1. Sorzano, la Clínica Lopez Ibor y la Residencia de Mayores ECOPLAR (Aravaca)
Vivía en la calle Sorzano, junto a Arturo Soria, en una preciosa urbanización con hermoso jardín, patio y piscina rodeada de cesped, ocupando un cuarto piso, muy espacioso y dotado de una amplia terraza, en la que solía celebrar mis cumpleaños.
Al divorciarme y quedar solo en casa, sufrí una gran depresión que ni siquiera me permitía salir con lo que mi nevera acabó por quedarse completamente vacía.
Mi hijo menor Javier y mi nuera Mercedes, acudían a visitarme con frecuencia, quedándose a dormir mi hijo, en varias ocasiones, para no dejarme solo.
Llegué a padecer un ataque psicótico y, mediante el preceptivo diagnóstico médico, se me ingresó en la Clínica Lopez Ibor donde permanecí un par de años, el tiempo necesario para que me dieran el alta.
Al abandonar la Clínica, y con mi total aprobación, mis hijos decidieron ingresarme en la Residencia de Mayores, Ecoplar, ubicada en Aravaca, puesto que mi estado anímico no aconsejaba que fuera a irme a vivir solo.
Javier venía casi todas las tardes a visitarme y nos tomábamos un refresco en la cafeteria situada frente a la Residencia.
Los domingos ibamos los tres juntos a almorzar y después al cine.
Como ya no faltaba mucho para que abandonara Ecoplar, Javier me ofreció, propuesta que acepté sin dudarlo, irme a vivir a la nueva casa que él y Mercedes se estaban preparando en Pozuelo, pues el apartamento en el que entonces vivían se les quedaba pequeño dado el avanzado estado de gestación en que se encontraba mi nuera.
Un buen domingo, Javier apareció en solitario diciéndome que Mercedes no había podido acompañarle por tener otros compromisos. Me extrañó un tanto el camino por el que mi hijo conducía y que yo acabé por identificar como la ruta para llegar a nuestra nueva casa que él ya me había enseñado.
Efectivamente, Javier se detuvo a la entrada del chalé, y cuando abrió la puerta ví el jardín lleno de amigos que me vitoreaban y aplaudían mi entrada con todas sus fuerzas. Creo que a base de seguir el hilo de mis redes, había conseguido la dirección de mis veinte amigos más allegados organízandome aquella grandísima fiesta sorpresa por la que yo le estoy eternamente agradecido.
2. Por fin, una moza en la familia
Nos instalamos en un hermoso chalé, prácticamente estructurado como si fueran dos viviendas, aunque yo únicamente utilizaba un saloncito, dormitorio y cuarto de baño.
La parcela contaba con un gran patio exterior, porche con columnas, césped, rosales, higuera sin higos y almendro con almendras.
Ocupamos la vivienda en San Isidro, y a los dos meses vino al mundo la tan deseada criatura que yo llevaba esperando más de medio siglo, una fémina, en esta ocasión, mi nieta Jimena.
3. El duermódrom
Al compartir hogar, tuve la oportunidad de participar en las labores concernientes a mi nieta, desde su nacimiento.
Mercedes y Javier tenían que acudir diariamente a sus oficinas porque en aquella época aún no se practicaba el teletrabajo, con lo que yo participaba en el cuidado de Jimena acompañando en esta tarea a nuestra empleada de hogar, Elena, una encantadora señora rumana a la que yo daba clases de español para mejorar su uso de nuestra lengua.
Desde el porche hasta el muro exterior había una pequeña senda empedrada con guijarros pequeñitos. Cuando, después de su comida, empujaba el cochecito de Jimena por aquel caminito, las vibraciones le provocaban un sueño inmediato, de ahí el nombre.
4. Sus primeros pasos y palabras balbucientes
Jimena no fue de gatear y una buena mañana nos sorprendió a Elena y a mí, recorriendo tranquilamente la cocina en diagonal. Cuando por la tarde regresaron sus padres de la oficina quedaron agradablemente sorprendidos al ver los primeros pasos de su hija.
Algo parecido sucedió con sus balbuceos iniciales, que pronunció estando Elena y yo solos con ella.
5. El abuelo de oro
Cuando Jimena tuvo edad suficiente para acudir a la guardería, sus padres la inscribieron en el Colegio de Nuestra Señora de Schoenstatt, ubicado muy cerca de nuestra primera vivienda común en Pozuelo.
Aquel centro de enseñanza era una auténtica finca, con un hermoso pinar que bordeaba las instalaciones docentes.
Allí acudía yo todas las mañanas y tardes para llevar y recoger a mi nieta en su cochecito.
El colegio organizaba con cierta frecuencia reuniones para padres de alumnos, a las cuales siempre asistía yo por ausencia laboral de los padres de Jimena.
Cuando mi nieta inició sus estudios de preescolar, yo seguía acompañándola en sus entradas y salidas, pero ahora ya íbamos andando.
El frio del invierno arreciaba en la cuestecita que había desde la entrada a la finca hasta los edificios escolares. Jimena me decía que tenía las manos frías y yo le prestaba mis guantes o se las calentaba con las mías.
Por las tardes solíamos dar un pequeño paseo hasta la cafetería Mallorca. Yo me tomaba un café, y las camareras, encantadas con la simpatía de Jimena, la regalaban siempre un mini croissant que ella degustaba con fruición. Las madres de las alumnas comentaban que desearían que sus hijas tuvieran un abuelo como el de Jimena.
Y como también participaba en los actos organizados para que intervinieran los padres, las monjas del colegio acabaron por asignarme el calificativo de el abuelo de oro.
6. Cuatro plantas, piscina y cama elástica
Al cabo de unos años, los padres de Jimena decidieron cambiar de vivienda y nos fuimos a una preciosa urbanización dotada de todos los elementos típicos de estos entornos, muy abundantes en Pozuelo, donde las edificacione no suelen tener más de tres alturas.
La piscina hizo posible que mi nieta se convirtiera en una gran nadadora, aprendiendo a nadar y bucear y a tirarse desde el borde con elegancia. Nos pasábamos horas en el agua jugando a todo lo que a ella se le ocurría. Aquellas cristalinas aguas sellarían nuestro cariño que, hasta entonces, solamente se había consolidado en tierra firme.
Javier instaló una gran cama elática en el jardín de la entrada que hacía las delicias de mi nieta y sus amigas de la urbanización. Cuando venían a casa chicas de su misma edad se pasaban horas en ella, y el abuelo solía molestarlas un poquillo echándoles agua con un vaso.
Al poco de instalarnos vino una colombiana como empleada de hogar, Ale, que llegó a estar con nosotros más de cinco años. Este tiempo hizo que Jimena la tratara como si fuera su hermana mayor. De buenas a primeras, me encontré con dos nietas. De hecho, Ale siempre me llama abuelo.

7. Los niños guapos
Nuestro nuevo chalé quedaba un tanto alejado del colegio, y Mercedes se las ingenió para que una amiga, Isabel, me acercara allí en coche y luego nos llevara, a los dos, a las clases de balé a las que acudía mi nieta.
Isabel tenía dos hijos de tan buen aspecto que Jimena les aplicó el apelativo de los niños guapos. Solían entrar con nosotros a recoger a Jimena, y causaban auténticos “estragos” entre las alumnas.
8. Las ochenta castañas
Vivir en un chalé con un gran jardín tiene muchas ventajas, entre ellas poder celebrar en él mis fiestas de cumpleaños.
Mi hijo Javier solía encargarse de adornar el jardín y pedir las viandas y bebidas que se ofrecerían en el evento. Además de las luces nunca dejaba de adornar el jardín con unos preciosos globos que representaban los años que yo cumplía en cada ocasión.

Jimena y Javier eran siempre los encargados de sacar la tarta con las velas encendidas para la consiguiente ceremonia del soplado y cántico.
Mi nieta súper disfrutaba de aquellos eventos, en los que se sentía un tanto protagonista, al acaparar la atención de los invitados (una media de veinte cada año) por su enorme simpatía y locuacidad.
Los videos y fotos quedaban a cargo de mi gran amigo, y participante fijo en el evento, Andreu Veà, acompañado siempre de su mujer Marielvi y sus dos hijas de la dad de Jimena. Su actuación estelar consistiría en realizar un fantástico reportaje gráfico con motivo de celebrarse mi ochenta cumpleaños.

9. Vacaciones ferrolanas con pulpo y baños de arena
La madre de Jimena nació en la ciudad de El Ferrol, y allí permaneció hasta que vino a Madrid para iniciar su vida laboral. El abuelo materno de Mercedes vivía en un pueblecito cercano, Limodre, donde poseía una preciosa casa en la montaña, cerca de la playa, y en el acantilado de esta, otra vivienda.
En el mes de agosto, los cuatro nos íbamos en coche a Limodre. Yo me alojaba en la casa de arriba y ellos tres en la de la playa, que contaba con un estupendo restaurante, O’emigrante, siempre lleno de bañistas y con un a carta repleta de buenos manjares gallegos.
De las múltiples excursiones que hacíamos, era parada obligada el pueblecito costero de Mugardos. Los restaurantes ubicados en su puerto de pescadores ofrecían el mejor pulpo a la gallega que se podía degustar por aquellas costas.
Jimena, Ale y el que suscribe, también teníamos una excursión fija: ir a Ferrol a comer cigalas en la misma marisquería y, por la tarde, hacer una travesía en ferry por la ría, imponente paisaje ofrecido por sus dos orillas boscosas.
Las frías aguas atlánticas que bañaban la playa limodreña, carente de olas, no eran de mi devoción y por ello me ubicaba a la sombra, sentado en mi sillón, para leer tranquilamente mientras las mozas disfrutaban de un hermoso y continuado baño.
Con objeto de compensar mi alejamiento marino, la nieta solía acercarse a mi sillón para echarme, primero cubos de agua y, posteriormente, recipientes llenos de arena.
Con ellas solía dedicar bastante tiempo para buscar caracolitos entre las rocas y conchas especiales en la arena de la playa.
Otro pequeño viaje anual, consistía en acercarnos los cinco en coche a una playa abierta al océano. Sus magníficas olas con blanca cresta, eran una auténtica llamada para disfrutarlas, que yo escuchaba y a ellas acudía junto a mis dos colegas femeninas.
A poca distancia de Limodre se encuentra la playa de Cabañas, con arena finísima y numerosos chiringuitos de buen comer. Allí se alquilan patinetes con tobogán, y con uno de ellos nos alejábamos de la playa y de los barcos en ella atracados. Mis intentos de bajar por el tobogán solían quedar frustrados porque, por aquel entonces, tenía sobrepeso y apenas cabía por el deslizador. Jimena, como gran nadadora y forofa del mar, subía y bajaba constantemente por el tobogán animándome a que yo hiciera lo mismo. Las ahogadillas entre los tres eran cosa frecuente.
10. Estudio y cine
Al terminar tercero de Primaria, Javier decidió cambiar de colegio a su hija, porque el rendimiento que alcanzaba en Schoenstatt dejaba mucho que desear. Resulta que en aquel centro no usaban libros de texto y todo era a base de fichas que a Jimena no se le daban nada bien, por lo que sus calificaciones no solían llegar ni a cinco.
Después de la evaluación de alternativas de rigor, mi nieta quedó matriculada en el Colegio San José de Cluny, ubicado a cierta distancia de nuestras viviendas. Por aquel entonces, Javier, Mercedes y yo ocupábamos casas distintas.
En el régimen de separación se decidió que mi nieta estuviera cada semana con uno de sus progenitores. Al Cluny la llevaban sus padres en coche por la mañana, pero yo la recogía a la salida diariamente para subirnos en autobús a mi casa.
En su día, y a petición de Jimena adquirí dos gatitas, Lunita y Dulce, que son sus auténticos ojitos derecho.
Al ir a buscarla solía llevarle la merienda, y al llegar a casa, estudio con la supervisión y potenciales aclaraciones del abuelo.
Para recogerla solía llegar unos minutos antes con el fin de que me pudiera localizar nada más salir. Durante la espera solíamos hablar los padres de las alumnas y allí conocí y me hice gran amigo de Gozalo y Nico, padres de sus compañeras quienes en múltiples ocasiones, sobre todo en caso de lluvía, nos acercan a mi casa en sus coches. Nuestra amistad ha ido creciendo y, por ejemplo, ahora nos vemos los viernes por la tarde, para tomar unas cervezas en un bar próximo al domicilio de Nico. Con este buen amigo haré unos Ejercicios Espirtules a mediados del próximo mes de septiembre. María y Marta, sus respectivas mujeres, también forman parte del grupo.
A primera hora de la noche, el padre de turno venía a recogerla.
En estas horas vespertinas, además del estudio disponíamos de tiempo para charlar de muchas cosas.
“Abuelo, tu sabes muy bien que nos conocemos desde que yo estaba en la tripita de mamá”.
Si en alguna ocasión, Jimena no tenía que estudiar, nos ibamos al cine Kinépolis. Para ella, lo más importante eran las palomitas y seleccionar las butacas especiales que se reclinan y en las que se disfruta de efectos especiales tales como el viento, la lluvia o, incluso, el agua.
Su llegada al Clunny supuso un cambio radical en su rendimiento escolar, de los medio cincos de allá pasó a los 8/9/10 de acá. En este último curso ha madurado mucho, estudia con intensidad y, sobre todo, planifica cuidadosamente las tareas preparatorias de los exámenes. Ahora ya no me necesita, y le encanta estudiar sola en su habitación.
11. Hípica y juguetes
Jimena estuvo unos cuantos años practicando balé, pero, al final, acabó por dejarlo al haber perdido interés por dicha actividad.
Con apenas cinco años, sus padres la inscribieron en clases de hípica y en ellas continúa, primero montando en poni y luego a caballo.
Se ha convertido en una auténtica amazona, que no desprecia oportunidad para cabalgar y que para este verano ya la han inscrito en un campamento vallisoletano de hípica, donde permanecerá una semana. Recientemente consiguió dar saltos de casi un metro de altura.

Todos los domingos va a montar a caballo, llevándola en coche el padre que le corresponda, contando siempre con mi presencia.
Durante las clases contemplo sus recorridos y le grabo fotografías y videos.
Al finalizar, cuando vamos con Javier, solemos ir a almorzar al VIPS, ubicado junto a los juzgados de Pozuelo.
Después de comer, nos suele dejar en casa, bien para estudiar o descansar. A veces aprovecho este tiempo para acercarnos al centro comercial Zielo, Pozuelo, donde entramos en una tienda de juguetes para que ella escoja lo que le apetezca. Ahora se ha hecho mayor, y en lugar de la juguetería prefiere entrar en Primor, afamada perfumería.
12. El gran Chef
Los domingos que vamos a la hípica con Mercedes, al finalizar las clases de monta, regresamos a su casa para almorzar.
La comida la prepara Yago, pareja de hecho de Mercedes, que emplea toda la mañana para cocinar lo que luego nos ofrece.
Desde la primera vez, comprendí que las dotes culinarias de Yago, quien me trata como si fuera de su familia de toda la vida, son realmente extraordinarias. Elabora menús muy variados y siempre súper sabrosos: arroz, carne, pescado, cordero, cabrito, ensalada campera, fideuá, lasaña, y un muy largo etcétera.
Hoy hemos tenido la última comida de esta temporada, por la finalización de las clases de hípica que se reanudarán el próximo septiembre, y por ello transcribo a continuación el mensaje que les he enviado al regresar a mi casa:
Mi querida familia Jimena, Mercedes y Yago,
El último almuerzo de la temporada ha sido realmente estupendo, como todos los anteriores.
En esta ocasión debo destacar las ENORMES CUALIDADES de la pierna de cordero: tostada, jugosa, sabrosa y abundante.
No me queda otro remedio que esperar a septiembre para seguir disfrutando de la cocina del mejor chef de todos los chefs que ha habido, hay y habrá.
🤗😘 y feliz tarde
No os perdáis el blog de mañana dedicado a Jimenucha.

13. El báculo de mi existencia
Jimena vino a este mundo cuando yo atravesaba una profunda depresión, causada por la bipolaridad que vengo padeciendo desde hace más de sesenta años.
Recuerdo que un domingo después de comer, al llegar con Javier a mi casa, este le preguntó, ¿“Jimena, te vienes conmigo, o te quedas con el abuelo?__Me quedo con el abuelo___¡Ah!, entonces ¿quieres más al abuelo que a mí?___Es que contigo voy a estar más tiempo.
A partir de la convivencia con mi nieta, no he vuelto a sufrir ningún episodio depresivo y anímicamente me encuentro muy bien. Desde que me diagnosticaron esta enfermedad a los veinticinco años, he mantenido siempre mis consultas psiquiátricas y tomado la medicación que me recetan.
Con su presencia, mi nieta dio un giro radical a mi existencia, dotándola de una nueva razón de ser, y, de hecho, su compañía despertó en mí, unas ganas de hacer cosas que me habían desaparecido.
Como no podía ser de otra manera, los sentimientos de Jimena van en la misma línea como se puede comprobar en la carta que me escribió en mi pasado cumpleaños y que podéis encontrar en el siguiente enlace
Mi eterno agradecimiento a Mercedes y Javier por haberme proporcionado este auténtico ángel de mi guarda llamado Jimena.

4 comentarios en «Mi nieta Jimena, el entrañable báculo que me sustenta desde su nacimiento»
Un relato entrañable Luis. Un fuerte abrazo
Entrañable como lo es también nuestra larguísima amistad.
Sin conocerla, veo que tu nieta Jimena es el mayor tesoro que te ha ofrecido la vida. ¡Cómo me gusta!
Entrañable abrazo para ella y para tí.
Qué maravilloso regalo te ha dado la vida con Jimena, querido Luis!
Y que maravilloso regalo nos ha dado la vida contigo a Jimena y a tus amigos!
Nadie te puede igualar en cultivar el cariño y la amistad!