El carajal desinformativo sobre la COVID-19 que inició el gobierno hace un par de años, fue el comienzo de una no-gestión de la pandemia, siendo “caótica” el término que mejor expresa su desarrollo.
Durante los meses en que Su Sanchidad decidió asumir el mando de la lucha anti pandémica, conseguiría alcanzar el récord mundial de fallecidos por millón de habitantes, y un puesto de honor en la lista de países europeos con mayor destrucción del PIB, ambos tristes logros alcanzados como consecuencia de su empecinamiento ideológico en celebrar el infectódromo del 8M y por la nula gestión para conseguir el material de protección del personal sanitario y destinado a reducir el tiempo de permanencia de los contagiados en las UCI’s. Los pronósticos erróneos del comunicador monclovita, Fernando Simón, y la incapacidad del gobierno de dar un solo dato verídico sobre el número de fallecidos, acabarían provocando en la ciudadanía la sensación de que la victoria sobre la pandemia nunca se alcanzaría como resultado de la aplicación de las políticas gubernamentales.
En primavera Sánchez anunció que estábamos a punto de vencer a la pandemia y que un nuevo orden nos estaba esperando. Siete meses después seguimos luchando contra la quinta mutación del virus, mucho más agresiva que la de entonces.
A partir de aquella fallida promesa, como todas las suyas, y haciendo una interpretación torticera de sus responsabilidades, Sánchez decidió renunciar a cualquier protagonismo anti pandémico y delegó esta función en los presidentes autonómicos. Y como los mil asesores gubernamentales dan para poco, no se ha dictado ninguna ley que regule las medidas a aplicar contra la pandemia y se deja en manos de los jueces dictaminar sobre las medidas que tomen los gobiernos autonómicos. En dos años, se han celebrado treinta y ocho Navidades disparmente gestionadas contra el virus.
Quizás avergonzado por su total desidia, y tratando de lavar su imagen, Su Sanchidad tuvo las santas narices de sacarse de su manga ideológica un decreto ley obligándonos a llevar mascarilla en lugares abiertos. Ante las lógicas protestas que generó una disposición totalmente innecesaria, el gobierno ha ido matizando su sinsentido hasta dejarlo casi en la nada.
La falta de rigor científico y económico [salvo muy escasas excepciones] con el que gobernantes, políticos, periodistas, charlistas, publicistas, influencers, comentaristas, presentadores y blogueros, presentan, opinan, legislan o recomiendan acciones contra la pandemia desde primeros del pasado año, han acabado por crear un caos total en el que va a ser casi imposible que podamos vencer a la pandemia por nuestros propios medios.
Este pandemónium decisorio e informativo ha dejado al ciudadano completamente esclavo de unas decisiones políticas y tomadas, las más de las veces, con criterios estrictamente sectarios. ¿Cómo es posible que el presidente del Govern sea capaz de pedirle a Sánchez que imponga en toda España las restricciones anti-pandemia que van a legislar para Cataluña? ¿Qué justificación puede tener que Su Sanchidad convoque una reunión de presidentes autonómicos dos días antes de Nochebuena, para que decidieran las medidas a tomar con el fin de atajar una nueva ola que llevaba ya entre nosotros demasiado tiempo? ¿Cuáles son los nombres y apellidos de los científicos que están asesorando a la clase política para tomar decisiones contra la pandemia?
No cabe la menor duda que el caos ha sido la consecuencia de que el gobierno nunca ha elaborado una planificación basada en criterios no ideológicos para luchar de forma eficaz contra la pandemia.
Esta gestión caótica del gobierno ha dejado a la ciudadanía inerme ante la pandemia y con riesgo de sufrir mayores daños en su salud y economía.