Cuento de Navidad: La Elección de Lucía

Lucía caminaba entre puestos de castañas y villancicos, agarrada de la mano de sus padres. La plaza del pueblo se había transformado: en el centro, un belén viviente acogía a vecinos disfrazados de pastores, ángeles y hasta un herrero. Las luces de colores parpadeaban en los árboles, pero su madre, como cada año, le recordó suavemente: “Lo importante no son las luces, Lucía, sino el amor de Jesús. Él se hizo carne para estar cerca de nosotros, para ser nuestro Salvador”.

La niña asintió, aunque su atención estaba fija en el establo, donde una joven pareja acunaba a un bebé de mentira entre heno verdadero. De repente, el señor Carlos, organizador del belén, se acercó sonriendo. “Lucía, ¿te gustaría participar? Nos falta una pastorcilla para cuidar las tres ovejitas de verdad que tenemos allí. Podrías estar junto al fuego de campana, velando como hicieron aquellos humildes en Belén”.

Lucía sintió un vuelco en el pecho. ¡Un rol en el belén! Pero era tímida. Miró a sus padres, que le sonrieron con ánimo. “Sí”, dijo al fin, con una voz que apenas llegaba a un susurro.

La vistieron con una túnica marrón y un manto beige, le dieron un cayado de madera y la llevaron junto a las ovejas. Al principio, solo se limitó a acariciar a la más pequeña, pero poco a poco, al ver pasar a las familias que se detenían a rezar o a cantar, sintió algo especial. Recordó las palabras de su madre: “Él se hace presente”. Miró al niño del pesebre, y por un instante, imaginó que aquel bebé era realmente Jesús, que había nacido en un lugar así, sencillo y frío, por amor.

Un niño se acercó y le preguntó: “¿Tú qué haces aquí?”. Lucía, con más seguridad, respondió: “Cuido las ovejas, como los pastores a los que el ángel anunció que había nacido el Salvador”. Y añadió, sintiendo que las palabras le salían del alma: “Él está aquí, hecho carne, para estar cerca de nosotros”.

Al caer la noche, mientras las estrellas brillaban sobre la plaza, Lucía tomó parte en la escena final: todos los personajes se arrodillaron ante el pesebre. Ella, la pastorcilla, lo hizo con una sonrisa tranquila. Comprendió que, más que hacer un papel, había hecho presente el mensaje de la Navidad: Dios se hizo hombre por amor, nació en la pobreza para resucitar como salvación, y ahora ese amor seguía vivo en cada corazón que lo acogía.

Al volver a casa, abrazó a sus padres. “Esta ha sido la mejor Navidad”, susurró. Y su padre, acariciándole el pelo, dijo: “Porque has entendido que lo importante no son las luces, sino el Amor que nació, murió y resucitó por nosotros”. Lucía asintió. En su corazón, la pastorcilla ya no era un disfraz, sino una promesa: llevar siempre cerca a Jesús.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *