad? ¿No es más ‘fácil’, digamos, ‘entenderse’ con Dios, con Jesucristo, que con una mujer? ¿No son infinidad los casos de mala relación conyugal, origen de los crecientes divorcios y de muchas infidelidades, de sufrimientos y hasta de crímenes fácilmente calificados de ‘machistas’? Recordemos el antiguo refrán: “Más vale solo que mal acompañado”. La misericordia de Dios es infinita, la del ser humano no lo es en absoluto.
Así pues hay que estimar como muy oportuna la objeción de los dos oponentes al Arzobispo de Munich. Estamos ante una crisis de fe, pero también de amor. En el fondo, y de modo muy real, el celibato, como la fidelidad conyugal, tienen como fundamento esa virtud de tan difícil permanencia: el amor.
Estar enamorado
Es necesario estar enamorado. Para el sacerdote, como para el que optó por la vida consagrada, enamorado de Cristo, aunque suene extraño. Lo es para mantenerse libremente célibe, y también libremente casado, y en este segundo caso hay que estar igualmente enamorado de la esposa o el marido para guardar con buen ánimo la indisoluble monogamia.
“La tribulación de la carne, que quisiera yo ahorraros”, escribe el Apóstol. ¡Y tanto!. Porque la tendencia propia de una naturaleza humana herida por el pecado, ¡es la incontinencia, es la fornicación!. Sólo la fe, y el amor que en ella se fundamenta, hacen el ‘milagro’ de la continencia, tanto sacerdotal como matrimonial.
Así pues, la aparentemente ‘fácil’ solución propuesta por el cardenal Marx, ni mucho menos tiene un fundamento psicobiológico adecuado.
La base auténtica de ambos ‘problemas’ es ‘teológica’. Eso lo saben bien los sacerdotes y cónyuges que han hecho de su opción un estilo de vida fundado en el Evangelio.