“Amigos y enemigos virtuales” Impacto de la tecnología en nuestra salud (13)

Esas redes sociales a las que hemos llamado amigas nos ofrecen emociones tan diversas como alegría, deleite, desencanto, amargura y adicción.

Sumemos a esto sobreexposición, soledad e incapacidad para disfrutar de la vida, eso que se conoce como anhedonia, que es la negación del hedonismo.

Las alegrías y los deleites que nos aportan las redes amigas son esos amigos virtuales en los que nos atrevemos a depositar secretos que no contaríamos ni al psicólogo ni al confesor. Son esas tertulias virtuales que nos llenan los ratos perdidos, los momentos tristes o los ataques de ansiedad. Son los reality bits de esos amores electrónicos que nos hacen sentir emociones e ilusiones olvidades. Son esos ligues digitales que nos permiten disfrutar de una sexualidad adormecida sin ver ni tocar la carne del otro. Son esos “yoes” virtuales que creamos a la medida de nuestras expectativas frustradas por la vida o por el tiempo. Y son, también, esas ventanas que nos permiten escudriñar la intimidad ajena como voyeurs anónimos o mostrarnos como exhibicionistas ufanos a un mundo admirado.

El 20 de noviembre de 2021, El País publicó un artículo sobre las redes sociales, que aportaba las cifras de usuarios registrados en esa fecha. Así supimos que Facebook cuenta con 2.740 millones, YouTube con 2.300 millones, TikTok con 800 millones y Twitter con 350 millones.

Entre toda esa gente, es fácil encontrar un nicho más o menos amplio y constante para acogernos cuando necesitemos certeza para nuestra inseguridad, apoyo para nuestros malestares y respuesta para nuestras necesidades de comunicación o de solidaridad; pero también encontramos retroalimentación para nuestra prepotencia o satisfacción para nuestro narcisismo. Y, lo que es peor, también podemos encontrar refuerzo para nuestras conductas inadecuadas y, además, para nuestros demonios y nuestras patologías.

Las redes sociales nos facilitan esa sobreexposición narcisista que anula nuestra vida privada al convertirla en pública, nos amenazan con el terrible castigo de convertirnos en invisibles si no nos revelamos contra sus estrictas normas e imposiciones y nos convierten en consumidores compulsivos de estímulos, porque cada vez necesitamos consumir más y más para obtener alguna recompensa lo suficientemente potente como para considerarla eso, recompensa.

En el artículo “Clínica del placer”, citado en el capítulo anterior, Daniel Flichtentrei advierte que el único tratamiento posible contra esta invasión es ir en contra de su cultura: “La única libertad es la libertad de decir que no. El resto es sumisión y servidumbre”.

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